UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 14)









Hola, lectores y lectoras. Una semana más, acompañaremos a Liduvel en su andadura por el mundo. 

Una vez descubierta su fuga, Gabriel ha impuesto a ambos bandos que no intervengan para perjudicarla ni para ayudarla, y que todo el mundo se mantenga a la espera del juicio que se celebrará para valorar su caso... pero no creo que nadie piense obdecerle.

Lucifer envía a uno de sus agentes, discreto y efectivo, para que esparza rumores y mentiras entre los humanos que rodean a la fugitiva. Daniel, por su parte, no piensa estar mano sobre mano mientras intentan hundir a Liduvel en la miseria. De forma igual de discreta, y jugándose su promoción a ángel custodio, ayudará a la diablesa para que logre su objetivo. Las fuerzas están equilibradas.

Hasta la siguiente entrada, un abrazo, amigos y amigas.



    14.
    Era ya de noche cuando el teléfono sonó y Teresa lo cogió. Liduvel, desde su habitación, notó que algo iba mal, pues no había perdido su enorme intuición para percibir el mal. Se asomó al salón para verla palidecer. Disimuladamente se acercó más para no perder detalle de la llamada. No permitiría que nadie la preocupase ni le hiciese daño. Bastante tenía con los rigores de su enfermedad y todo lo que trabajaba para sacar adelante aquella familia. Sin darse cuenta, Liduvel había empezado a gruñir como una fiera amenazante, y Gustavo la miró de reojo, sintiendo palpitaciones. No le gustaba aquella chica. Seguía pensando que no era Lea la que había vuelto del hospital.
    ¡Se ha confundido! ¡Dejenos en paz!—cortó al fin Teresa.
    Liduvel no necesitaba saber quién le había hablado. Supo que intentaban lastimarla por su causa.
    ¿Quién era, Teresa?se interesó Gustavo, preocupado.

    Se habían equivocado de número—respondió Teresa de mal humor, moviendo la cabeza.
    Liduvel la siguió con la mirada. Se metió en la cocina y casi de inmediato se tomó un analgésico para el dolor de cabeza. Anheló poder utilizar sus poderes para leer su mente y poder ayudarla, pero ahora que ya estaba en el punto de mira, debía tener mucho cuidado y no utilizar sus grandes poderes. Debería hacerlo al modo humano, preguntando hasta obtener respuestas. 

    ¿Quién era?preguntó Liduvel, plantada en la puerta de la cocina con los brazos cruzados.

     — Nadie. Un idiota que se había equivocado...— repitió Teresa, sobresaltada.
     
    — ¿Preguntaban por mi? Dimelo, no te hará ningún bien callarte—exigió Liduvel, mirándola fijamente.
     
    — No. Preguntaban...por ti. Querían droga—respondió al fin Teresa, y las palabras le quemaban las entrañas.
     
    — No se había equivocado de número. Se había equivocado de tiempo. No vendo ni consumo droga. Eso ya se terminó. Lo sabes, ¿verdad?—le dijo Liduvel, con la voz llena de sinceridad.
     
    — Lo sé. Lo sé. Confío en ti—afirmó Teresa, que en el fondo sintió alivio, aunque no quisiera creer que su hija siguira siendo una delicuente.
     
    — Eso es. Es lo único que tienes que pensar, que confías en mí—asintió Liduvel, satisfecha.


    A los pocos días, visto que en un principio había fracasado en su encuentro con Simón y con la llamada telefónica a Teresa, el visitante oscuro decidió abordar personalmente a la mujer. Su plan era envenenar con injurias la fabulosa relación entre la mujer y la que ella creía su hija. Los humanos eran muy fáciles de engañar. Introducía en su mente sospechas, aquellas que más podían herirles, y ellos picaban enseguida. Se quemaban la sangre dándole vueltas a las sospechas, hasta que estallaban y provocaban alguna tragedia.

    Databiel aguardó a Teresa cerca de una de las casas que limpiaba, y la abordó sin miramientos, sobresaltándola.
    Señora, tengo que hablarle un instante. Es algo que le afecta...—le susurró, con aquella voz helada que parecía salida de una película de terror.
    Teresa frunció el ceño. Con los años había aprendido a conocer a la gente al primer vistazo, y aquel hombre no le gustaba nada. Era siniestro y no podía traer nada bueno. Por supuesto que no iba a detenerse.
    No le conozco ni tengo nada que hablar con usted—respondió ella, apresurando el paso y sintiendo un repentino escalofrío que le llegó a lo más profundo del alma.

    Me disgusta tanto que usted trabaje tantas horas, enferma como está... y se lo paguen de esa forma...—musitó él, y Teresa se detuvo, con el corazón latiendo a mil por hora. Casi sin querer se giró hacia él. La curiosidad jugó en su contra.

    ¿De qué habla?—preguntó ella, mirándole de arriba a abajo.

    De su pareja... y su hija, claro...—respondió él, dejando una pausa teatral para acentuar el dramatismo Ya se acostaban antes de que la chica cayera en drogas, todo el barrio lo sabe. Mientras usted estaba fuera de casa, se la pegaban... en su misma cama. Ahora que la chica está un poco recuperada, han vuelto otra vez... ¿por qué cree que él ahora la mima tanto? La lleva a tomar algo, de paseo, al cine... ya solo le falta regalarle flores y alguna cosita de oro...¡es por pura y simple culpabilidad!—reveló él, con aquella voz cargada que veneno que golpeaba las sienes de Teresa.

    ¡Mentira! Métase sus cotilleos donde le quepan, cabrón. No creo ni una palabra—farfulló ella, que le hubiera golpeado de haberse sentido con fuerzas, dejándole allí plantado mientras él exhibía una amplia sonrisa.
    Teresa regresó a su casa lo más rápidamente que pudo. Entró en tromba, agitada por haber subido las escaleras sin su habitual reposo. No sabía lo que encontraría y sentía el corazón oprimido. Gustavo estaba sentado en el sofá, como siempre, mirando un partido de fútbol con una cerveza en la mano. La saludó con un movimiento de cabeza para no perderse ni una jugada. 

    Buscó a su hija y estaba leyendo en su cuarto, con los cascos del equipo de música puestos. Ni siquiera se había dado cuenta de su apresurada entrada. Respiró hondo, intentando serenarse. ¿Por qué aquel desconocido quería hacerle daño con semejantes injurias? Todo era mentira. Ella confiaba en Gustavo y en su hija, sobre todo en la hija que había vuelto tan cambiada del hospital. Se metió en la cabeza que todo era una sucia mentira. 
     
    Liduvel sintió el elevado nivel de angustia que flotaba en el ambientes, antes de escuchar cualquier sonido. Se quitó los cascos y la vio en el pasillo, apoyada en la pared, enrojecida y sudorosa. Se levantó y sintió que debía sostenerle, porque parecía a punto de caer.
    ¿Qué te ha pasado? Pareces muy... agitada—advirtió Liduvel. Teresa negó con la cabeza y se cerró en banda, de modo que tuvo que utilizar sus poderes.
    En sus recuerdos más inmediatos reconoció a Databiel. Era un enviado especial del infierno que sabía como hacer el mayor daño posible utilizando simples rumores, mezclando medias verdades con mentiras creíbles. Nunca utilizaba poderes llamativos y se infiltraba entre los humanos con gran facilidad. Había sabido captar el mayor temor de Teresa: sentirse traicionada por las dos personas que más quería en el mundo.
    No pasa nada, cariño. Tonterías. Hay gente muy mala por ahí...—negó Teresa, frotándose la frente como si hubiera sentido la invasión de Liduvel en su mente. 

    — No creas nada de lo que te digan por ahí de mi. Yo no soy la Lea que tanto te hizo sufrir, pero hay gente que quiere hacer daño, aunque no saque ningún provecho de ello. Es maldad pura y simple, y solo tiene como objeto separarnos, hacerte padecer a ti y dejarme sola—le dijo Liduvel, y su voz sonaba como un encantamiento que logró su objetivo. Aún conservaba aquel poder de convicción que antaño le sirvió para hacer el mal

    Ya lo sé, cariño. Ya lo sé—afirmó ella. ¿Cómo podía siquiera pensar que aquella encantadora criatura que la adoraba pudiera traicionarla con su pareja?

    No lo olvides—señaló Liduvel tan firmemente como una sentencia.
    Liduvel estaba furiosa. Habían tratado de lastimar a Teresa y debía esforzarse en protegerla de todo mal. Supo que intentarían hacerla fracasar atacando a sus protegidos. Ahora ardía en deseos de destruir a Databiel, si es que eso era posible, porque se rumoreaba que era uno de los frutos de las andanzas de Lucifer sobre la tierra y gozaba de su especial protección. 
     
    Sabían muy bien lo que hacían. Antes hubiera significado una soberana pérdida de tiempo atacar a los humanos que la rodeaban, pues no le importaban nada, pero ahora había cambiado, sobre todo respecto a Teresa y Simón, sus dos humanos favoritos.

    Los vecinos del barrio, que habían variado su actitud hacia ella, al verla calmada y ayudando a la pobre Teresa, en los últimos días volvían a mirarla de forma sospechosa. La vigilaban de cerca cuando iba a comprar e incluso le prohibieron entrar en algún comercio. Harta de tonterías, pensó que quizá aquel ser malvado había hablado en su contra en todos aquellos lugares, como de hecho así había sido.
     
    Cambió su ruta cotidiana y evito los lugares que frecuentaba, pero él averiguaba siempre donde iba, donde ya no podía regresar una segunda vez. No por eso se rindió. Cambiaba continuamente de lugar de compras, aunque tuviera que cruzar media ciudad. Le daría mucho trabajo a aquel esbirro infernal. Le iba a dar serios problemas. Alguna vez le sintió cerca, pero no tanto como para sacarle los ojos. Mejor, porque le hubiera costado un gran esfuerzo reprimirse. 
     
    En el Instituto también se preparaban nuevas dificultades para ponérselo difícil. El hábil Databiel no solo podía dejarse ver por los humanos, sino que podía cambiar de aspecto a voluntad. Ahora había adoptado el aspecto de un estudiante con estética «gótica», vestido con ropa sombría y su piel blanca deslumbrante. Pensó que era el disfraz que más se parecía a su auténtico aspecto.

    No importaba que nadie le hubiera visto antes por allí, él podía decir que su padre era militar y le habían trasladado a mitad de curso. Estuvo metiendo cizaña entre los estudiantes en general y especialmente en el equipo de voleibol donde se había integrado Liduvel. Dijo que ella seguía tomando drogas, que también las vendía, utilizando sus antiguos contactos, y además las mezclaba con todo tipo de porquerías para ganar más dinero, provocando shocks a sus incautos clientes. La gente creía sus mentiras porque quería creerlas. Siempre pensaron que Lea no había cambiado tanto. Se limitaba a llevar una simple máscara.

    Liduvel notó que en general los chicos volvían a mirarla mal y cuchicheaban entre ellos. Le produjo un efecto frustrante. Retroceder en sus planes significaba un gran fracaso, y ella no estaba acostumbrada a fracasar... salvo la vez en que se equivocó de bando en la Gran Rebelión, por supuesto.

    Las chicas del equipo de voleibol lanzaban sus bolas para acertarle, y en lugar de disculparse, la miraban con gesto desafiante. Eso dolía, pero era llevadero. Sin embargo, cuando el director la llamó a su despacho, supo que definitivamente algo iba mal. Sin duda Databiel había pasado por allí, dejando su estela de destrucción, lenta pero efectiva.

    El director le dijo que habían llegado rumores de que continuaba vendiendo droga en el instituto. Ella resopló. La acusación era rápida de lanzar, sencilla de creer y muy contundente. Un golpe maestro para hacerle daño con escasos recursos, como las mentiras que habían intentado meter en la cabeza a Teresa. Databiel obtenía resultados brillantes con el mínimo esfuerzo. Si aún hubiera estado en su bando, le hubiera felicitado. Ahora deseaba pulverizarlo y esparcir sus cenizas asquerosas por todo el cosmos.
    Señor, puede registrarme cuando quiera. No llevo nada, ni tomo ni vendo. Alguien quiere perjudicarme, miente como un bellaco, y todos le creen por mi mala fama pasada. Llevo meses portándome bien, usted lo ha visto. ¿Qué necesita para creerme?—respondió ella, algo molesta con aquel insufrible torturador con traje y corbata que creía todo cuanto podía perjudicarla.
    El director asintió y frunció los labios, con un gesto de satisfacción. Se lo ponía fácil. Seguro que algo encontraría para acusarla y expulsarla.
    ¿Puedo registrarte? De acuerdo, vacía la bolsa, y los bolsillos—la invitó, con los brazos cruzados a la defensiva.
    Ella suspiró y empezó a sacar cosas de sus bolsillos: pañuelos, dinero, una nota de Alicia. Después sacó las cosas de su bolsa, mientras él la observaba atentamente y tanteaba cada cosa: libros, libretas, bolígrafos... y finamente Liduvel tanteó en el fondo un paquetito que no estaba allí aquella mañana cuando preparó su bolsa. Antes de sacarlo ingenuamente y ver lo que era, su innata intuición la avisó del peligro, una décima de segundo antes de escuchar aquella suave voz.

    (cuidado es una trampa lo han metido ahí para acusarte esfúmalo esfúmalo)
     
    Agradeció los poderes que aún conservaba como diablesa primigenia e hizo desaparecer el paquetito antes de volcar de golpe la bolsa sobre la mesa. El Director miró incluso las migas que habían caído del bocadillo del almuerzo. Gruñó, pues no le había salido bien la jugada.
    Está bien, no hay nada... pero seguiré observándote...asintió el director, indicando la puerta del despacho.
    Salió del despacho con un sentimiento de alivio, Sabían que al menos dos seres de otro mundo la estaban observando, uno para perjudicarla y otro para ayudarla. Ya conocía a Databiel. Ahora le gustaría conocer a su benefactor, del cual solo conocía su voz interior, y su clara simpatía por su causa, utilizando métodos poco ortodoxos, tan apartados del protocolo como su propia actitud. Se decidió a comunicarse con su ayudante secreto.

    (¿quién eres? gracias por tu oportuna ayuda pero me gustaría conocerte ya sé quien me perjudica pero quisiera saber quién me ayuda)

    Daniel no se atrevía a mostrarse. De hecho, podía perjudicarle porque lo tenía absolutamente prohibido, pero al fin se decidió, porque ella le caía bien y quería concederle su deseo.
    Hola—la saludó, materializándose en un rincón oscuro del pasilloSoy Daniel...
    Liduvel le vio cara a cara. Parecía un chico tímido, con facciones suaves, dulces ojos color avellana y descuidado cabello rubio ceniciento. Su apariencia en general era amable, fácil de mirar y apreciar. Solo con mirar en el fondo de sus ojos sinceros, supo que era un aspirante a ángel, y que en su última vida sobre la tierra había sufrido mucho. Había sido parapléjico, superando numerosos obstáculos, había llegado a competir como atleta e incluso ganó algunos premios. Supo que la muerte había sido dura para él a tan temprana edad, pero también le había liberado de sus limitaciones de movimiento. Al haber vivido con tanto sufrimiento y pensar de modo tan positivo en el momento de morir, le concedieron su primer mérito para conseguir las alas de ángel. Por lo que ella sabía, le costaría un gran esfuerzo llegar a ser ángel de la guarda, pues los examinadores eran durísimos con los aspirantes. Un punto claro a su favor es que era el ayudante de Gabriel, un puesto que no conseguía cualquier meritorio. Daniel debía ser tan especial como le había parecido a primera vista.
    Hola, amigo Daniel—le sonrió ella ampliamente al verlo cara a cara Gracias por tu ayuda. ¿Eres tú el ayudante de Gabriel? Intuía que dejaría alguien en el mundo para observarme, pero no pensé que te hubiera dado instrucciones para ayudarme—susurró ella, esperando que nadie pudiera oírles, ni en este mundo ni en los otros.

    ¡No, no! ¡De hecho no es así…!—negó él. Su expresión de pánico revelaba sobradamente que estaba ayudándola extraoficialmenteLamento decir que estoy desobedeciendo al ayudarte. Gabriel me dejó muy claro que debía ser neutral, pero los miembros del otro lado no han estado quietos. Te están metiendo la zancadilla desde el encuentro en la iglesia, y me indigna quedarme de brazos cruzados sin poder hacer nada. Creo que aún me siento demasiado humano para pensar y actúar como un ángel—ahora su tono rozaba casi la disculpa, pero ella sabía perfectamente que no parecía arrepentido y pensaba seguir actuando igualPor eso... no informo sobre... mis humildes ayudas. Pueden perjudicarme a ti y a mí también, pero me caes bien... y me haría feliz que consiguieras tu objetivo. Tu plan es extremadamente atrevido y muy valiente, y no solo eso... Si consiguieras tu propósito... se abriría una puerta…Hace mucho tiempo que ocurrió la Gran Rebelión, y esta es la primera vez que se ha registrado una fuga como la tuya. Estamos asistiendo a todo un acontecimiento...—confesó Daniel, hablando tan bajo como ella y mirando a su alrededor con desconfianza. En su voz había entusiasmo y admiración. También miedo a ser descubierto, pero no tan grande como el deseo de apoyarla.
    Liduvel le sonrió de nuevo al notar aquella corriente de simpatía mutua. Entonces el delgado y estropeado rostro de Lea se iluminó, de forma que Daniel casi se derritió. La belleza perfecta de Liduvel se trasludió a través de Lea. Él podía verla más claramente que los humanos vivos y sintió una gran atracción por ella. Si hubiera estado vivo, ahora su corazón se estaría desbocando.
    Muchas gracias por tu ayuda, Daniel. Pero no te compliques más por mí, ¿de acuerdo? Puedes perder puntos, y veo por tu brillante aura que vas muy bien encaminado. Solo una cosa más... cuídate de Databiel. La injuria solo es una de sus muchas armas. Actúa con la protección de su padre… ya sabes de quien hablo—le dijo ella en un susurro, tomándole de la mano, que él miró como si ya no formara parte de sí mismo, sino una prolongación de ella, tan hermosa y etérea.
    Daniel asintió sin mucha convicción. Pensaba seguir en la sombra, ayudándola, aunque le costara eones conseguir su puesto de ángel de la guarda. Le sonrió y se esfumó antes de que nadie más pudiera verle.

    Liduvel sintió algo muy extraño cuando él la abandonó y dejó de sentir su mano. No había notado nada igual con Simón o con cualquier ser humano (como el modelo de Miguel Ángel que posó para su David). Recordaba vagamente haber sentido algo semejante hacía eones... por el traidor Axel. Algo le estaba ocurriendo. Definitivamente se estaba ablandando y humanizando en el más amplio sentido de la palabra. 
     
    No sabía si eso le gustaba ni mucho menos si le convenía, pero podría acostumbrarse a sentirlo.
    (continuará)

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 13)




Hola, lectores y lectoras. Vamos a acompañar a Liduvel en un nuevo capítulo de su apasionante historia.  Una vez confesado su origen ante Simón, este se debate entre creerla o no. Sus problemas de fe tendrían una respuesta al fin. Por otro lado, los entes de ambos mundos toman partido. Una nueva batalla, mucho más discreta y silenciosa que la Gran Rebelión, se desatará en el mundo por su causa.

Hasta la próxima entrega, un saludo cordial.


    13.
    Daniel continuaba presente cuando se mantuvo aquella conversación. Se había refugiado en las sombras atemorizado por la inquietante presencia de Lucifer, que le causaba auténtico pánico, pero Gabriel le había dado instrucciones precisas para que tomara notas e imágenes de cuanto hiciera o dijera Liduvel a partir de ese momento, y él cumplía con su misión con toda precisión.

    Mientras escuchaba la conversación de Liduvel y Simón, sintió que había alguien más rondando por allí. Se trataba de una presencia fétida y poco tranquilizadora. Supo de inmediato que se trataba de un espía como él, pero era un ser oscuro del otro Lado. Su colega y enemigo no se presentó, permaneciendo oculto en las sombras y sin establecer contacto, igual que él. Frunció el ceño y pensó que aquel espía misterioso haría algo más que tomar notas. 

    Conociendo la perfecta organización de los demonios, a buen seguro habría sido designado inmediatamente por Lucifer para estropear los planes de Liduvel, y él no estaba dispuesto a permitir juego sucio en aquella extraordinaria historia.

    Tras la explicación de Liduvel, que había resumido eones de miserable existencia en unos treinta minutos humanos, Simón ya no sabía a qué atenerse. Llegó la hora de la misa vespertina y sus habituales beatas le devolvieron a la realidad. Se apresuró a prepararlo todo, pero estaba como ausente. Las revelaciones de Liduvel le habían dejado perplejo. Para tratarse de  alucinaciones estaban tan bien construidas, tan vividas y sentidas como nunca había visto. Además, se basaban en la revelación de misterios reconocidos por su propia fe. Y no dejaba de valorar aquella sensación extraña al mirar a los ojos a Liduvel. Era como mirar a través de un cristal oscuro a lo largo de la historia. Podía ver el infinito, el infierno y el cielo antiguo, limpio y puro, anterior a la Gran Rebelión. Lo contempló estupefacto mientras Liduvel se explicaba, resumiendo cuanto podía su desdichada vida. Era terrible y a la vez maravilloso que aquel ángel caído arrepentido le hubiera escogido precisamente a él como confidente y consejero... si es que en verdad era un ángel caído y no simplemente una perturbada. Quería creer, pero sentía que no debía ceder aún a su credulidad… o tener más pruebas, quizá.

    En la sacristía empezó a descolgar sus vestiduras con aire ausente. El padre Leopoldo estaba por allí, recogiendo algunos libros y le miró, preocupado.
    ¿Te pasa algo, Simón? ¿Quieres que te sustituya? No te veo buena cara—le ofreció el padre Leopoldo, cuando le vio vestirse el alba al revés.

    Lo siento... He estado toda la tarde conversando con una chica que ha dejado las drogas, pero al parecer le han dejado serias secuelas. La verdad es que me siento un poco fatigado...—confesó Simón con voz cansada.

    Ya veo. Trnquilo. Déjalo y descansa un poco. Mañana das tú mi misa..—ofreció Leopoldo, que apreciaba todo el mérito de sus buenas acciones con drogadictos y delincuentes. Él les temía y no era capaz de enfrentarse cada día a ellos. Por eso admiraba a Simón. 
     
    Gracias, Leo, te lo agradezco mucho. Tengo que reflexionar...—aceptó él, palmeando su hombro.
    Salió al aire frío de la tarde. Había anochecido ya, y al poco rato de pasear sin rumbo fijo, sentado en un banco, encontró un hombre de aspecto siniestro. Se fijo de inmediato en él porque poseía un radar especial para captar a distancia gente extraña o potencialmente peligrosa. No podía determinar su edad, vestía completamente de negro y su cabello era tan espeso y negro como su traje, por eso su piel blanca y sus ojos claros parecían resplandecer en la noche. Sintió su extraño y fuerte olor desde lejos. Le recordaba al que había notado tras la explosión en el callejón y en la iglesia. No se apartó de él aunque le inquietara su presencia. No le parecía caritativo apartarse de la gente diferente, aunque estaba totalmente alerta.
    Buenas tardes, padre Simón. ¿Puede atenderme un instante?—le abordó el extraño con una voz empalagosa y la familiaridad de alguien conocido, pero no era un feligrés, pues le recordaría. No tenía tantos como para no recordar sus caras e incluso casi todos sus nombres.

    Buenas tardes. Por supuesto. Dígame...—aceptó él, deteniéndose con el corazón en un puño.

    Esta tarde ha estado usted hablando en la iglesia con una chica muy rara, ¿verdad? Es precisamente de ella de quien le tengo que hablar...—inició el hombre entre susurros, mirando a su alrededor con recelo, como si temiera que alguien sorprendiera su secreto.

    Sí, es cierto... ¿La conoce?—confirmó Simón con recelo, temiendo lo que pudiera revelarle.

    No se tome en serio lo que le diga. Está seriamente perturbada, ya sabe, las drogas han afectado a su cerebro. Ella piensa que es cierto todo lo que cuenta, pero todo es producto de su imaginación. Su pobre madre no quiere ingresarla, pero esto no le hará ningún bien. Ahora intenta complicarle la vida a usted, y no me parece justo. Debería mover hilos para que la ingresen en un psiquiátrico antes de que haga daño a alguien. Usted es tan amable y tan caritativo al escucharla… pero si esa chica hace alguna barbaridad, pesará sobre su conciencia. Piénselo, padre Simón. Estos drogadictos nunca vuelven a ser plenamente normales. Nunca. Las drogas afectan al cerebro... a la voluntad... Cuando uno se descuida, han perpetrado una matanza…Usted no quisiera ser cómplice de un hecho semejante...—le dijo el extraño con una voz envolvente y cargada de verdad, poniendo voz a sus propios temores. 
     
    Gracias por su interés. Pensaré en ello—asintió Simón. Quería deshacerse de él sin darle argumentos para continuar la conversación, pues le producía escalofríos. El hombre sonrió cordialmente, aunque su sonrisa parecía feroz y no tenía nada de amable.
    Simón le siguió con la mirada hasta que se perdió en las sombras de un callejón. Suspiró aliviado. Aquel extraño feligrés le devolvía a la realidad y ponía voz a sus temores, pero en el fondo él deseaba creer, pues sus íntimos problemas de fe tendrían al fin una respuesta.

    Por ello, el efecto que causó aquel ser inquietante fue justamente el contrario al deseado. Simón decidió que observaría estrechamente a aquella chica extraña, a quien, por algún motivo, creía más que al hombre pálido. Quería desesperadamente creer en el ángel caído Liduvel y en su historia. Sería maravilloso tener finalmente la absoluta certeza de que eran reales los pilares de su fe.

    Daniel apretó los puños con rabia contenida. No debía dar muestras de ira, pues él aún seguía a prueba, y anotó con todo detalle ese extraño encuentro. Como sabía que Liduvel estaba a salvo en su casa, ayudando a la madre de Lea, se apresuró a pasar un informe rápido y resumido a Gabriel, porque sus contrincantes empezaban pronto a jugar sucio, aunque – seguramente gracias a la influencia de ÉL - no parecía haber causado mucho efecto en Simón, justo todo lo contrario.
    Habla entre susurros, viste completamente de negro, pelo oscuro, piel muy blanca y ojos claros. Sé de quién se trata. Lucifer se ha apresurado a sacar la artillería pesada. Él no es un mero numerario meritorio, como tú, por ejemplo. Es Databiel, un demonio menor de dudoso origen, aunque las malas lenguas dicen que es hijo del mismo Lucifer, y al igual que su padre, es extremadamente astuto... Suele atacar con verdades que duelen y revestir mentiras para que parezcan verdaderas. Su estilo no es nada espectacular, pero terriblemente efectivo—asintió Gabriel cuando leyó el informe, contrariado por la rápida jugada sucia de Lucifer, aunque sonrió ante el escaso o nulo efecto del ataque.

    ¿Y qué vamos a hacer al respecto? Perdone mi atrevimiento, señor, pero no es justo—declaró indignado Daniel.

    ¡No! ¡No!—movió la cabeza Gabriel con cierta condescendencia. Pasó su brazo amistoso por los hombros del meritorioVeo que has tomado partido, amigo mío. No debes hacerlo. Para ser mi ayudante e informante debes ser absolutamente imparcial...—le regañó suavemente.
    Daniel bajó la cabeza, avergonzado de haber caído en aquel defecto. Tal vez aquello le perjudicara, pero Liduvel le había caído inesperadamente bien, al contrario de lo que le ocurría con todos los miembros del Lado Oscuro. Admiraba profundamente su intención de desafiar al Infierno para volver a la luz.
    Lo siento, señor. No puedo evitarlo. Aún no he podido desprenderme de mis sentimientos humanos... —musitó Daniel a modo de disculpa.
    Gabriel reprimió una sonrisa abierta, pues era imprescindible hacerse respetar por sus numerarios, pero comprendía sus sentimientos mejor que él.
    Lo sé, amigo mío, y no lo veas como un defecto, sino como una virtud. Pero nosotros  debemos jugar limpio. Liduvel debe enfrentarse sola a muchas dificultades. Esta será solo una dificultad añadida...—señaló Gabriel, sin enojarse con Daniel.
    Daniel asintió, pero en lo más hondo de su alma humana, estaba decidido a hacer algo al respecto. Ya se había implicado en el caso al elaborar aquellos informes claramente favorables. Podía omitir las pequeñas ayudas que le prestara a Liduvel. Omitir no era lo mismo mentir. Eso lo aprendió cuando aún vivía sobre la Tierra.

    (continuará)

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 12)




Hola, lectores y lectoras. ¿Preparados para un nuevo capítulo de esta extraña historia? Vamos allá. 

Tras la peligrosa entrevista de Liduvel y Lucifer y la oportuna intervención de Gabriel, Simón llega a la iglesia y se encuentra con los estragos ocasionados por la furia del ángel oscuro. Liduvel cree que ya ha llegado el momento de ser sincera con su amigo humano y retomar la conversación aplazada por la terrible aparición de Lucifer. Conoceréis al fin la auténtica historia de esta diablesa, y los acontecimientos que la convirtieron en un ser muy especial.

Os dejo ya con la apasionante historia de Liduvel, que vive desde hace eones en una tortura continua que intenta dejar atrás. 

¡Hasta la próxima entrega, amigos y amigas!


    12.
    Escuchó pasos y vio acercarse a Simón, que miraba consternado las numerosas velitas que habían explotado y el vestido medio chamuscado del santo. Miró a quien creía Lea Pineda, sola en la iglesia. Lo único que se le pasó por la cabeza es que ella había provocado aquel desastre en un acceso de furia descontrolada, ya que parecía seriamente perturbada.
    ¿Qué ha pasado aquí? ¿Y ese olor? Huele igual que en el callejón. ¿Qué ha pasado, Lea?—indagó Simón al verla allí, pálida y derrumbada, intentando darle una oportunidad para explicarse.
     
    Lo siento, amigo mío, ha sido por mi culpa todo este estropicio. Te ayudaré a arreglarlo. Él ha venido a buscarme, y se ha enojado mucho. Esto es lo que pasa cuando se enoja... y cosas aún peores... Puedes creer que hermos tenido suerte—respondió Liduvel, señalando el desastre.

    ¿Quién ha venido a buscarte? ¿Quién ha hecho esto?—indagó Simón.

    Lucifer—respondió ella, pensando que no la creería, como de hecho ocurrió.
    Simón contuvo la respiración y asintió. ¿Sería una alucinación o la visita real de un viejo amigo del mundo de la droga a quien ella llamaba Lucifer? Esperó sus explicaciones sin agobiarla.
    Debemos tener esa conversación que ha quedado aplazada por la explosión. Necesito tu ayuda y tu consejo. Y si no puedes o no alcanzas a darme una respuesta por tus límites humanos, al menos me vendrá bien que me escuches. No me mires como si estuviera loca, abre tu mente y cree, porque juro que no te mentiré ni me inventaré nada... Quien tenga oídos que escuche...—le dijo entonces Liduvel, con grandes ojeras remarcando sus ojos hundidos y brillantes, como enfermizos.
    Simón respiró hondo y asintió. No tenía elección. Debía ayudarla en lo posible.
    Habla, te escucho.
    Liduvel tomó aliento y comenzó, esperando que los muros de aquel lugar sagrado no se resquebrajaran cuando ella diera testimonio de la verdad.
Mi verdadero nombre es Liduvel, y soy un ángel caído en la Gran Rebelión. A la vista está que aquella revuelta legendaria no prosperó como habíamos proyectado, y durante eones sufrimos las consecuencias de nuestro error. Ha pasado mucho tiempo desde aquel momento amargo y a diferencia de otros he aprendido de mi larga experiencia viviendo en la sombra, pues de los errores se aprende más que de los aciertos. Estoy firmemente decidida a cambiar mi destino y por ello proyecté mi fuga del infierno. Es cierto que nunca se ha hecho, aunque eso no quiere decir que sea imposible. Como decía mi terapeuta Damon: «Si quieres saber quien eres y dónde vas, debes saber quien eras y qué caminos tomaste para llegar hasta aquí». Y es cierto, lo más cierto que me dijo nunca. Por eso debo comenzar desde el principio, para hacerme entender. Al principio de los tiempos yo era de los más jóvenes e inexpertos ángeles. El ángel más hermoso, el más sabio de todos nosotros, había saboreado las mieles del poder y lleno de soberbia, deseó ser el dueño absoluto del universo, prescindiendo de ÉL. Nos embaucó con sus palabras dulces y sus promesas vanas. ÉL era nuestro señor, un líder mucho más exigente, más severo, y muchos caímos en la trampa porque éramos inexpertos y nos agradaban los caminos fáciles… y quizá nos cegó la ambición tanto o más que a nuestro líder… Lucifer.

Pero ocurrió que la rebelión no fue unánime. Siguiendo un protocolo ancestral, se solicitó por vía diplomática SU dimisión, algo que inesperadamente le pilló por sorpresa. Muchos de los nuestros (los ángeles de luz) LE apoyaron y la vía diplomática se rompió (en parte por el carácter especialmente irascible de Lucifer). Hubo una cruenta batalla en los cielos, que nunca se ha vuelto a repetir y que originó numerosos deshechos y daños colaterales que formaron galaxias. Ahora los humanos lo llaman el «Big Bang» o algo así. Desde luego fue grande... inmenso. Lucifer sufrió una aparatosa derrota y fue condenado con todos sus seguidores. Nos expulsaron de la Luz y nos confinaron al abismo más oscuro. Recuerdo ese tiempo tan lejano como si acabara de suceder. La rabia me amargaba, me rebosaba por todas partes, y viví un tiempo interminable entre la oscuridad y el fuego, planeando billones de combinaciones de posibles venganzas, contra ÉL, contra mis compañeros traidores, pero sobre todo contra Axel (ese era mi objetivo principal) El traidor Axel... era mi amigo del alma, mi amado, el que (en teoría) era mi alma gemela, el mismo que no me avisó de que se echaba atrás poco antes de la Gran Rebelión y me dejó continuar a mí sola. El mismo que disfrutaba de la buena vida en el paraíso, mientras yo me quemaba por dentro y por fuera.

Llegó un tiempo en que, pasado ya el primer momento de furia desatada e incontrolable (SUYA y nuestra), nos fue concedida generosamente una especie de libertad provisional vigilada (quizás ingenuamente poco vigilada), y por supuesto la mayoría de nosotros aprovechamos la ocasión para salir de la oscuridad y esparcirnos por el mundo. Entonces no éramos ni mucho menos autónomos, obedecíamos estrictas órdenes, no de ÉL, claro está, sino del Supremo Lucifer. Con el tiempo, nuestro líder se fue acomodando y fue delegando sus funciones malignas en diversos Jefes de Área, estos a su vez delegaron en los Jefes de Sección, y éstos en los Jefes y Subjefes de Departamento. Yo era un poco ingenua y muy independiente, y no valoré la importancia que tenía halagar la vanidad del Gran Jefe y de sus principales esbirros, por eso me fui quedando relegada en el escalafón, bajo las órdenes de mi jefe de departamento, Luzdel. Él era sumamente ambicioso (aún lo es) pero no era entonces (ni lo es ahora) más inteligente ni está mejor preparado que yo. Sin embargo las maldades desatadas contra los seres que habitaban aquel joven mundo, como contra sus propios compañeros, llegaron a oídos de Lucifer, quién le ascendió en la escala. Se rumorea (aunque no se ha podido demostrar) que fue suya la idea de la primera gran extinción en el joven mundo. Casi toda la vida desapareció entonces y una de las pocas especies que sobrevivieron a la gran hecatombe, evolucionó hacia algo que no teníamos previsto. Por lo visto realmente fue una puñetera broma SUYA, pues ÉL siempre fue muy creativo…

Aquellos seres mal olientes y estúpidos (perdona, Simón, pero eso es lo que he pensado todos estos eones, hasta hace poco, y las costumbres tardan en perderse) se desarrollaron contra todo pronóstico y evolucionaron bajo su protección hasta parecerse remotamente a nosotros, incluso a ÉL. Habían aparecido los seres humanos.

Desde el principio vi claro que aquellos sucios y peludos simios eran SUS seres favoritos. Mis superiores no creyeron en mis informes, por mucho que me esforcé en hacérselo ver. Me dijeron que la vida era muy cruel con aquellos seres, que luchaban día a día por la supervivencia y que vivían muy poco tiempo. Por eso no creyeron que podían ser su creación favorita. Les parecía una broma excesivamente cruel, incluso para ÉL.

Y era cierto, mi intuición no me engañaba. ÉL sentía una absurda debilidad hacia los humanos. Y ellos lo sabían, los muy cretinos. Aquellos seres primitivos eran tan sumamente creídos que no solo lo proclamaron, sino que incluso más adelante afirmaron y pusieron por escrito (para que tal insensatez perdurara en el tiempo) que ÉL los creó a su imagen y semejanza. ¡Qué más quisieran! Los humanos eran y son (salvo honrosas excepciones como tú, el modelo del David de Miguel Ángel... y quizá también algún actor) básicamente feos, ásperos y peludos, huelen mal, envejecen, se arrugan y se pudren. Los humanos no gastáis todos los recursos que posee vuestro poderoso cerebro, ni siquiera la quinta parte. Sois (casi todos) mezquinos y crueles, y en vuestro favor solo se puede decir que os dedicáis al sano deporte de eliminaros entre vosotros, cada vez de una forma más refinada: mediante guerras, purgas étnicas, enfermedades creadas en laboratorios... etc.

Pero a pesar de la falta de visión de mis superiores, finalmente se fijaron en aquellos seres. Debido a su estupidez manifiesta y dado que eran muy fáciles de manipular y degradar hasta la más absoluta indignidad, el autoproclamado «rey de la creación» se convirtió un día en nuestro juguete favorito.

Llegó el tiempo en que los mejores de cada departamento ganamos un poco más de autonomía. Entonces me dediqué de pleno a mi labor creativa: los suicidios románticos. Entonces no los llamábamos así, claro, porque la etapa denominada «romanticismo» por los hombres no había empezado aun. Yo los denominaba «suicidios estéticos». Resumiendo mucho mi eficaz labor, diré que me encargaba de meter en la mente de mi estúpida víctima que todo iba mal, que la situación nunca mejoraría, que nadie le quería, que la soledad le devoraba... en fin, todo aquello que se le pasa por la cabeza a los estúpidos pesimistas. Una vez alimentadas estas sensaciones de dolor y soledad (a las que los humanos sois tan aficionados) les metía en la cabeza que acabaran de una vez con su penosa vida. Pero mis suicidios inducidos no se perpetraban de una forma repugnante. Esos suicidios los tramitan otros compañeros, por ejemplo: un numerario inferior a mí en categoría y creatividad: Arrás «el chapucero», cuyo trabajo favorito es que sus víctimas se arrojen al tren, o bien se arrojen al vacío desde un piso duodécimo... y queden hechas trizas. Otro especialista que también se dedicaba a estas técnicas era el eficaz Dellón, alias «pedacitos», quien ha ascendido en la escala por su dedicación absoluta. Recientemente ha pasado a formar parte del fulgurante departamento de Terrorismo, porque se ha especializado en suicidas con cinturón de explosivos, coches bomba e incluso con aviones que chocan contra edificios altos. ¡Qué asco! Sus trabajos no tienen nada de artístico, aunque confieso que en ocasiones son muy espectaculares. Por eso recientemente ha dejado de ser un numerario cualquiera. Ahora ha ascendido y es un flamante demonio secundario, ha tomado las alas oscuras y el inmerecido nombre de Dellonel.

En este punto, para dejar todo claro, quiero expresar mi repulsa por esta costumbre que con el tiempo se ha extendido, aceptado y autorizado. Los puñeteros e indignos numerarios no deberían tener derecho a cambiar su nombre. No son más que imperfectos humanos condenados por su especial crueldad, que se convierten en demonios por sus méritos, aunque nunca (ni en sueños) serán ángeles oscuros, pues distan mucho de ser perfectos. 
 
Pero me centro, como iba diciendo, en comparación a las chapuzas de Arrás o Dellonel, mis víctimas quedaban hermosas e impolutas. Creo que a sus congéneres humanos se les rompía el corazón y lloraban con mayor desolación al verlos tan tristemente bellos, intachables, como dormidos. Los humanos no miran los despojos destrozados de un semejante, se limitan a recogerlos y enterrarlos rápido, para olvidar lo que han visto. Pero sin embargo... miran, besan, tocan y lloran sobre el cuerpo impoluto de un triste suicida, se preguntan por qué ha hecho semejante barbaridad. Su imagen triste y perfecta queda grabada en sus pupilas de animal. En muchas ocasiones he intuido que esos dolientes seres, en un futuro no muy lejano, podrían llegar a ser clientes míos. Dejando aparte que los humanos en general son fáciles de hundir en la miseria, los hay profundamente inconscientes, con una clara predisposición a la autodestrucción, y son insufriblemente fáciles de someter, lo cual me frustra bastante.

El suicida es – de entre todos los humanos - el ser más estúpido. Los creyentes creen que van directos al Infierno por tal pecado y los no creyentes piensan que van a desaparecer en la nada y aún así, unos y otros se abalanzar hacia la muerte inducida. Una vida tan corta como la vuestra, tan absurda y breve que a veces no llega ni siquiera a los ochenta años según vuestra contabilidad humana, y ellos la acortan aún más... en fin, son tan absurdos que los desprecio profundamente y escupo sobre sus cuerpos inertes cuando he terminado con ellos. 
 
Si alguno sobrevive a mis artimañas (son pocos los que lo han hecho y tú, querido Simón, tienes el honor de ser uno de ellos), para mí es considerado de otra especie, un punto más inteligente, más digno y más valiente, y le miro con otros ojos. Por eso te aprecio especialmente, Simón, y te confío todos estos secretos supremos.

Confieso sin modestia alguna que ejercía mis misiones con gran dedicación y vocación. Me gustaba mi trabajo. Digo bien, me gustaba, pues llegó un momento en que quizá me contagié de la misma melancolía que yo inculcaba en los humanos. Empecé a plantearme mi vocación, sentía muchas dudas, y aunque seguía siendo buena en mi trabajo, no tenía ilusión ni alicientes. Empecé a abandonarme, poco a poco. Fue el comienzo de una dura carrera contra mí misma, contra todo lo que había sido hasta entonces. También empecé a sentir con mayor dureza la soledad, un sentimiento que desdeñaba cuando eran los humanos los que la sentían. Pensé que mis congéneres podían estar tan afectados como yo, pero muchos de ellos, aunque obligados a vivir en nuestro mundo tenebroso, sentían el consuelo de vivir junto a sus almas gemelas. Yo perdí la mía... me abandonó más bien. Por eso siempre me sentí sola. También pensé que a causa de andar tanto tiempo sobre el mundo, me estaba humanizando (sinónimo de idiotizando) y esa idea me deprimía. Por supuesto no confesé a mis semejantes dichas debilidades, o me hubieran destinado a torturar almas de humanos aprensivos en el Pozo de la Inmundicia, el último y más indigno de los destinos en el Infierno. Discretamente, decidí seguir una terapia antes de ir a peor, confiando en que nadie descubriría mi secreto.

Pero aquella decisión aparentemente tan meditada me acarreó nuevos problemas. Después de una larga y atípica terapia, empecé a sentir una extraña sensación... una especie de «piedad» hacia los humanos. Creo sinceramente que me equivoqué al elegir a mi terapeuta, pues Damón seguía unas técnicas muy excéntricas. Por aquel tiempo ya llevaba mucho trabajo atrasado y mi dejadez podía haberme costado la degradación, lo que significaría volver a la oscuridad y las llamas como un simple numerario meritorio. Así que, de alguna forma logré combinar mi trabajo con la incipiente piedad que sentía por los humanos, y me dediqué a provocar el suicidio de humanos crueles y despreciables que hacían daño a los demás, salvando con ello otras vidas humanas. Cuando mis superiores recibieron informes traicioneros sobre lo que estaba haciendo, se valoró la tan temida degradación. Por supuesto estos informes fueron emitidos por compañeros que inmediatamente ascendieron en el escalafón, así son las cosas. La teoría que esgrimían mis superiores (acertada, por cierto) era que esas almas sucias ya las tenían ganadas de sobra, y no hacía falta que sus portadores se suicidaran para condenarse. Acabar con los malvados era un esfuerzo totalmente inútil. Debido a mi impecable historial anterior no decidieron la más que merecida degradación, pero una nueva rebelión ya ardía en mi interior. Me dí cuenta de que mi aparente autonomía de diablesa primigenia era absolutamente falsa. Todo estaba controlado y atado en los infiernos. Me sentí como un miserable títere y decidí que mi vida debía cambiar, pero debía ser inteligente o perecería desintegrada por la furia de Lucifer, con mis perfectas moléculas de ángel dispersas por el infinito.

Fue entonces, hace relativamente poco tiempo, cuando empecé a planificar la fuga. Se trataba de un ejercicio relativamente sencillo y eficaz: Para regresar al Lado de la Luz debía hacer el bien de forma genérica, para así demostrar que había cambiado, pues un demonio lo tiene absolutamente prohibido, incluso generalmente se cree que desconocemos el concepto de bien. Solo se trata de un simple ejercicio de memoria. Hace eones era un ángel, podría recordarlo, y si no lo consiguiera, sé perfectamente que el bien es todo lo contrario de lo que he hecho hasta ahora. Pero no podía ejercer esta estrategia en el mundo a cara descubierta. Duraría la décima parte de un microsegundo humano antes de ser desintegrada. 
 
Mi gran idea se basó en que me podría ocultar a la vista de mis colegas del Lado Oscuro y del Lado Luminoso: podría poseer un cuerpo humano y usarlo como un disfraz. Elegiría preferentemente a alguien próximo a la muerte, porque de lo contrario me sería prácticamente imposible sin obtener un permiso. Así no hallaría mucha resistencia a mi entrada forzada y aún podría acceder a sus recuerdos, que me serían necesarios para moverme en su mundo. Manejaría ese cuerpo para ejercer el bien genérico en el ámbito más cercano a mi poseído o poseída. Quizá tardarían algún tiempo en descubrirme o quizá me descubrirían enseguida, pero mis motivos para poseer ese cuerpo eran buenos, tenían buena intención, y por tanto deberían valorarse positivamente, o eso creo. Al menos les sorprendería, de eso estoy segura.

Se trataba pues de elegir el cuerpo adecuado para mi plan. Fue muy difícil decidirse. Podría esconderme dentro de un alto dirigente humano para emprender grandes proyectos: podría impedir guerras, evitar las hambrunas, potenciar los avances médicos para curar enfermedades, corregir los errores que han llevado al calentamiento global, en suma, cambiar el mundo. Pero eso hubiera sido muy llamativo y me hubieran descubierto enseguida. ¿Qué líder mundial se comportaría de esa forma?

Precisamente elegí a Lea Pineda, una estúpida adolescente que vivía en un barrio humilde de una ciudad cualquiera por la discreción del lugar y de la persona. ¿Quién pensaría que un ser tan inteligente como yo, eligiera esconderme bajo la piel de una drogadicta que iba a morir en breve? ¡Sería realmente estúpido! Pero no lo era. Valoré todas las posibilidades, hice los cálculos necesarios, y si todo resultaba bien, en poco tiempo podría solicitar el regreso al Lado Luminoso, exponiendo mis numerosos méritos, ganados penosamente bajo la piel de ese ser despreciable y vacío, sufriendo de forma añadida los dolores e inconvenientes del síndrome de abstinencia, corrigiendo los numerosos errores que había cometido en su corta vida y devolviéndole la dignidad... si ello era posible. ¿Hay algo más meritorio que coger un despojo humano y convertirlo en un ser humano digno? Nadie lo ha hecho nunca, pero eso no quiere decir que sea imposible. Si la infinita misericordia del Lado Luminoso alcanza a los imperfectos humanos, cargados de pecados y errores… también debería valer para mí.

Pese a quien pese y a pesar de la amenaza, cumpliré con mis objetivos. Lo conseguiré... o desapareceré para siempre desterrada en el olvido, desintegrada en mil pedazos y convertida en polvo estelar. Ese será mi castigo por mi desfachatez. Y juro por mis largos y penosos eones de vida, que no me importa. Llevo demasiado tiempo viviendo en este permanente estado de insatisfacción. Volveré al lugar de donde no debí salir, o desapareceré para siempre. Ese es mi objetivo.

Simón, a esas alturas del relato, ya estaba totalmente en shock. Si decidía creer en aquella locura de historia, para él sería una experiencia inmensa. Si ella sufría aquellos grandiosos delirios... realmente necesitaba tratamiento médico. En principio decidió no pronunciarse.
    Liduvel... ¿es ese tu nombre? Te agradezco tal ejercicio de sinceridad y tu confianza en mí. Pero todo esto es muy complicado para mí. Tengo que meditar sobre ello—respondió él a la disertación de Liduvel, intentando parecer sereno.
Ella sonrió levemente. Al menos no la había llamado loca directamente.
    Por supuesto, pero no pienses que tenemos mucho tiempo. Necesito tu ayuda y apoyo. La presencia de Lucifer sobre la tierra me indica que el tiempo se acaba para mi…—aceptó Liduvel, intentando conservar la calma y no parecer desesperada.
     (continuará)