Hola de nuevo, lectores y lectoras. Saludos a mis nuevos/as lectores/as de Argentina. Y por supuesto, besos a quienes me siguen desde España, Portugal, Irlanda, EEUU, Panamá y Ucrania.
Parece que no, pero esta historia se está dirigiendo hacia su desenlace, aunque la diablesa Liduvel aún tiene mucho que decir, y sigue revolviendo el Infierno y a su señor, Lucifer. Como recordaréis, existe un lugar en el Infierno que pocos conocen, y es el Estanque del Olvido Eterno. Nadie sabe quién lo ha creado y por qué Lucifer no sabe de su existencia, pero todos sospechan de ÉL. Allí aparecen las almas desintegradas por la cólera de Lucifer, que se desata bastante a menudo. Según el sabio Derafiel, en ese lugar pueden hallar al terapeuta Damon, que dirigió la terapia de Liduvel hace algún tiempo, cuando esta empezó a sentir piedad de los humanos y a dejar de ser una eficiente gestora de suicidios. Creen que él les puede ayudar a comprenderla e incluso a destruirla, puesto que las terapias de este demonio eran muy poco ortodoxas e incluso contraproducenes. 
Pues bien, Derafiel, que ya estuvo allí cuando preparaba su tesis doctoral sobre las distintas zonas del infierno, y que omitió ese extraño lugar para no despertar la ira de Lucifer,  y Databiel, que necesita recuperar la confianza de su señor, parten en su busca. Atención al personaje de Damon, que no había aparecido hasta ahora y será fundamentel en la historia.
Os dejo con el periplo infernal de Derafiel y Databiel, por un lugar tan especial como es nuestra querida fugitiva, Liduvel.
 21.
 El viaje
 hasta el Estanque del Olvido Eterno había sido agotador, incluso
 para ellos, que podían deslizarse flotando en aquel laberinto de
 pasillos sin fin, repleto de almas atormentadas por sus múltiples
 errores, que gemían, rogaban y se agarraban con fuerza a ellos para
 salir de allí a cualquier precio.
 Databiel
 estaba harto de ellos, y ya comenzaba a desesperarse, cuando vio una
 tenue luz verdosa brillando al final del túnel. Aún tardaron mucho
 tiempo en llegar hasta allí, pero cuando al fin penetraron en aquel
 lugar insano, a través de una especie de telaraña gigante en la
 que se vieron enredados durante un buen rato, la tristeza le inundó
 y brotaron lágrimas de sus secos ojos crueles. Derafiel, que ya
 había estado allí y sufrido aquella sensación, se dio cuenta y le
 obligó a ponerse el escudo protector.
 — Te
 dije que no te apresuraras y que debías de venir preparado, maldito
 temerario. La tristeza te puede atrapar y arrastrar hasta lo más
 hondo...—
 le regañó Derafiel, porque había tenido que cargar él con todo
 el equipo, mientras el incrédulo Databiel se burlaba de él entre
 dientes, al creerse invulnerable—
 Venga, inútil. Haz algo útil. Llama a Damon, y
 utiliza  toda tu pericia para atraerle con tus mentiras—
 le ordenó, activando el escudo. 
 
 Databiel
 recuperó un poco la compostura con la ayuda de su colega, pero lo
 cierto es que aquel paraje era desolador, incluso más que el pozo
 más hondo del Infierno, que habían atravesado con serias
 dificultades. El silencio lo invadía todo. Ningún susurro, ningún
 sonido, ni siquiera sus propios pasos podían escucharse. Sobre el
 oscuro estanque se reflejaba un sucedáneo extraño del cielo
 exterior, de color verdoso podrido. Alrededor flotaban almas en
 pena, sin rumbo, sin que en sus miradas vacías pudiera verse
 objetivo alguno. Flotaban abatidas y se diría que ni siquiera se
 veían unas a otras. Cada una pensaba que estaba sola en un mundo
 extraño y silencioso, al que había llegado después de
 desintegrarse en mil pedazos, por incurrir justa o injustamente en
 la ira de Lucifer.
 —  ¡Damon!
 ¡Buscamos a Damon! El magnánimo Lucifer ofrece una magnífica
 oportunidad al terapeuta Damon para volver a su confortable seno y
 salir de este lugar tétrico. Damon. Acude a nosotros. Somos tus
 amigos, más aún, tus hermanos. No estás solo en ese lugar
 terrible. Ven a nosotros y contempla la generosa oferta de tu
 señor...—  le
 llamó Databiel,  con el acento más convincente que
 pudo usar.
 Esperaron
 un instante que les pareció eterno en aquel lugar siniestro, y no
 hubo respuesta.
 —  No
 me gustaría tener que hacer esto, pero tendremos que
 internarnos un poco más. Activa la mayor protección de tu escudo,
 o no sé qué lo que nos podrá pasar...—
 advirtió Derafiel, moviendo la cabeza con
 preocupación, tras esperar un instante más de lo prudente.
 —  Es
 inútil. Esa gente parece ida. No se enteran de nada. No pueden
 oírnos—  negó  
 Databiel, con el ceño fruncido, mirándoles pasar y haciéndoles
 exagerados gestos con los brazos, sin apreciar que pudieran ver o
 escuchar nada.
 — ¿Y
 serás tú quien le diga a nuestro señor Lucifer que hemos
 fracasado en nuestra misión?— preguntó Derafiel. Databiel negó
 con la cabeza— Eso suponía. Paciencia, Databiel.
 Vamos a buscarle. Recuerdo que aspecto tiene. Costará un poco más,
 pero tú ve haciendo propaganda de la oferta de Lucifer—
  propuso Derafiel, un punto más optimista. No podía
 haber tantas almas desintegradas como para no poder hallarle, aunque
 no podía saber la extensión de aquel lugar mágico, pues nada era
 lo que parecía.
 Se
 adentraron con cuidado en aquel mundo extraño, y a pesar del escudo
 protector, cada vez se sentían más solos y perdidos, hasta que
 dejaron de hablarse entre ellos y perdieron la orientación, vagando
 por el paraje como dos vulgares almas en pena. Se dejaron caer sobre
 aquel lecho blando y maloliente, puesto que nada les importaba.
 Fue
 extraño para ellos despertarse, puesto que jamás dormían. Los
 sacó de su sopor una voz alegre y cantarina. Tuvieron que hacer un
 importante esfuerzo para enfocar la vista y poder verle.
 —  ¡Venga,
 venga, amigos! ¡Qué pusilánimes! ¡Pero qué flojos sois!
 ¡Armados con un escudo protector y aún así os dejáis vencer por
 la tristeza!—  les
 decía alguien, palmeando sus heladas mejillas.
 Derafiel
 le miró dos veces antes de reconocerle. Había cambiado un poco,
 estaba sin asear, sucio y descuidado, pero sin duda era Damon, el
 terapeuta que buscaban. ¿Y por qué demonios aquel tipo no estaba
 triste y perdido? Debía ser extraordinariamente fuerte o quizá
 estuvo aplicándose sus propias terapias durante todo aquel tiempo.
 — ¡Qué
 suerte la nuestra! Tú eres Damon—
  le dijo Derafiel con la boca pastosa y una voz
 gutural y retardada, como de pesadilla. No reconoció su propia voz
 cuando la escuchó.
 — El
 mismo. He escuchado a este mentiroso compulsivo pregonar algo sobre
 una oferta de Lucifer, sobre la cual no creo ni una sola palabra,
 pero me dije: ¡Qué diablos! Si Lucifer me vuelve a desintegrar,
 volveré aquí de todas formas, a continuar mis terapias. He
 conseguido muchos avances con algunos hermanos y hermanas. Estoy
 bastante satisfecho—
 afirmó Damon, palmeando su espalda con alegría. Su
 amplia sonrisa y la claridad mental que lucía,  le reveló su gran
 fuerza interior.
 Databiel
 estaba muy confuso. ¿Cómo sabía aquel tipo que mentía? Pocos
 seres podían distinguir sus verdades, medias verdades y mentiras.
 Se incorporaron con gran esfuerzo, pues la tristeza todavía les
 afectaba, a pesar de que habían logrado el objetivo de hallar a
 Damon.
 — Amigo,
 no tiene por qué ser así. Lucifer necesita tu ayuda, y convendrás
 conmigo en que esto no es muy habitual. Tenemos un grave caso entre
 manos. Te pondré en antecedentes mientras salimos de este lugar
 terrible— le urgió
 Derafiel, tomándole del brazo y llevándole con
 dificultad hacia lo que él pensaba que era la salida. Al ver que
 Damon se resistía a ser arrastrado, pensó que debía darle más
 pistas— 
  Se trata de una paciente tuya,  Liduvel. Está armando un gran
 revuelo en todas las esferas. El asunto se nos va de las manos...—
 reveló Derafiel con acento urgente.
 — Liduvel...
 Liduvel...— 
 musitó Damon, fingiendo que no la recordaba. Por
 supuesto que la recordaba: una vieja conocida, a quien encontró
 confusa y muy preocupada, pues comenzaba a sentir piedad por los
 humanos— Si, creo
 que la recuerdo, pero este lugar afecta a la memoria
 ¿sabéis?. Incluso a mí, que me he mantenido bastante entero por
 mis dotes terapéuticas—
 explicó. Le dio un ataque de risa y los dos demonios
 que habían acudido a buscarle, se miraron—
 Pero en cuanto salga y vea mis archivos lo recordaré
 todo, si es que no se han destruido... por supuesto—
 continuó él, cuando pudo contenerse.
 — ¿Tus
 archivos?—
 farfulló Derafiel. Si hubiera sabido que existían
 unos archivos, no hubiera realizado aquel peligroso viaje, que había
 estado a punto de acabar con él. Pero no habían encontrado nada en
 su antigua consulta, que ahora ocupaba un terapeuta de la vieja
 escuela, un demonio seco y malhumorado a quien nadie quería
 visitar.
 — Ya
 veo. No los habéis encontrado, y por eso recurrís a mí. No
 importa. Yo tampoco recuerdo dónde los dejé, pero conozco a
 alguien que recordará todos los detalles de la paciente y de su
 tratamiento. No en vano es la persona más cotilla de todo el
 infierno: mi antigua secretaria—
 concluyó Damon al instante, cuando se dio cuenta de
 la cara de poker que se les había puesto a sus rescatadores.
 — ¿Quién
 era tu secretaria?—
 indagó Derafiel muy interesado, con tono zalamero.
         
Damon
arqueó una ceja y le miró con expresión sarcástica.
 — ¡Ja!
 ¡De eso nada! Si te lo digo, no me sacarás de aquí. Vamos, dad
 media vuelta, que vais hacia el centro justo de este lugar infame—
 se rió Damon de buen humor, dando la vuelta a los dos
 demonios desorientados.
Hubiera
 jugueteado un poco más con ellos antes de ayudarles a salir de
 allí, en justa venganza por haber intentado engañarle, pero corría
 algo de prisa regresar a la vida activa. 
Liduvel parecía estar en
 peligro y necesitaba de su ayuda.
(continuará) 

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