UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 10)








Hola, lectores y lectoras. Llevo un día de retraso en colgar el capítulo correspondiente a esta semana, porque estamos celebrando las fiestas fundacionales de mi ciudad y no paro en casa. Hoy, mientras estamos mirando la Gala de los Oscars 2016 por la tele, os cuento esta parte de "Una fugitiva un tan especial". 

Liduvel pensaba que su misión estaba siendo todo un éxito, todo iba sobre ruedas, pero se siente muy sla y desea compartir con alguien su gran secreto. Para ello elige a quien mejor la puede comprender: Simón, a quien conoce porque intentó derrumbarle sin conseguirlo. Pero antes de que pueda contarle su increíble historia, algo sucede que le impide continuar con sus planes. ¿Qué ocurrirá ahora? Vamos a ver...


10. 

Liduvel caminaba tranquilamente por el mundo bajo la funda de Lea Pineda. Estaba bastante satisfecha de su andadura hasta aquel momento. Teresa se sentía feliz. Alicia se había reconciliado con Lea. En cuanto a aquel cuerpo maltrecho, lo había nutrido bien, había hecho ejercicio con gran esfuerzo y había ganado un poco de masa muscular. Poco a poco los dolores y espasmos del síndrome de abstinencia iban cediendo y espaciándose. Esto le hacía comprender lo difícil que era para un humano abandonar las drogas. De hecho, para un humano casi era imposible hacerlo sin ayuda de química y apoyo psicológico. Pero ella era extremadamente fuerte, y pensaba que acumulaba puntos con aquel dolor, evitándole el sufrimiento a Lea. 

Cuando se miraba al espejo ya no sentía náuseas al enfrentarse a aquel pálido reflejo de un ser humano. Aún odiaba aquel pelo enmarañado y de un color indefinido que – para su satisfacción- se enrojecía poco a poco - ya que su hermoso ser empezaba a translucirse a través de Lea.

Aceptando la amable invitación del instituto se integró en el equipo de voleibol, más que nada por Lea, para que el deporte mejorara un poco más aquel físico esquelético. Ella podía haber practicado cualquier disciplina, las conocía todas, ya que había metido baza en todos aquellos deportes donde pudiera provocar exaltación incontrolada, insultos y golpes. Aquel había sido el hobbie favorito de muchos de sus colegas y ella misma les había acompañado alguna vez, para disimular su falta de motivación.

Pero aquel cuerpo se agotaba con facilidad y debía de usar de todo su poder para moverlo y soportar los entrenamientos y los partidos. A pesar de ello, su entrenadora estaba satisfecha por el esfuerzo, y sus compañeras, obligadas de mala gana a aceptarla, empezaron a apreciarla, pues no jugaba mal y era muy competitiva. Nunca daba una pelota por perdida.

Liduvel creía que algo vivo emergía de Lea cuando jugaba. Debió haber sido una buena deportista, cuando aún no había caído en la droga.

Pero aún así, totalmente integrada en la vida de Lea, Liduvel seguía sintiéndose sola e incompleta.

Quizá por eso rondó por el barrio hasta que encontró de nuevo a Simón. Al fin y al cabo, como hombre de Iglesia, Simón era una autoridad en ángeles y demonios, justo lo que necesitaba en aquel instante para sincerarse e incluso buscar consejo.

Lo halló charlando con unos chicos, intentando convencerles para formar un equipo de fútbol y no campar a sus anchas por las calles (incluso en horario de colegio) donde sólo podían encontrar droga, robar bolsos, accesorios de coches, y buscarse problemas en general. Ella sonrió ante la iniciativa. Estaba bien recoger los corderitos en el redil, a salvo de los lobos. Cuando Simón les dejó, ella se acercó. Simón tenía un aspecto gracioso con aquellas gafas de montura redonda y el pelo alborotado por el viento. Seguía pareciéndole muy atractivo para ser un humano. Tuvo que hacer un esfuerzo por reprimir lo que pensaba sobre Simón y el repaso que le daría, porque perdería muchos puntos…
    ¡Hola, Simón!—le saludó, con un gesto alegre.

    ¡Hola! ¿Nos conocemos?—la saludó él, mirándola con curiosidad.

    Soy uno de tus múltiples fracasos. Me salvaste la vida...—asintió ella. Al principio Simón no reconoció en ella aquel despojo que recogió en la calle y depositó en un hospital. Ni siquiera la había visitado, porque creyó que iba a morir y le daba mucha lástima. Había visto tantos de aquellos casos...

    ¡Aaaaah! Me alegro de verte tan bien. Eres una chica con suerte. ¿Y qué es de tu vida?—se alegró él sinceramente al reconocerla.

    Bien… es una vida realmente simple: estudio, ayudo a Teresa... busco un empleo para ayudarla, quiero que se deje algún trabajo. Está muriéndose de cáncer ¿sabes?. No puede seguir esta marcha o perderá más tiempo de vida. Y eso es triste. Este mundo es tan hermoso...—le contó ella, con el mismo tono de voz tan tranquilo como si hablara del buen tiempo que hacía.
Él pensó que hablaba con demasiada naturalidad sobre la muerte de su madre. Podía ser fruto de su propia experiencia cercana a la muerte, pero sonaba muy fría.
    ¿Quieres... hablar sobre eso...? Disculpa, no sé tu nombre...—ofreció él.

    Me conocen como Lea Pineda, pero no soy quien piensa todo el mundo. A ti no pienso mentirte, porque debes ser uno de los pocos humanos en el mundo que podrá creer mi verdadera historia, debido a tu fe. Lea casi murió en aquel callejón asqueroso. Le permití quedarse con un hilo de vida para manejarla, como quien maneja una marioneta. Yo la utilizo como funda, como escondite... sirve a mi propósito perfectamente, de momento...—le contó ella, con la naturalidad con que hablaba de la inminente muerte de su madre.
Simón reprimió un escalofrío. La chica debía haberse trastornado. Parecía un caso bastante claro. Le seguiría la corriente, por si acaso.
    ¡Ah, ya!—musitó Simón, con cara de poker, alertado por sus palabras.

    Te parecerá extraño, Simón, pero estoy cansada de disfrazar la verdad para que no me encierren en un psiquiátrico, porque no debo mentir. Eso restaría méritos a mi hazaña. Y ahora necesitaría que alguien conociera la verdad absoluta, la que nadie conoce. Un sacerdote lo guarda bajo secreto de confesión ¿no es así?. ¿Puedes escucharme un momento?... Bueno, en realidad es bastante más que un momento. Es una historia muy larga, que se desarrolla a lo largo de eones, pero puedo resumirla para ti lo más posible....—pidió ella, revelando el motivo de haber ido precisamente en busca de Simón.
Simón se sintió mareado. Todo a su alrededor se volvió irreal con aquellas palabras. Ahora debía utilizar de su faceta de psicólogo para ayudar a aquella pobre chica. Asintió, resignado.
    Por supuesto, para eso estoy. Habla. Te escucho—le ofreció él, dispuesto a escuchar todo tipo de locuras sin alterarse, aunque el corazón se le desbocase. Temía la locura más que cualquier enfermedad. Mucho más.
Antes de que Liduvel pudiera decir ni una palabra, se escuchó una gran explosión y vieron brillar un fogonazo con una intensa luz rojiza, a poca distancia de allí. La tierra tembló bajo sus pies y ambos cayeron de rodillas. Reventaron los cristales de ventanas y escaparates, cayendo sobre la acera con gran estrépito. La gente empezó a gritar, corriendo hacia todas partes. Cuando se levantaron pudieron ver una brillante humareda de color rojo que se alzaba a pocas manzanas de donde estaban.
    ¿Qué ha sido eso? Parece un atentado o una explosión de gas. Quédate aquí. Voy a ver si hay heridos—farfulló Simón, consternado, mirando a su acompañante, que no parecía extrañada en absoluto.

    Voy contigo—le dijo ella con voz temblorosa, aunque sus piernas humanas se negaran a obedecerla, quizá debido a su propio miedo.

    A los ojos inexpertos de los humanos podía parecer un atentado o una explosión de gas, pero ella temía la verdad y no se atrevía ni a pensarlo. Una violenta explosión que removía la tierra y provocaba un característico humo rojo… solía coronar la aparición espectacular de alguien muy conocido. Sinceramente, no pensaba que fuera él en persona quien se diese cuenta de su fuga, pero a pesar de su terrible intuición, corrió junto a Simón para enfrentarse a la verdad.
     
    La gente comenzaba a agolparse en torno a un callejón. Justo en el punto concreto donde Liduvel se había introducido en Lea, aparecía un gran boquete que dejaba al descubierto alcantarillado y canalizaciones varias que habían reventado. Había en el ambiente un fuerte olor que ella conocía muy bien.
     
    La policía de barrio llegó casi de inmediato al lugar y lo acordonó, sin explicarse qué había ocurrido, ni por qué se sentía aquel fuerte olor a azufre. Hablaban entre ellos de una reacción química, quizá de un laboratorio ilegal de drogas, ya que no olía a gas, que podía ser otra explicación para la explosión. Avisaron a los bomberos.
     
    Un mendigo de cabellos largos y sucios, con ojos muy espantados, intentaba explicar a los policías lo que había visto, pero ellos le dieron largas, porque no entendían nada y pensaban que sus titubeos se debían a que estaba borracho. El hombre tenía una brecha en la cabeza debido a que algo le había impactado por la explosión. Avisaron a la ambulancia, pero fue lo único que hicieron por él.
     
    Liduvel se acercó al mendigo, que permanecía temblando sentado en el suelo de la calle, y se agazapó junto a él. Simón se apartó de ella por si podía ayudar a alguien más. Mejor así, ya que podía hablar libremente con aquel hombre.
    ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha visto en el callejón?—le preguntó directamente al mendigo, secando la sangre de su frente con un pañuelo de papel.
    Al verse atendido por alguien dispuesto a escucharle, el hombre dejó de mirar al vacío y balbucear para centrarse en lo que había visto y oído.
    Todo explotó y yo caí al suelo, me cayeron cascotes y cristales encima y desde el suelo… le vi salir del fuego. Juro que caminaba entre el fuego y no se quemaba... Creí que me iba a fulminar, pero no me hizo nada...—farfulló aterrado el hombre, temblando violentamente, pensando que aquel ser extraño podía haberlo pulverizado con mover un dedo. De un ser que anda entre las llamas sin quemarse, podía esperarse cualquier cosa.
     
    ¿Era un hombre muy guapo, con una mirada penetrante, alto, bien peinado y muy elegante, con uno de esos trajes que cuesta un pastón?—describió ella, y él la miró asombrado de que ella le reconociera. Entonces debía ser más real de lo que esperaba que fuera.
     
    ¡Sí! ¡Sí, así era! Me miró y sus ojos eran de hielo. Yo sabía que él pensaba: «Este despojo no es peligroso. No hay nada que temer de él» y pasó de mí. No sé como pude saber yo lo que él pensaba, pero lo supe...—explicó el hombre, entusiasmado al ver que ella le creía y sabía de qué hablaba, no como los estúpidos policías, que pensaban que estaba borracho. Justo en uno de los escasos momentos en que estaba sobrio, había sufrido aquella aparición fantasmal ¿Quién era? Tú sabes algo, le conoces. Dime quién era—indagó el mendigo, exigiendo una explicación.
     
    Amigo, has sobrevivido a una brillante aparición del mismísimo Lucifer. Podrás contárselo a tus nietos, si es que dejas de beber y llegas a vivir tanto como para ser abuelo. Vuelve a tu casa, pide perdón a tu hermano por lo que le hiciste y acepta el trabajo que te ofrecerá. Tu mujer aún te espera. No te esperará mucho más. Hazlo o morirás solo y abandonado, y no tardarás mucho en hacerlo. Cambia tu camino, serás feliz y llegarás a viejo. Ese es mi valioso consejo, en pago por tu ayuda—le reveló Liduvel, palmeando su hombro. Le dio otro pañuelo limpio para sustituir el empapado en sangre y le obligó a presionar contra la herida.
     
    ¿Lucifer? ¡Anda, la ostia!—espetó el hombre, aterrado. Supo que era cierto, aunque aquel hombre no luciera cuernos y rabo ni su piel fuera rojiza. Lo aceptó con tanta naturalidad como supo lo que pensó de él. Solo después de que Liduvel se fuera, cayó en la cuenta de lo que le había dicho aquella chica extraña que conocía a Lucifer. Se levantó un poco mareado y tanteó en su bolsillo. Si tenía suficiente dinero para tomar un autobús, volvería aquel mismo día a su casa, si no, lo mendigaría. Todo se había removido en su interior, y de repente perdieron importancia las razones que le llevaron a ser un «sin techo». Sintió mucho miedo y supo que ya no podía estar más tiempo viviendo en la calle.
     
    Liduvel olvidó a Simón entre la gente. Estaba muerta de miedo, pero debía afrontar aquel encuentro cuanto antes. Había esperado que al final del proceso de fuga tendría que enfrentarse a él, pero no tan pronto. Aún no creía haber acumulado bastantes méritos para solicitar el «traslado».
    (dónde podré encontrarle debe ser un lugar especial no me esperará en cualquier sitio ya sé será en suelo sagrado a él le encantan estos jueguecitos)
     
    Pensó con la rapidez que su pánico le permitía y cayó en la cuenta de que la iglesia de Simón estaba muy cerca. Ese era el lugar elegido. El corazón de Lea se había desbocado debido a su miedo. 
    (continuará) 

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 9)



Hola, lectores y lectoras. En esta ocasión, volvemos al burocrático y organizado infierno, donde Gabriel y Daniel siguen indagando sobre la diablesa que se ha fugado y alojado en una chica drogadicta, aún no saben con qué extrañas intenciones. Por supuesto, la discreción solicitada por el arcángel, brillará por su ausencia. Los chismosos, que no faltan entre las filas infernales, no dejarán de remover los rumores hasta que lleguen a instancias superiores...

Os dejo para que disfrutéis con este capítulo infernal...

9. 

Una vez comprobado en el departamento infernal correspondiente lo que Gabriel ya intuía, los dos ilustres visitantes del Lado Luminoso esperaron pacientemente a que Fidelón, el Jefe de Departamento Especial de Posesiones, buscara en todos los archivos escritos y en los bancos de memoria habidos y por haber, un permiso o solicitud de permiso de posesión del cuerpo de Lea Pineda. No había constancia de ninguna autorización, ni siquiera de la solicitud. Fidelón frunció el ceño. Detectar un fallo así en el perfecto sistema burocrático ante sus distinguidos visitantes era doblemente grave. Su cabeza podría correr peligro.
    Esto es absolutamente irregular. No me lo explico. Desde que estoy al cargo, se han endurecido las medidas y se respeta el protocolo a rajatabla. Si no hay solicitud cursada, no hay permiso... y si no hay permiso es absolutamente inviable ocupar un ser humano. ¿Cómo puede haber ocurrido?—se extrañó, muy preocupado por aquel hecho sin precedentes.

    No sólo eso, amigo Fidelón. La huésped no solo ha infringido la normativa en cuanto a la solicitud de permiso... tampoco cumple el protocolo de posesión en lo referente al artículo 2 c), que es, como debes saber, hacer todo el daño posible a la poseída y a los que la rodean. Sobre todo el objetivo fundamental es hacer tambalear la fe. De hecho, incumple el protocolo completo—señaló Gabriel, frotándose la barbilla con fingida preocupación. Daniel asintió. Eso ya lo sabía antes de realizar la investigación, pero suponía (correctamente) que debía reunir pruebas concretas. Por otra parte sabía que el caso divertía especialmente a Gabriel, quizá porque preocupaba mucho a sus colegas infernales.

    Debería darse parte de este asunto a niveles superiores, o inferiores, dicho más propiamente—señaló Fidelón, con el rostro descompuesto por la preocupación y un acentuado temblor en las manos. Su jefe le destinaría al rincón más hondo del infierno por aquel fallo en el sistema.

    No, todavía no. Te ruego discreción, amigo Fidelón. Debo seguir investigando. No molestes a Lucifer por esto, al menos hasta que estamos seguros de lo que ocurre. Si averiguara algo, debido a su innata intuición, deberás dirigirle a mí, para salvar tu cabeza—le ordenó Gabriel, y Fidelón asintió, un poco aliviado. Gabriel era su Superior, por encima del propio Lucifer, debido a su elevada posición en el Lado Luminoso, de modo que le debía obedecer ciegamente según el protocolo. 
     
    Como ordene, señor. Me tiene a su disposición para lo que necesite...—asintió Fidelón agradecido, cuadrándose ante Gabriel.

    Lo que ahora necesito es conocer todos los datos sobre la diablesa ocupante. Para abrir un proceso es necesaria una ficha completa del inculpado—señaló Gabriel a Daniel, que tomó notaCreo haberla reconocido, empieza a traslucirse a través de los rasgos humanos de Lea. Creo recordar que se llama Liduvel…—señaló al fin, revelando algo que intuía antes de poseer pruebas concretas.

    ¿Liduvel? Liduvel... si... Se trata de una diablesa primigenia, según creo. Pero no me suena que ocupe puestos de importancia. ¿Ha averiguado en qué departamento trabaja?—se extrañó Fidelón, quien al fin conocía el nombre de la infractora, que hasta ahora había permanecido en el anonimato. Lo marcaría en su lista negra, por darle aquel mal rato.

    No, lo siento. Nos hemos dirigido para buscar información en el departamento de Personal... y según parece... un hacker numerario introdujo virus informáticos en el sistema. Ya sabes… deformación profesional. Están arreglando el estropicio y reponiendo sus bancos de datos—respondió Gabriel, informando al intrigado Fidelón lo que le habían explicado los aterrados numerarios de Personal, que de haber estado vivos hubieran sudado a chorros, por su presencia y por no poder ofrecerle información debido a aquel incidente.
Gabriel había perdido la pista de Liduvel mucho tiempo atrás, poco después de que la encontrara en un lugar y en una situación sorprendentes para una diablesa. Debió darse cuenta en aquel momento de que algo extraño le estaba ocurriendo. Debió ver entonces que estaba sufriendo una transformación... Pero en su defensa podía alegar que estaba demasiado afectado por los dramáticos acontecimientos de aquel día oscuro para pararse a pensar en ello.
    Será un poco más costoso, pero lo averiguaremos. Pónganse cómodos, por favor—les ofreció Fidelón, señalando unos cómodos sillones de color rojo furioso. Gabriel se lo señaló a Daniel, por si no se atrevía a sentarse.

    Si me lo permite, señor, yo podría subir al mundo para continuar mis indagaciones sobre Liduvel. Quizá averigüe algo interesante—se ofreció Daniel.
Gabriel sonrió ante su oferta. El joven numerario estaba bastante impresionado con aquel caso. Se reflejaba en sus informes, donde hablaba apasionadamente de aquella fugitiva tan especial como si se tratase de una heroína. Por lo que él sabía (y sabía mucho más de lo que confesaba) era absolutamente natural que Liduvel le hubiera dejado sin aliento, aún sin conocerla personalmente. Era una diablesa impactante, lo recordaba bien.
    Me parece bien. Ve, Daniel. Continúa la investigación sobre Liduvel. Refleja cada hora de su vida en el mundo, cada pensamiento, cada intención...—asintió Gabriel, complacido por su entusiasmo.

    Sí, señor—asintió Daniel.
Un poco apartada del grupo, en el pasillo junto a los archivos, había una numeraria, Fedra, que había escuchado atentamente la extraña conversación. Cogió de la mesa unos papeles para disimular, mientras se apresuraba a regresar a su puesto. Pulsó el intercomunicador para contarle todo a su amigo Delmor, quien la había puesto en antecedentes de aquel caso. 
 
Delmor se apresuró a comentarlo con su compañera Sireva, y ésta lo comentó con Martín, secretario del Subdirector de Área, Martudel, quién a la hora del almuerzo lo comentó con sus inseparables amigos Calixto y Demetrio. Poco después, el rumor llegó a la antesala del despacho de Lucifer. 
 
El Príncipe de las Tinieblas tenía un buen oído. De hecho, le era absolutamente innecesario el uso de intercomunicadores. Al escuchar todos aquellos rumores que habían alborotado a varios departamentos, empezó a preocuparse. Lo primero que pensó es que era realmente excepcional la presencia del viejo Gabriel en el infierno, indagando sobre su personal. No recordaba el aspecto de la infractora Liduvel, una diablesa primigenia que no ocupaba ningún cargo de importancia, ni siquiera una miserable Jefatura de Departamento, como de hecho debería ser. 
 
Ejerció sus potentes poderes telepáticos para averiguar quién era. Aquella diablesa arrastraba una serie de incidencias a lo largo de eones que la habían apartado de los puestos superiores. Sin embargo había logrado perpetrar una posesión sin permiso, algo que en teoría, no podía hacerse. Le intrigaba tanto aquella grave infracción, que se planteó ascender al mundo por pura y simple curiosidad. Hacía mucho tiempo que no se ocupaba personalmente de ningún asunto de relevancia, ya que para el trabajo duro, tenía a millones de subordinados.
(continuará)

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 8º)









Hola, lectores y lectoras. Sin más dilación, vamos a por el octavo capítulo de "Una fugitiva un tanto especial". En esta ocasión, Liduvel comienza a comprender el funcionamiento del corazón humano (a nivel metafórico) cuando Alicia intenta recuperar su amistad perdida.




8. 
Alicia pulsó el timbre, respirando hondo. Le había costado mucho reunir valor para aquella visita, pero no se iba a echar atrás. Años de amistad con Lea se lo exigían a gritos. Le abrió la puerta su madre, mirándola con curiosidad, pues no la conocía. Lea nunca le había presentado a sus amigos, ni le enseñaba fotos. Incluso cuando se encontraba bien (cuando aún no había caído en el abismo de las drogas) no le contaba gran cosa sobre su vida. Eso también había cambiado ahora. Hablaban mucho y había invitado a una amiga a su casa.

Hola, soy Alicia... amiga de Lea... ¿Está ella?—la saludó Alicia.

Si, pasa, por favor. Está ahí, en su habitación. Al final del pasillo, no tiene pérdida—la saludó Teresa con gran alegría.

Gracias—respondió Alicia, entrando.

Miró a su alrededor con discreción. En todos los años que fueron amigas, nunca fue a su casa, ni siquiera sabía dónde vivía, pero para eso se tenía por una detective impresionante. Había invadido todos los archivos informáticos conocidos y por conocer, hasta dar con su domicilio. Imaginó que Lea sentía vergüenza de vivir allí, porque su casa era sencilla y ella vivía en un bonito piso, con más de 150 metros cuadrados, una impresionante terraza donde se podía uno perder entre plantas y flores, y cinco dormitorios con sus respectivos vestidores y cuartos de baño. 

Pero Lea no tenía por qué avergonzarse de su casa. Ella no juzgaba a nadie por su posición social y debería haberlo sabido. No siempre fue rica. Un golpe de suerte de su padre en un buen negocio, y ¡zas! De no llegar a fin de mes a poder veranear en las Bahamas. Aún así, no había olvidado los malos tiempos, ni quería olvidarlos tampoco. Por eso se negó a cambiarse de instituto y asistir a uno privado y escandalosamente caro, a pesar de la insistencia de sus padres.

Llamó a la puerta de la habitación y la huésped de Lea se quitó los cascos y se incorporó en la cama, extrañada al verla.

(esto si que es una sorpresa ya veo Alicia viene a ganar el perdón quiere reconciliarse no lo esperaba al menos no tan pronto estos humanos aún pueden sorprenderme)

Hola, Lea. Espero que no te moleste que haya venido. Quería... contarte lo que ha pasado en el instituto...—la saludó Alicia, sin pasar de la puerta.

Pasa y siéntate—le ofreció ella, amablemente pero sin sonreírle. Indagó en su alma, y no vio ninguna mala intención en ella. Su única intención era intentar reparar el daño infringido. 

Alicia se sentó en el borde de la cama. Le encantó aquel techo pintado con nubes de un blanco azulado y de blanco rosado, tan reales que en cualquier momento podían asomarse entre ellas una legión de angelotes gorditos. Respiró hondo y le contó cuanto había pasado respecto a su caso, su sentida defensa y la intervención de su madre. Le contó que habían sido todos convocados a una reunión urgente en el salón de actos, y se les dieron órdenes concretas de colaboración para integrarla de nuevo, y demostrar así que aquel instituto era solidario con las personas que pretendían abandonar las drogas y volver a la normalidad.

Pero no estoy aquí porque me lo dijeran ellos. Yo ya estaba decidida a ayudarte... porque has cambiado, y eso tiene mucho mérito. En fin... solo quería que lo supieras. No sé si volveremos a ser tan amigas como antes, pero yo estoy dispuesta a intentarlo...—le dijo Alicia, de carrerilla. Se notaba que había estado preparando el discurso, lo cual no lo desmerecía. Al contrario, pensó que si alguien prepara un discurso y no lo deja a la improvisación, es porque se preocupa de quedar bien.

Estupendo—respondió ella solamente. Alicia era sincera y eso merecía que le diera una oportunidad, pero si recibía con demasiada alegría su ayuda, resultaría sospechoso. El juego consistía en no ponerselo demasiado fácil y parecer desconfiada.

Bien. Me voy... tengo que... estudiar, ya sabes, el examen de historia...—le dijo Alicia, levantándose Y un consejo... en el examen... contesta solo lo que dice el libro. No se trata de saber lo que pasó de verdad, eso les importa un carajo. Se trata de poner lo que quieren que creas que pasó... y eso es justo lo que pone en el libro ¿Vale?—aconsejó Alicia, tímidamente.

Vale, tomaré nota—asintió ella con una sonrisa traviesa.

Cuando Alicia se disponía a salir, viendo que no se atrevía a abordar el verdadero tema que la había llevado a ayudarla en el instituto y a verla de nuevo en su terreno, creyó conveniente darle pie a decir lo que venía a decir.

Ahora dime la verdad, Alicia... ¿qué te ha traído realmente hasta aquí?. Deberías decir lo que tengas que decir—la invitó a hablar entonces, fijándose bien en su reacción.

Alicia tembló. Temía aquella conversación. La había preparado con cuidado, pero seguía temiendo enfrentarse a la verdad: ella podía haber corrido la misma suerte que Lea. Coqueteaban con las drogas, todos lo hacían. Y como todos, estaba segura de que lo podía dejar en cuanto quisiera. Era cuestión de tiempo que se enganchara a cosas más fuertes, como cocaína o heroína. Pero entonces vio a Lea derrumbarse con espantosa rapidez cuando empezó a probarlo todo, debido a las malas influencias de su nuevo amigo Adrián. Sintió miedo y se echó atrás. Para su sorpresa le costó mucho dejarlo. Tuvo que reconocer que aquella química le hacía falta y se sentía muy mal al dejarla. También tuvo que cambiar de hábitos y dejar a sus viejos amigos, porque todos tomaban algo y la empujaban a seguir. El difícil proceso de regreso a la normalidad pasó para todo el mundo como una ligera gripe, nervios ante los exámenes, ruptura con viejos amigos... verdades y mentiras encadenadas para que su familia no se enterara de la verdad.

En aquel complicado regreso a la normalidad recibió el valioso apoyo de Alex, que también se sentía culpable por haber permitido que Lea cayera de esa forma. En alguna ocasión lloraron juntos por ella, pero aunque hubieran intentado advertirle del pozo donde estaba cayendo, Lea tampoco les hubiera escuchado. Estaba ciega y sorda a todo lo que era razonable.

Alex también lo dejó todo excepto el tabaco, y sobrellevaron juntos aquellos momentos difíciles. Por eso un día se enrollaron y aún seguían juntos, debido al mutuo apoyo que se habían brindado.

Lo siento mucho, Lea. Te vi cambiar... te vi caer. Me supo muy mal, te lo juro, pero yo no quería... convertirme en... alguien como tú. Ya no tomo tripis ni fumo porros. Ya no me gusta ir a la discoteca donde íbamos ¿recuerdas? Está llena de gente rara... bueno, ya sabes, como tus amigos de la cuadrilla de Adrián. Tomamos algo por ahí, vamos al cine, a la playa en verano... llevamos una vida mucho más tranquila. Alex incluso quiere dejar de fumar, pero en cuanto llega un examen, fuma como un carretero...—soltó finalmente Alicia con gran esfuerzo y considerable alivio La verdad es que nos apoyamos mutuamente para no caer otra vez... por eso nos… liamos. De todas formas, tú ya no estabas. Te liaste con ese cerdo de Adrián y yo... yo no... me hubiera liado con Alex si tú aún... hubieras estado por él. Y... si tú quisieras... volver con Alex... me dolería mucho, pero me apartaría, en serio. Ahora que has vuelto de ese infierno donde estabas... me siento fatal, como una traidora...—musitó Alicia, con una voz cada vez más baja, confesando todo lo que la quemaba por dentro.

(ahora me ofrece a su novio como prenda de reconciliación qué encanto y lo bueno es que es sincera)

Bien... Está bien que os unierais para vencer. Y no voy a separaros. Él ya no me gusta...—sonrió ella con aire burlón. Alex nunca hubiera sido su tipo, con aquel cuerpo delgado y desgarbado y sus pequeños ojos oscuros y pequeños como los de un ratón. Ella tenía mejor gusto para los elementos masculinos Y ahora confiesa, Alicia... reconoce que Lea Pineda os salvó la vida. Dí que al verla caer, lo pensasteis dos veces y os salvasteis de una buena...—pidió ella, entornando los ojos con cierta maldad.

Es verdad. Es verdad...—reconoció Alicia, más tranquila al ver que Lea no tenía intenciones vengativasNos salvaste. Te lo debemos...

Y de forma instintiva, Alicia se acercó y abrazó a quien ella pensaba que era Lea, en nombre de su antigua amistad y porque se lo debía. Liduvel se quedó un instante en suspenso, porque no sabía cómo debía reaccionar. Al instante pensó que debía abrazarla también y entonces notó de nuevo aquella corriente de bienestar que la llenaba cuando hacía algo bueno.

(aaaaaah de forma que esto es la amistad bien también podría acostumbrarme a esto)

En cuanto lloró un poco abrazada a ella, Alicia se calmó y se levantó, mucho más aliviada. Intentaba sonreír cuando se despidió.

— Me gusta que lo hayamos dejado todo claro. Ahora si que me voy. Nos vemos mañana, hay que estudiar...—musitó Alicia, enjugándose las lágrimas con un kleneex.

Claro, estudia cuanto quieras. Yo ya me lo sé todo...—sonrió ella, con gesto travieso.

Alicia resopló. A pesar de sus consejos, seguro que otra vez pretendería ser creativa en el control de historia y la suspenderían. Era raro que hiciera eso, pero tampoco era normal que sacara tan buenas notas en todo lo demás. Lea nunca había sido especialmente brillante, solo una más del montón.

Gracias por venir, Alicia. Me ha gustado hablar contigo—se despidió ella, antes de que saliera por la puerta. Alicia asintió. Era un inmenso alivio haberse enfrentado de una vez a la verdad.

Ella se quedó tumbada escuchando música, mientras pensaba en que Axel nunca se había puesto en contacto con ella para disculparse, o para intentar enmendar el daño que le había hecho. Era lógico que no lo hubiera intentado en los primeros tiempos tras la Gran Rebelión, cuando estaban separados por una distancia inmensa y ella estaba severamente confinada entre oscuridad y fuego. Tal vez tampoco era conveniente que lo intentara en el tiempo que continuó al de la distancia eterna, cuando los ángeles caídos estaban en libertad vigilada y Axel podría haberse visto comprometido por hablar con ella... pero después... ¿por qué no había reunido valor como aquella chica traidora que intentaba reconciliarse y pedir perdón a su forma? ¿Y el luminoso ángel Axel pretendía ser un ser superior a aquel animalito insignificante, poco más evolucionado que los monos?

La rabia llenó aquellos ojos humanos de lágrimas, y se sintió sorprendida. Se tocó aquellas lágrimas que no provenían del dolor de Lea, sino del suyo. Ellas dos estaban totalmente conectadas y se parecían más de lo que hubiera deseado. Defintivamente ya no sentía aquel profundo desprecio por Lea,  por su debilidad y su simpleza. Estaba decidida a convertirla en una persona de provecho, como decían los humanos, y estaba yendo por buen camino, a su modo de ver.
(continuará)

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 7)






Liduvel ha sido descubierta. Su fuga ya no es un secreto. Ha sido un joven numerario, aspirante a ángel de la guarda, quien primero ha intuído la presencia de un ente que ha poseído a Lea, una joven drogadicta. Lo que no le cuadra es que ese ente, en lugar de actuar de forma cruel y destructiva con la anfitriona y su entorno, está haciendo el bien y mejorando la triste vida de la pobre Teresa. 

Daniel será fundamental en el futuro de este proyecto de fuga. Pero también Gabriel, quien desde el primer momento apoya la investigación sobre la huesped de Lea. Sus indagaciones les llevará hasta el mismo infierno... un tanto diferente al concepto que tenemos de él, como ya comprobaréis...

 ¿Querés saber más? Vamos con la séptima entrega de "Una fugitiva un tanto especial".

7. 
Cuando Gabriel tuvo delante todo el material preparado cuidadosamente por Daniel, no le fue necesario visionarlo todo. Apenas vio a Lea, distinguió claramente el aura que la rodeaba. Un demonio primigenio habitaba en su interior, como había intuido Daniel. Entornó sus ojos expertos y comprobó que Lea estaba cambiando físicamente, según los testimonios gráficos de su aspecto anterior a la sobredosis. Se estaba embelleciendo, su cabello se tornaba de un color rojo vivo, y su mirada era sagaz, profundamente observadora, tan llena de conocimiento y sabiduría que no podía pertenecer nunca a un ser humano, al menos a uno de tan escasa edad. No, aquella presencia había vivido mucho tiempo en el mundo, y aunque parecía un poco perdida y desorientada en la piel de Lea Pineda, era muy sabia. Había realizado una jugada maestra, al parecer, con una intención que para él parecía clara, aunque absurda: ganar méritos para fugarse del infierno.
Su sonrisita torcida intrigó a Daniel, que aguardaba alguna reacción.



¡Vaya, vaya, amigo Daniel! En verdad has descubierto una conspiración un tanto extraña—reveló Gabriel, con aquella sonrisa enigmática.

Gracias, señor—respondió él, complacido.

Me ocuparé personalmente de este caso, ya que me parece importante. Si no tienes objeción, puedes acompañarme como ayudante—le ofreció Gabriel. Daniel, de haber estado vivo, se habría desmayado debido a la impresión.

¡Muchas gracias, señor! ¡Es un inmenso honor para mí...!—exclamó el aspirante, cortando en ese punto todo lo que hubiera querido decir, pues intuía que podía estropear con su verborrea nerviosa lo que había conseguido.


Según Gabriel, para comprender lo que estaba ocurriendo y reconocer a la culpable de todo aquel enredo, debían volver al principio y caminar sobre los pasos de la diablesa fugitiva. Para ello debían indagar en el mismo infierno. Daniel se inquietó un poco por tener que descender a tan terrible lugar, pero gozaba de inmunidad gracias a la protección del arcángel.

Gabriel, mientras se dirigía con su ayudante hacia el infierno, en un largo descenso que no parecía tener fin, le explicó con aire divertido que –como todo el mundo sabe- la burocracia la inventó Lucifer, para dejar constancia por escrito de sus pactos con las almas conquistadas (los legendarios contratos que antiguamente se firmaban con sangre y ahora se firmaban con elegantes y caras plumas), a fin de garantizar que nadie se echaría atrás en los compromisos contraídos con él. Gabriel señaló con orgullo que en el Lado Luminoso no se exigía la firma de nada, pues les bastaba con un compromiso firme de palabra.

Sin embargo, la compleja división administrativa de áreas, secciones, negociados y departamentos era otro cantar. Hablaba de pura y simple eficacia. Los diablos primigenios (los que protagonizaron la Gran Rebelión) ocupaban los cargos de mayor responsabilidad como Jefes Superiores, dirigiendo a una cantidad ingente de diablos menores (los cuales fueron llegando paulatinamente al Infierno, y sobre quienes se rumoreaba que eran casi todos hijos de Lucifer, fruto de sus andanzas humanas y diabólicas), así como a los numerarios meritorios (que habían sido humanos extremadamente malvados y condenados por ello). La división jerarquizada de mandatarios garantizaba una óptima organización, una especialización en el trabajo y una eficacia difícil de superar. El Lado Luminoso empezó a tomar nota, aprendiendo de lo eficaz de su sistema, pero aún eran bastante anticuados en su organización, y desde luego (desgraciadamente) tenían muchísimo menos personal que en el Lado Oscuro, ya que eran muy exigentes en la selección del mismo, y esto les retrasaba mucho en su trabajo. 

Cuando llegaron al fin al Infierno, se detuvieron ante la Puerta. La misma puerta sobre la cual Dante colocó poéticamente aquel famoso y desolador cartel que decía algo así como «Quién entre aquí que abandone toda esperanza» Sin embargo, sobre ella no colgaba ningún desalentador cartel, sino que la rodeaba por ambos lados y por la parte superior un complejo directorio. 

¡Cielo Santo! Ahora sé que estoy en el Infierno—musitó Gabriel horrorizado, al ver aquel organigrama que no tenía ni principio ni fin, ramificándose desde el suelo hasta el techo y cubriendo todo el muro de entrada. 

Daniel no dudó un solo instante. Buscó con pericia entre las ramas del organigrama y señaló con orgullo cuando lo halló.

No se desaliente, señor. ¡Aquí está! Área de gestión y recursos diabólicos. Departamento de personal fijo no numerario. Creo que eso es la... diablesa que buscamos—localizó su ojo humano experto, acostumbrado por su ex-condición de parapléjico a visitar las distintas Administraciones en busca de subvenciones, solicitudes de eliminación de barreras arquitectónicas, etc... Sígame, señor. Esto no será peor que un Ayuntamiento, un Servicio Territorial o un Ministerio...—sonrió Daniel.

El funcionario numerario que vio entrar a Gabriel en persona, seguido de un numerario aspirante a ángel de la guarda, de haber estado vivo, se habría quedado sin respiración. La luz blanca que despedían ambos visitantes le deslumbraba y no sabía si levantarse con respeto o quedarse mirándolos con aire el despectivo propio de su antigua rivalidad. No había estudiado aquella parte del protocolo que dictaba lo que debía hacer en aquel caso tan improbable. Desde que él estaba condenado, nadie importante del Lado Luminoso había bajado hasta allí.

Buenos días, quiero tratar sobre un tema de personal que requiere gran discreción, al menos en un principio...—saludó Gabriel, sin darle importancia al aspecto indeciso del numerario.

Pésimos días, señor. En ese caso, acude usted al lugar correcto. Intuyo que este es un asunto de máxima gravedad, dado que nos visita personalmente alguien de su rango, por ello avisaré a mi superior para que le atienda debidamente...—indicó el numerario educadamente, librándose de la carga de tener que tratar con él.
 
Gabriel asintió, agradecido. Daniel se mantenía tras él, orgulloso de ser su ayudante y sobre todo feliz por gozar de su protección en aquel lugar terrible. El meritorio miró a su alrededor con curiosidad humana y observó los muebles, lámparas y cuadros de aspecto muy caro. Comparado con la sobria decoración del Lado Luminoso, le pareció un poco abigarrado, como las casas de los famosos humanos, aquellos que tenían mucho dinero, pero ningún gusto.

El superior del numerario salió de su despacho de inmediato, muy extrañado por la visita de Gabriel. Iba arreglándose la corbata y alisándose la chaqueta, vistiendo tan elegantemente como solían hacer los jefes de departamento.

Pésimos días, señor. Mi nombre es Neville. Mi ayudante me ha dicho que su inesperada visita se debe a una cuestión de personal ¿Cómo puedo colaborar en su investigación?—le saludó Neville cortésmente, tras cuadrarse como le habían enseñado para mostrarse respetuoso con los superiores del Lado Luminoso.

El numerario, al observar a su superior, chasqueó la lengua, disgustado. Debería haber hecho lo mismo, pero no había repasado debidamente el manual. Ahora ya lo sabía para otra vez, si es que se presentaba la ocasión.

Neville, a pesar de que no era un demonio primigenio, sino un numerario como él, tenía muchos conocimientos sobre protocolo y poseía una elegancia natural. Había trabajado mucho tiempo en una isla lluviosa y gris del mundo humano y ganó su ascenso convirtiendo a personas educadas y comedidas en terribles Hooligans capaces de cualquier cosa en un estadio de fútbol.

Mucho gusto, Neville. Es cierto. Mi investigación comenzará en el Departamento de Personal, pero también deberemos indagar en el Departamento de Autorización de Posesiones. Te ruego, Neville, que me prestes tu valiosa colaboración, y sobre todo, como ya le he indicado a tu ayudante, el asunto requiere por ahora la máxima discreción. Todo se sabrá a su debido tiempo—respondió Gabriel, con voz firme pero amable.

Neville no mostró exteriormente ni la más leve inquietud por sus palabras, sin embargo en su interior sintió que aquella visita y la investigación traería cola. No obstante, el protocolo obligaba a prestar la colaboración necesaria a sus Superiores, entre los cuales se contaban los miembros del Lado Luminoso, sobre todo un Arcángel… que después de ÉL era el que poseía más rango.

Veamos, el Departamento de Personal está aquí mismo, decimonoveno sótano, quinto pasillo a la izquierda, decimotercera puerta a la derecha, despachos del A al G. ¿Posesiones? Veamos. Delmor, consulta el departamento de posesiones. Creo que ha cambiado tanto de Jefatura como de ubicación hace poco. Sinceramente, señor, tuvimos problemas con esa dichosa película... «El exorcista», que puso de moda la posesión entre los numerarios más jóvenes e impresionables, lo cual produjo una auténtica avalancha de solicitudes, con el consiguiente papeleo para revisar, a consecuencia del cual,  el responsable del departamento sufrió una aparatosa crisis nerviosa—explicó el funcionario Neville educadamenteCreo que terminó girando la cabeza en redondo y vomitando puré de guisantes a reacción... Sinceramente, no comprendo cómo una simple película causó tanta expectación. Debo decir que era claramente inferior a la novela...—añadió con cierto desprecio por los numerarios y por su colega caído en desgracia, recordando tan lamentable episodio.

Daniel ahogó un resoplido. Era divertido que los demonios se dejaran influir por una película humana, pero así eran las cosas. Al fin y al cabo, la mayoría de ellos habían sido humanos hacía más o menos tiempo.

Por supuesto, tratándose de usted, no exigiremos que realice las oportunas solicitudes por escrito, ya que debería cumplimentar los modelos A-1, C-27, F-567 y Z-34, así como un exhaustivo informe de motivos, y por supuesto, esto retrasaría su investigación, pero debo señalar que se trata de una excepción, por ser usted quien es, bajo mi exclusiva responsabilidad. Que no cunda el ejemplo entre sus colegas, se lo ruego, ya que la base de nuestra eficaz burocracia es la solicitud por escrito, y también, por supuesto, la garantía de un expediente correctamente tramitado—le indicó Neville, dejando claro que no volvería a saltarse las reglas por nadie.

Y yo te lo agradezco inmensamente, amigo Neville—afirmó Gabriel, sabiendo que quizá su colaboración (aunque claramente determinada en el protocolo) le podría costar cara ante el irascible y poco colaborador Lucifer.

No hay de qué, señor. Veamos, sí. Eso es. Actualmente el responsable del Departamento de Posesiones es Fidelón, y la ubicación de su despacho... trigésimo tercer sótano, décimo octavo pasillo a la izquierda, puertas de la F a la H. Acompáñenme, por favor. En primer lugar, tal como ha solicitado, comenzaremos su investigación en el Departamento de Recursos Demoníacos—anunció Neville, mirando la pantalla. Se cuadró de nuevo y les indicó una puerta que se abrió automáticamente ante ellos.

Cuando le siguieron y la puerta se cerró tras ellos, Delmor respiró aliviado. No todos los días se recibía una visita como aquella. Cogió con ansiedad el comunicador interior.

Fedra, querida ¿a qué no sabes quién ha estado aquí? NO lo adivinarías ni en un eón espetó Delmor atropelladamente, cuando obtuvo respuesta.

(continuará)