UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 22)







Saludos de nuevo, amigos y amigas lectores de España, Portugal, Irlanda, Paises Bajos, Alemania,Venezuela y Colombia, que me habéis seguido en la última semana. Me alegra ver que la aventura de Liduvel viaja cada vez a más lugares, y que os interesa su historia.

Vamos a por un capítulo que parece de transición, pero que tiene su importancia. Teresa se está recuperando y al ver que sus ruegos son escuchados, desea que su hija sea feliz y tenga una vida plena. 

Liduvel, llevada por sentimientos humanos, espera que su juicio se retrase para poder cumplir sus deseos, y si no puede ser, al menos, que Lea tenga tiempo para cumplirlos. Daniel está ahí para consignarlo todo en su informe, pero hay otros que atiende el ruego de la diablesa, los escuchadores...

Hasta la próxima semana, un saludo desde este rincón del mundo.



    22.
    Días después de la operación, Teresa se sentía mucho mejor. Tenía muchas más ganas de hablar y hacía todo lo posible por recuperarse, incluso comer aquellos insípidos purés y sopas, aunque no le gustaran. Liduvel la comprendía. Después de haber probado lo que ella cocinaba, cualquier otra cosa le parecía incomible. Entonces le prometía que si se lo comía todo, le traería a escondidas un pastel de chocolate. Teresa sonreía con ternura. Su hija la cuidaba como si fuera un bebé. Tenía muchos motivos para ser feliz. Todo su mundo había cambiado: tenía esperanzas de vivir y su hija estaba tan cambiada que no podía creerlo.
    ¿Sabes una cosa? Cuando me desperté de la operación y te vi ahí, al pie de la cama, pensé que había muerto— le confesó Teresa una noche, cuando todo estaba en silencio y estaban solas en la habitación.
    ¿Por qué? ¿Te parecí la muerte en persona? Ya no estoy tan delgada— bromeó Liduvel, estirando de su ropa, que ya no le quedaba tan grande. Teresa se rió.
    Parecías un ángel. Un ángel un poco raro, eso sí. Te vi con un cabello precioso, largo y de un vivo color rojo. Tus ojos eran muy grandes, rasgados y del mismo color rojo que su cabello, y tenías unas alas enormes, oscuras y sedosas, pero aún así eras un ángel bellísimo. No podía apartar los ojos de ti—le contó Teresa, recordando aquella hermosa visión.
    Tienes razón. Soy un ángel un poco raro— sonrió Liduvel. Sabía que al estar rozando el momento de la muerte, la había visto tal como era en realidad, pero siempre podía atribuirlo a la anestesia.
    En los últimos meses desde lo alto me han colmado de milagros. No sé si los merezco, pero los había pedido con toda mi fe. Ojalá tuvieras fe, hija.— musitó Teresa, palmeando su mano.
    Liduvel sonrió. No había ser en el mundo que tuviera más fe que ella. Había visto maravillas que ningún ser humano creería. Pero buceando en los recuerdos de Lea, supo que no creía en nada, ni en ÉL ni en la humanidad. Decía que si ÉL existiera, no permitiría que unas criaturas torturaran a otras, sin intervenir. Lea no tenía en cuenta el libre albedrío concedido a la humanidad, causante de la mayoría de decisiones equivocadas, de las que invariablemente se acusaba directamente a ÉL, por no hacer nada al respecto. Los humanos raras veces utilizaban su inmerecida libertad de criterio para hacer el bien.
    Claro que tengo fe, Teresa. Puedo jurártelo. Es inútil que rece, porque a mí no me escuchan. Para ellos (miró hacia arriba para hacerse entender) resultaría un poco chocante que yo pidiera milagros. Me he portado fatal a lo largo de mi vida, no tengo ningún derecho a pedirles nada. Pero a ti sí te escuchan. A la gente buena siempre la atienden. Lo que ocurre es que sois mucha gente pidiendo, y hay pocos escuchadores. Siempre andan escasos de personal allá arriba, porque son muy exigentes y no admiten a cualquiera— le explicó Liduvel, hablando en serio.
    Conocía por referencias las estrictas selecciones de personal. Un aspirante debía estar mucho tiempo perfeccionándose y purificándose, antes de permitirles trabajar codo a codo con los ángeles. En el Lado Oscuro no eran tan exigentes con el personal. Todo el mundo sabía actuar mal, meter la pata, provocar desastres que pudieran perjudicar a alguien, y realmente de eso se trataba su trabajo, de hacer tanto mal como pudieran.
    Teresa se rió ante el comentario. Le dolía un poco la cicatriz, pero la angustia que sentía antes de operarse había desaparecido como por arte de magia. A pesar de saber que el tratamiento continuaría durante mucho tiempo y sería duro, por primera vez en mucho tiempo sentía que tenía aún años por delante, y una familia de verdad para vivir a su lado. Estaba feliz.
    Ya que me escuchan desde lo alto, ahora voy a rogar no para mí, sino para ti. Pido que tengas unos buenos estudios para que tengas un buen empleo. Que tengas a alguien que te quiera, para que no te sientas sola como yo me he sentido siempre. Que dejes atrás tu pasado, como si no hubiera existido.— pidió entonces Teresa, adormeciéndose mientras hablaba, pues estaba aún muy débil.
    Eso depende de muchas cosas. Sobre todo del tiempo que me concedan— susurró Liduvel, sabiendo que ella ya no le escuchaba. Le acomodó la almohada y tocó su cabello suave— Me encantaría de que cumplieran tus deseos, y me quedaría junto a ti hasta el fin de tus días. Podría acostumbrarme a esa vida.
    Por un instante pensó que los trámites para su juicio podían retrasarse años (en contabilidad humana). Mientras tanto estudiaría –o fingiría estudiar, porque lo sabía todo-; conseguiría un buen trabajo, con el que podría comprar un piso más decente a Teresa, o al menos hacer reformas en el que vivían y renovar el mobiliario desgastado; seguramente habría algún humano al que podría llegar a apreciar, aunque quizá no supiera amarle (porque lo que ella creía sentir por Axel no había sido amor en realidad). Quizá incluso con aquella funda mortal pudiera tener hijos (el dolor del parto no podía ser peor que los múltiples dolores de la abstinencia a la droga o el tortuoso fuego del infierno que nunca consume), y educarlos con toda la sabiduría de eones de experiencia (que ellos despreciarían olímpicamente, como hacían todos los hijos con los consejos de sus padres).
    Al llegar a este punto sonrió, incrédula, pues no creía que dispusiera de tanto tiempo en el mundo humano. No solo por la relativa celeridad de los trámites para su juicio, sino por lo deteriorado que estaba aquel joven cuerpo maltratado. No había suficiente tiempo para complacer los deseos de la pobre Teresa, que nunca jugaría con sus nietos en los jardines del barrio, cuidando que no se pincharan con una jeringuilla usada.
    No debía implorar por su destino, pero sin darse cuenta se encontró rogando por la desventurada Lea, pidiendo tiempo de vida para ella, y así cumplir los sueños de su pobre madre.
    Liduvel no creyó que nadie atendiera su petición, pero la curiosidad pudo a los escuchadores. El ruego de una diablesa por dos mortales, madre e hija, fue escuchado con gran atención, y valorado como se debía en las alturas.
    Daniel, gratamente impresionado, anotó en su diario: «Quizá por primera vez en todo el tiempo que permanece sobre el mundo, Liduvel ha empezado a desear vivir dentro de la humana Lea no solo para conseguir su objetivo, sino para complacer a la madre de Lea, en su nombre. Hacer feliz a esta mujer – que para nuestro asombro empieza a sentir como madre- se ha convertido en su objetivo principal. Incluso ha rezado por la humana Lea, para que le sea concedido tiempo y salud. Debería consultarlo en los archivos eternos, pero creo que se haya producido jamás un hecho semejante».
    Lo miró dos veces y pensó que se notaba demasiado que era parcial, pero no podía evitarlo. Esa era la sincera impresión que le producía observar a Liduvel. Además, Gabriel le había pedido que fuera sincero, que se dejara guiar por su intuición y sobre todo, que no perdiera detalle y anotara cada observación y cada sensación. Así lo cumplía.
    Miró en silencio aquella funda humana que un día fue Lea, y con toda claridad distinguió a la hermosa Liduvel a través de ella. Brillaba de forma tan llamativa que le extrañaba que los humanos no pudieran advertirlo. Era bellísima, y, al igual que Teresa, no podía dejar de mirarla.
    Las buenas intenciones que empezaba a manifestar, la hacían brillar con una luz que ya no era demoníaca. Su aura estaba cambiando. Desafiando a la prudencia que le caracterizaba, lo consigno también en su informe.
    (continuará)

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 21)







Hola de nuevo, lectores y lectoras. Saludos a mis nuevos/as lectores/as de Argentina. Y por supuesto, besos a quienes me siguen desde España, Portugal, Irlanda, EEUU, Panamá y Ucrania.

Parece que no, pero esta historia se está dirigiendo hacia su desenlace, aunque la diablesa Liduvel aún tiene mucho que decir, y sigue revolviendo el Infierno y a su señor, Lucifer. Como recordaréis, existe un lugar en el Infierno que pocos conocen, y es el Estanque del Olvido Eterno. Nadie sabe quién lo ha creado y por qué Lucifer no sabe de su existencia, pero todos sospechan de ÉL. Allí aparecen las almas desintegradas por la cólera de Lucifer, que se desata bastante a menudo. Según el sabio Derafiel, en ese lugar pueden hallar al terapeuta Damon, que dirigió la terapia de Liduvel hace algún tiempo, cuando esta empezó a sentir piedad de los humanos y a dejar de ser una eficiente gestora de suicidios. Creen que él les puede ayudar a comprenderla e incluso a destruirla, puesto que las terapias de este demonio eran muy poco ortodoxas e incluso contraproducenes. 

Pues bien, Derafiel, que ya estuvo allí cuando preparaba su tesis doctoral sobre las distintas zonas del infierno, y que omitió ese extraño lugar para no despertar la ira de Lucifer,  y Databiel, que necesita recuperar la confianza de su señor, parten en su busca. Atención al personaje de Damon, que no había aparecido hasta ahora y será fundamentel en la historia.

Os dejo con el periplo infernal de Derafiel y Databiel, por un lugar tan especial como es nuestra querida fugitiva, Liduvel.


    21.
    El viaje hasta el Estanque del Olvido Eterno había sido agotador, incluso para ellos, que podían deslizarse flotando en aquel laberinto de pasillos sin fin, repleto de almas atormentadas por sus múltiples errores, que gemían, rogaban y se agarraban con fuerza a ellos para salir de allí a cualquier precio.
    Databiel estaba harto de ellos, y ya comenzaba a desesperarse, cuando vio una tenue luz verdosa brillando al final del túnel. Aún tardaron mucho tiempo en llegar hasta allí, pero cuando al fin penetraron en aquel lugar insano, a través de una especie de telaraña gigante en la que se vieron enredados durante un buen rato, la tristeza le inundó y brotaron lágrimas de sus secos ojos crueles. Derafiel, que ya había estado allí y sufrido aquella sensación, se dio cuenta y le obligó a ponerse el escudo protector.
    Te dije que no te apresuraras y que debías de venir preparado, maldito temerario. La tristeza te puede atrapar y arrastrar hasta lo más hondo... le regañó Derafiel, porque había tenido que cargar él con todo el equipo, mientras el incrédulo Databiel se burlaba de él entre dientes, al creerse invulnerable— Venga, inútil. Haz algo útil. Llama a Damon, y utiliza toda tu pericia para atraerle con tus mentiras— le ordenó, activando el escudo.
    Databiel recuperó un poco la compostura con la ayuda de su colega, pero lo cierto es que aquel paraje era desolador, incluso más que el pozo más hondo del Infierno, que habían atravesado con serias dificultades. El silencio lo invadía todo. Ningún susurro, ningún sonido, ni siquiera sus propios pasos podían escucharse. Sobre el oscuro estanque se reflejaba un sucedáneo extraño del cielo exterior, de color verdoso podrido. Alrededor flotaban almas en pena, sin rumbo, sin que en sus miradas vacías pudiera verse objetivo alguno. Flotaban abatidas y se diría que ni siquiera se veían unas a otras. Cada una pensaba que estaba sola en un mundo extraño y silencioso, al que había llegado después de desintegrarse en mil pedazos, por incurrir justa o injustamente en la ira de Lucifer.
    ¡Damon! ¡Buscamos a Damon! El magnánimo Lucifer ofrece una magnífica oportunidad al terapeuta Damon para volver a su confortable seno y salir de este lugar tétrico. Damon. Acude a nosotros. Somos tus amigos, más aún, tus hermanos. No estás solo en ese lugar terrible. Ven a nosotros y contempla la generosa oferta de tu señor...— le llamó Databiel, con el acento más convincente que pudo usar.
    Esperaron un instante que les pareció eterno en aquel lugar siniestro, y no hubo respuesta.
    No me gustaría tener que hacer esto, pero tendremos que internarnos un poco más. Activa la mayor protección de tu escudo, o no sé qué lo que nos podrá pasar...— advirtió Derafiel, moviendo la cabeza con preocupación, tras esperar un instante más de lo prudente.

    Es inútil. Esa gente parece ida. No se enteran de nada. No pueden oírnos— negó Databiel, con el ceño fruncido, mirándoles pasar y haciéndoles exagerados gestos con los brazos, sin apreciar que pudieran ver o escuchar nada.

    ¿Y serás tú quien le diga a nuestro señor Lucifer que hemos fracasado en nuestra misión?— preguntó Derafiel. Databiel negó con la cabeza— Eso suponía. Paciencia, Databiel. Vamos a buscarle. Recuerdo que aspecto tiene. Costará un poco más, pero tú ve haciendo propaganda de la oferta de Lucifer— propuso Derafiel, un punto más optimista. No podía haber tantas almas desintegradas como para no poder hallarle, aunque no podía saber la extensión de aquel lugar mágico, pues nada era lo que parecía.
    Se adentraron con cuidado en aquel mundo extraño, y a pesar del escudo protector, cada vez se sentían más solos y perdidos, hasta que dejaron de hablarse entre ellos y perdieron la orientación, vagando por el paraje como dos vulgares almas en pena. Se dejaron caer sobre aquel lecho blando y maloliente, puesto que nada les importaba.
    Fue extraño para ellos despertarse, puesto que jamás dormían. Los sacó de su sopor una voz alegre y cantarina. Tuvieron que hacer un importante esfuerzo para enfocar la vista y poder verle.
    ¡Venga, venga, amigos! ¡Qué pusilánimes! ¡Pero qué flojos sois! ¡Armados con un escudo protector y aún así os dejáis vencer por la tristeza!— les decía alguien, palmeando sus heladas mejillas.
    Derafiel le miró dos veces antes de reconocerle. Había cambiado un poco, estaba sin asear, sucio y descuidado, pero sin duda era Damon, el terapeuta que buscaban. ¿Y por qué demonios aquel tipo no estaba triste y perdido? Debía ser extraordinariamente fuerte o quizá estuvo aplicándose sus propias terapias durante todo aquel tiempo.
    ¡Qué suerte la nuestra! Tú eres Damon— le dijo Derafiel con la boca pastosa y una voz gutural y retardada, como de pesadilla. No reconoció su propia voz cuando la escuchó.
    El mismo. He escuchado a este mentiroso compulsivo pregonar algo sobre una oferta de Lucifer, sobre la cual no creo ni una sola palabra, pero me dije: ¡Qué diablos! Si Lucifer me vuelve a desintegrar, volveré aquí de todas formas, a continuar mis terapias. He conseguido muchos avances con algunos hermanos y hermanas. Estoy bastante satisfecho— afirmó Damon, palmeando su espalda con alegría. Su amplia sonrisa y la claridad mental que lucía, le reveló su gran fuerza interior.
    Databiel estaba muy confuso. ¿Cómo sabía aquel tipo que mentía? Pocos seres podían distinguir sus verdades, medias verdades y mentiras. Se incorporaron con gran esfuerzo, pues la tristeza todavía les afectaba, a pesar de que habían logrado el objetivo de hallar a Damon.
    Amigo, no tiene por qué ser así. Lucifer necesita tu ayuda, y convendrás conmigo en que esto no es muy habitual. Tenemos un grave caso entre manos. Te pondré en antecedentes mientras salimos de este lugar terrible— le urgió Derafiel, tomándole del brazo y llevándole con dificultad hacia lo que él pensaba que era la salida. Al ver que Damon se resistía a ser arrastrado, pensó que debía darle más pistas Se trata de una paciente tuya, Liduvel. Está armando un gran revuelo en todas las esferas. El asunto se nos va de las manos...— reveló Derafiel con acento urgente.

    Liduvel... Liduvel...— musitó Damon, fingiendo que no la recordaba. Por supuesto que la recordaba: una vieja conocida, a quien encontró confusa y muy preocupada, pues comenzaba a sentir piedad por los humanos— Si, creo que la recuerdo, pero este lugar afecta a la memoria ¿sabéis?. Incluso a mí, que me he mantenido bastante entero por mis dotes terapéuticas— explicó. Le dio un ataque de risa y los dos demonios que habían acudido a buscarle, se miraronPero en cuanto salga y vea mis archivos lo recordaré todo, si es que no se han destruido... por supuesto— continuó él, cuando pudo contenerse.

    ¿Tus archivos?— farfulló Derafiel. Si hubiera sabido que existían unos archivos, no hubiera realizado aquel peligroso viaje, que había estado a punto de acabar con él. Pero no habían encontrado nada en su antigua consulta, que ahora ocupaba un terapeuta de la vieja escuela, un demonio seco y malhumorado a quien nadie quería visitar.

    Ya veo. No los habéis encontrado, y por eso recurrís a mí. No importa. Yo tampoco recuerdo dónde los dejé, pero conozco a alguien que recordará todos los detalles de la paciente y de su tratamiento. No en vano es la persona más cotilla de todo el infierno: mi antigua secretaria— concluyó Damon al instante, cuando se dio cuenta de la cara de poker que se les había puesto a sus rescatadores.

    ¿Quién era tu secretaria?— indagó Derafiel muy interesado, con tono zalamero.
          Damon arqueó una ceja y le miró con expresión sarcástica.
    ¡Ja! ¡De eso nada! Si te lo digo, no me sacarás de aquí. Vamos, dad media vuelta, que vais hacia el centro justo de este lugar infame— se rió Damon de buen humor, dando la vuelta a los dos demonios desorientados.

    Hubiera jugueteado un poco más con ellos antes de ayudarles a salir de allí, en justa venganza por haber intentado engañarle, pero corría algo de prisa regresar a la vida activa. 

    Liduvel parecía estar en peligro y necesitaba de su ayuda.

    (continuará)

SECRETOS EN ALCANFOR





Hola, lectores y lectoras. Permitidme que hoy no comparta con vosotros el capítulo correspondiente de "Una fugitiva un tanto especial", pero quisiera hablaros de otra de mis criaturas, que ha nacido a tiempo para presentarse en la Feria del Libro de Castellón de la Plana. Se trata de "Secretos en alcanfor", mi primera novela.

Nació allá por el año 2006, y como todas mis obras, ha ido evolucionando a medida que la revisaba una y otra vez, pues aunque la trama sea la misma, siempre se puede mejorar el estilo y el ritmo o perfilar los personajes. Por fin, a finales del mes de abril ha visto la luz. Es una experiencia maravillosa tener en tus manos tus obras en papel y tinta. Esas mismas historias que han estado alojadas en tu cerebro, construyéndose con cariño y paciencia y después plasmadas en el ordenador.

"Secretos en alcanfor" cuenta como Caridad llega en los años ochenta a un pueblo que se quedó anclado en los tiempos de la posguerra. Al principio todo le parece maravilloso, porque ha conseguido un empleo, tiene su propia casa y ha perdido de vista a su padre y su madrastra. Pero un día, limpiando el desván de la casa, encuentra una antigua mecedora que decide llevar a restaurar, y así contactar con el atractivo carpintero del pueblo, un hombre muy tímido y que no se relaciona facilmente con los demás. Sacar la mecedora de la casa provocará que su legítima propietaria, Josefina, se enoje y aparezca, puesto que se trata de la maestra que murió allí en los años cuarenta, y cuya muerte es un misterio que Caridad se esforzará en resolver, como buena aficionada a las novelas de misterio, contrastando los testimonios de aquellos que la conocieron.

Se trata de una novela donde se combinan misterio, algunos momentos inquietantes, otros cómicos, y ¿por qué no? algunos románticos, puesto que hay una (o más) muertes violentas, una investigación muy poco ortodoxa llevada a cabo no por un policía o un detective, sino por una maestra muy activa, curiosa y a quien le agrada ayudar a los demás. Hay varias historias de amor, mujeres y niños maltratados, políticos prepotentes y secretos... varios secretos guardados con bolitas de alcanfor, como la vieja ropa de nuestras abuelas.

Esta novela es un homenaje a las personas que no saben acostarse por la noche sin haber ayudado o apoyado a alguien, a la gente que sabe ver más allá de sus narices y a las maestras, esas mujeres maravillosas que para mi fueron, además de mi madre, un ejemplo a seguir, puesto que eran mujeres trabajadoras que además tenían su casa y su familia, y que me enseñaron que no había por qué elegir, que se podía tener todo.

Si he despertado vuestro interés, podéis adquirirla a través de la página web de Unaria ediciones: www.unariaediciones.com

Ahora os dejo con el precioso booktrailer que, al igual que los anteriores, hemos elaborado el magnífico equipo formado por mi hija Judit y yo. Si tenéis problemas de visionado, lo hallareís en Youtube, buscando secretos en alcanfor m carmen castillo.

La próxima semana continuaré con las aventuras de Liduvel y su fuga tan especial. Besos, lectores y lectoras.



UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPÍTULO 20)









Hola, amigos y amigas lectores. Estos días son muy especiales y agotadores para mi, puesto que estoy presentando mi obra "Secretos en alcanfor", mi primera novela,  publicada por Unaria Ediciones. Os hablaré de ella en una próxima entrada.

A pesar de ello, hago un esfuerzo para publicar esta nueva entrada, para que no perdáis el seguimiento de esta historia.

En esta ocasión, Liduvel ve recompensados sus esfuerzos y sus trampas, al ver operada a Teresa y con posibilidades de recuperación. También seguirá ayudando a Simón, esta vez sin pensar en su propio beneficio, sino solamente por el placer de ayudar, ya que está empezando a pensar como un ángel de luz. Daniel no perderá ni un minuto para consignar en su informe todos sus progresos.

Y con este pequeño resumen de lo que vais a leer a continuación, os dejo, porque debo prepararme para la próxima presentación de mi novela en la Feria del Libro de Castellón de la Plana. 

Besos, lectores y lectoras. Hasta la próxima entrada.



    20.
    Cuando el doctor Álvarez salió del quirófano para informar a la familia de Teresa, Liduvel alcanzó a ver cuatro figuras luminosas que flotaban en la sala, brillantes y sonrientes. Si se mostraban visibles era de forma voluntaria, porque deseaban que les viera. Distinguió a sus viejos amigos de tiempos ancestrales, antes de la Gran Rebelión: Murel, Arel, Porel y Cazarel. Sin querer, se sintió dolida al pensar que Axel no estaba entre aquellos viejos amigos que la ayudaban, pero suspiró, se rehizo y se giró hacia los humanos y, prestando atención a lo que decía el médico, porque Gustavo parecía emocionado.
    Ha salido mucho mejor de lo que pensábamos en un principio. Como ya comprobé en mi reconocimiento tras comprobar su historial, el cáncer había remitido sin motivo aparente. En ocasiones se ven estos «milagros», aunque no son muy frecuentes. Hemos limpiado a fondo y aunque es un poco precipitado hablar de recuperación, soy optimista al respecto—les explicó el doctor Álvarez, emocionado por el inesperado éxito, que le hablaba de que aún estaba en estado de gracia.

    Vivirá... entonces... ¿vivirá?...— preguntó Gustavo con los ojos empañados, sin creerlo. Durante meses había pensado que iba a perderla. De repente veía ante sí una vida entera junto a Teresa. Tendría tiempo de sobra para intentar hacerla feliz.

    Si no hay complicaciones derivadas de la operación, creo que sí—afirmó el médico, quien debía estar muy seguro de sus palabras, porque nunca se pillaban los dedos con ningún diagnóstico Recibirá tratamiento y espero que lo resistirá bien, porque los últimos análisis que le hicimos, han revelado que la fuerte anemia y la debilidad en general que sufría Teresa también ha remitido, y se encuentra muy bien de ánimo. Es fuerte. Creo que podrá seguir adelante...—añadió Álvarez, que había comparado asombrado los resultados de los análisis realizados durante su enfermedad y los que realizó él en su consulta. Parecían pertenecer a dos mujeres distintas. La anemia había remitido, las defensas estaban altas, fuertes, dispuestas a luchar contra el cáncer y los tratamientos agresivos que le prescribirían.

    ¡Fantástico...!—se alegró Liduvel, sabiendo de sobra que había recibido ayuda extra para guiar las manos del cirujano y protegido de todo mal a Teresa, incluso mejorando su salud Gracias. Muchas gracias. Su buena obra tendrá su recompensa—aseguró Liduvel.

    Gracias a ti, por traerla a mi consulta y cruzarte en mi camino—murmuró él, con los ojos empañados. Gustavo no comprendió esta última frase, pero no importaba.
    (y sobre todo gracias muchas gracias a todos por vuestra ayuda no lo olvidaré)

    (apostamos por ti Liduvel es muy arriesgada tu gesta pero estamos contigo regresa amiga Liduvel habrá fiesta en el Lado Luminoso por ti el día que vuelvas a nuestro lado)

    Ella sonrió al sentir a sus aliados unidos, alborotados y felices. Sus voces eran literalmente coros celestiales en sus oídos. Al menos había cuatro ángeles y un aspirante a ángel de la guarda a su lado. Era maravilloso. El calorcillo que le proporcionaba su amistad con algunos humanos no era comparable con lo que sentía al reencontrarse con sus hermanos.

    Cuando Gustavo la relevó para acompañar a Teresa, ella salió y aspiró aire puro. Tenía que ir a duchar aquel cuerpo cansado, comer algo y cumplir su promesa a Teresa de que limpiaría sus escaleras, para que no perdiera el empleo. Pero primero dio un paseo por el barrio para estirar las piernas. Pasó por el campo de fútbol, un simple solar de tierra y piedras, cubierto de excrementos de perro, con dos palos clavados en el suelo a modo de portería. Allí entrenaba Simón desde hacía tiempo a un montón de niños perdidos, de familias humildes, rotas o ambas cosas. De no estar allí jugando, estarían aprendiendo a forzar coches, asaltando a otros escolares o fumando porros. Los padres de algunos trabajaban todo el día, dejando su educación al azar. Otros simplemente les dejaban todo el día en la calle y no se preocupaban de ellos. El resto de niños vivía con abuelos o tíos, porque sus padres habían desaparecido, estaban en la cárcel o habían muerto. Liduvel (desgraciadamente) conocía el nombre de todos ellos. Estaban todos preinscritos en la lista negra, con un protocolo de destino de futuro incierto e incluso duro y cruel, hasta que Simón intervino en sus vidas y el libre albedrío concedido a las humanos provocó aquella importante variación. Ahora tenían una pequeña posibilidad, aunque el mal aún rondaba a su alrededor, lo sentía.
    ¡Hola!—le saludó ella con la mano. Simón la distinguió.

    ¡Hola! ¿Qué tal la operación de Teresa? ¿Salió todo bien?—le preguntó Simón, agradeciendo aquella interrupción en el entrenamiento y secándose el sudor de la frente, ya que no estaba aún demasiado acostumbrado a tanto ejercicio físico.

    Todo bien. Ya veo que los futbolistas están aprendiendo mucho. Pero aún no son capaces de meterme un gol...—les provocó Liduvel en voz alta, llamando su atención, con ojos entornados con maldad. Sentía que Lea se revolvía en su interior. Algo que la llamaba dentro del campo. De forma borrosa supo que le había gustado jugar a fútbol cuando solo era una niña inocente, y no lo hacía mal, pero todo eso quedó atrás. Si le hubieran permitido continuar cuando tuvo la edad y ya no puedo seguir jugando con los chicos, quizá no hubiera sido una sucia drogadicta.

    ¿Qué no? ¡Pero si eres una chica!—protestaron los chicos, con desprecio.
    (ja eso es lo que tú te crees machista en miniatura)
    Venga, invito a un helado al que me meta un gol—les provocó ella, entrando en el campo con paso decidido.
    Los chicos se rieron. Empezaron a lanzarle sin piedad, con toda su fuerza. Ella los paró todos, saltando como un gato, empleando puños, pies e incluso la cabeza. Al momento, los chicos dejaron de reírse. Estaban asombrados y murmuraban entre ellos. Simón, que conocía el secreto de su destreza, movió la cabeza, como regañándola por hacerles sentir como fracasados.
    Oidme, chicos. Hoy os invito a helado porque lo habéis intentado con todas vuestras fuerzas. Pero no seréis los mejores hasta que seáis capaces de meterme un gol—les dijo ella, haciéndoles gritar de alegríaVendré todas las tardes un ratito, cuando salga del hospital, para probaros. Si no conseguís meterme un gol, vosotros me invitareis a mí a un helado.
    Ellos se rieron, por el mal negocio que hacía aquella tonta. Ellos pagarían entre todos un helado, mientras que si conseguían meterle gol, ella pagaría helados para los que le marcasen gol. Liduvel le dio el dinero a Simón, quien exhibía una amplia sonrisa.
    El día que me metan un gol, inscríbelos en un campeonato. Los equipos locales los ficharán y saldrán de la calle, donde el mal les acecha. Tu escuela de fútbol es una idea estupenda... puedes haber salvado un puñado de almas del infierno. Ya sabes, variaciones en el protocolo de destino…—le dijo a Simón. Le guiñó un ojo y se marchó, cubierta de polvo, pero feliz. 
     
    ¿De donde has sacado esa portera, Simón?—le preguntaron los chicos, intrigados, viéndola alejarse con su orgullo algo herido.

    Esa chica es un auténtico demonio, jovencitos. El día que le metáis un gol... estad seguros de que seréis los mejores—aseguró Simón sin mentir, con una sonrisa torcida¡Y ahora vamos a por esos helados!
    Daniel tomó nota: «Crea nuevos estímulos para los chicos de la escuela de fútbol de Simón. Les ha motivado con muy pocos recursos y mucho esfuerzo personal, lo cual es meritorio». Pensó dos veces la última frase y borró «lo cual es meritorio» porque se trataba de que Gabriel lo juzgase, no él. De todas formas, había disfrutado mucho con los chiquillos y las peripecias de Liduvel para parar los balones. Esta chica (si de esa forma podía denominarla) era increíble.

    (continuará)