UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPÍTULO 20)









Hola, amigos y amigas lectores. Estos días son muy especiales y agotadores para mi, puesto que estoy presentando mi obra "Secretos en alcanfor", mi primera novela,  publicada por Unaria Ediciones. Os hablaré de ella en una próxima entrada.

A pesar de ello, hago un esfuerzo para publicar esta nueva entrada, para que no perdáis el seguimiento de esta historia.

En esta ocasión, Liduvel ve recompensados sus esfuerzos y sus trampas, al ver operada a Teresa y con posibilidades de recuperación. También seguirá ayudando a Simón, esta vez sin pensar en su propio beneficio, sino solamente por el placer de ayudar, ya que está empezando a pensar como un ángel de luz. Daniel no perderá ni un minuto para consignar en su informe todos sus progresos.

Y con este pequeño resumen de lo que vais a leer a continuación, os dejo, porque debo prepararme para la próxima presentación de mi novela en la Feria del Libro de Castellón de la Plana. 

Besos, lectores y lectoras. Hasta la próxima entrada.



    20.
    Cuando el doctor Álvarez salió del quirófano para informar a la familia de Teresa, Liduvel alcanzó a ver cuatro figuras luminosas que flotaban en la sala, brillantes y sonrientes. Si se mostraban visibles era de forma voluntaria, porque deseaban que les viera. Distinguió a sus viejos amigos de tiempos ancestrales, antes de la Gran Rebelión: Murel, Arel, Porel y Cazarel. Sin querer, se sintió dolida al pensar que Axel no estaba entre aquellos viejos amigos que la ayudaban, pero suspiró, se rehizo y se giró hacia los humanos y, prestando atención a lo que decía el médico, porque Gustavo parecía emocionado.
    Ha salido mucho mejor de lo que pensábamos en un principio. Como ya comprobé en mi reconocimiento tras comprobar su historial, el cáncer había remitido sin motivo aparente. En ocasiones se ven estos «milagros», aunque no son muy frecuentes. Hemos limpiado a fondo y aunque es un poco precipitado hablar de recuperación, soy optimista al respecto—les explicó el doctor Álvarez, emocionado por el inesperado éxito, que le hablaba de que aún estaba en estado de gracia.

    Vivirá... entonces... ¿vivirá?...— preguntó Gustavo con los ojos empañados, sin creerlo. Durante meses había pensado que iba a perderla. De repente veía ante sí una vida entera junto a Teresa. Tendría tiempo de sobra para intentar hacerla feliz.

    Si no hay complicaciones derivadas de la operación, creo que sí—afirmó el médico, quien debía estar muy seguro de sus palabras, porque nunca se pillaban los dedos con ningún diagnóstico Recibirá tratamiento y espero que lo resistirá bien, porque los últimos análisis que le hicimos, han revelado que la fuerte anemia y la debilidad en general que sufría Teresa también ha remitido, y se encuentra muy bien de ánimo. Es fuerte. Creo que podrá seguir adelante...—añadió Álvarez, que había comparado asombrado los resultados de los análisis realizados durante su enfermedad y los que realizó él en su consulta. Parecían pertenecer a dos mujeres distintas. La anemia había remitido, las defensas estaban altas, fuertes, dispuestas a luchar contra el cáncer y los tratamientos agresivos que le prescribirían.

    ¡Fantástico...!—se alegró Liduvel, sabiendo de sobra que había recibido ayuda extra para guiar las manos del cirujano y protegido de todo mal a Teresa, incluso mejorando su salud Gracias. Muchas gracias. Su buena obra tendrá su recompensa—aseguró Liduvel.

    Gracias a ti, por traerla a mi consulta y cruzarte en mi camino—murmuró él, con los ojos empañados. Gustavo no comprendió esta última frase, pero no importaba.
    (y sobre todo gracias muchas gracias a todos por vuestra ayuda no lo olvidaré)

    (apostamos por ti Liduvel es muy arriesgada tu gesta pero estamos contigo regresa amiga Liduvel habrá fiesta en el Lado Luminoso por ti el día que vuelvas a nuestro lado)

    Ella sonrió al sentir a sus aliados unidos, alborotados y felices. Sus voces eran literalmente coros celestiales en sus oídos. Al menos había cuatro ángeles y un aspirante a ángel de la guarda a su lado. Era maravilloso. El calorcillo que le proporcionaba su amistad con algunos humanos no era comparable con lo que sentía al reencontrarse con sus hermanos.

    Cuando Gustavo la relevó para acompañar a Teresa, ella salió y aspiró aire puro. Tenía que ir a duchar aquel cuerpo cansado, comer algo y cumplir su promesa a Teresa de que limpiaría sus escaleras, para que no perdiera el empleo. Pero primero dio un paseo por el barrio para estirar las piernas. Pasó por el campo de fútbol, un simple solar de tierra y piedras, cubierto de excrementos de perro, con dos palos clavados en el suelo a modo de portería. Allí entrenaba Simón desde hacía tiempo a un montón de niños perdidos, de familias humildes, rotas o ambas cosas. De no estar allí jugando, estarían aprendiendo a forzar coches, asaltando a otros escolares o fumando porros. Los padres de algunos trabajaban todo el día, dejando su educación al azar. Otros simplemente les dejaban todo el día en la calle y no se preocupaban de ellos. El resto de niños vivía con abuelos o tíos, porque sus padres habían desaparecido, estaban en la cárcel o habían muerto. Liduvel (desgraciadamente) conocía el nombre de todos ellos. Estaban todos preinscritos en la lista negra, con un protocolo de destino de futuro incierto e incluso duro y cruel, hasta que Simón intervino en sus vidas y el libre albedrío concedido a las humanos provocó aquella importante variación. Ahora tenían una pequeña posibilidad, aunque el mal aún rondaba a su alrededor, lo sentía.
    ¡Hola!—le saludó ella con la mano. Simón la distinguió.

    ¡Hola! ¿Qué tal la operación de Teresa? ¿Salió todo bien?—le preguntó Simón, agradeciendo aquella interrupción en el entrenamiento y secándose el sudor de la frente, ya que no estaba aún demasiado acostumbrado a tanto ejercicio físico.

    Todo bien. Ya veo que los futbolistas están aprendiendo mucho. Pero aún no son capaces de meterme un gol...—les provocó Liduvel en voz alta, llamando su atención, con ojos entornados con maldad. Sentía que Lea se revolvía en su interior. Algo que la llamaba dentro del campo. De forma borrosa supo que le había gustado jugar a fútbol cuando solo era una niña inocente, y no lo hacía mal, pero todo eso quedó atrás. Si le hubieran permitido continuar cuando tuvo la edad y ya no puedo seguir jugando con los chicos, quizá no hubiera sido una sucia drogadicta.

    ¿Qué no? ¡Pero si eres una chica!—protestaron los chicos, con desprecio.
    (ja eso es lo que tú te crees machista en miniatura)
    Venga, invito a un helado al que me meta un gol—les provocó ella, entrando en el campo con paso decidido.
    Los chicos se rieron. Empezaron a lanzarle sin piedad, con toda su fuerza. Ella los paró todos, saltando como un gato, empleando puños, pies e incluso la cabeza. Al momento, los chicos dejaron de reírse. Estaban asombrados y murmuraban entre ellos. Simón, que conocía el secreto de su destreza, movió la cabeza, como regañándola por hacerles sentir como fracasados.
    Oidme, chicos. Hoy os invito a helado porque lo habéis intentado con todas vuestras fuerzas. Pero no seréis los mejores hasta que seáis capaces de meterme un gol—les dijo ella, haciéndoles gritar de alegríaVendré todas las tardes un ratito, cuando salga del hospital, para probaros. Si no conseguís meterme un gol, vosotros me invitareis a mí a un helado.
    Ellos se rieron, por el mal negocio que hacía aquella tonta. Ellos pagarían entre todos un helado, mientras que si conseguían meterle gol, ella pagaría helados para los que le marcasen gol. Liduvel le dio el dinero a Simón, quien exhibía una amplia sonrisa.
    El día que me metan un gol, inscríbelos en un campeonato. Los equipos locales los ficharán y saldrán de la calle, donde el mal les acecha. Tu escuela de fútbol es una idea estupenda... puedes haber salvado un puñado de almas del infierno. Ya sabes, variaciones en el protocolo de destino…—le dijo a Simón. Le guiñó un ojo y se marchó, cubierta de polvo, pero feliz. 
     
    ¿De donde has sacado esa portera, Simón?—le preguntaron los chicos, intrigados, viéndola alejarse con su orgullo algo herido.

    Esa chica es un auténtico demonio, jovencitos. El día que le metáis un gol... estad seguros de que seréis los mejores—aseguró Simón sin mentir, con una sonrisa torcida¡Y ahora vamos a por esos helados!
    Daniel tomó nota: «Crea nuevos estímulos para los chicos de la escuela de fútbol de Simón. Les ha motivado con muy pocos recursos y mucho esfuerzo personal, lo cual es meritorio». Pensó dos veces la última frase y borró «lo cual es meritorio» porque se trataba de que Gabriel lo juzgase, no él. De todas formas, había disfrutado mucho con los chiquillos y las peripecias de Liduvel para parar los balones. Esta chica (si de esa forma podía denominarla) era increíble.

    (continuará)

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