Hola de nuevo, lectores y lectoras.
Se avecina un capítulo intenso y dramático. Lucifer, haciendo caso omiso a las instrucciones de no intervenir, acuciado por el intento del Infierno en pleno de destituirle por sus errores, utiliza a Adrian para provocar una tragedia en el hospital donde están ingresados Teresa y Simón. Sabe que son la debilidad de Liduvel, y que ella incurrirá en un grave error al intentar salvarles. 
La decisión que toma Liduvel sorprenderá a todos los que la observan desde el Lado Luminoso y el Lado Oscuro. Yo de vosotros, no me lo perdería. 
Hasta la próxima entrega, saludos a mis lectores y lectoras de España, Francia, Irlanda, Portugal, Ucrania, EEUU y Nicaragua.
26.
 Para ejecutar una tarea que no
 podía considerarse oficial y que de ninguna manera debía conocerse
 por los altos estamentos del Lado Luminoso, decidió utilizar a un
 ser humano, siempre tan útil, tan dispuesto a hacer el mal de forma
 gratuita y sin motivo alguno. 
 
Tenía muchos candidatos para
 elegir entre los que ya habían inscrito su nombre en el libro negro
 de los futuros residentes en el Infierno, pero tras un ligero repaso
 a las posibilidades, fue al mismo Adrián a quien eligió. No le
 costó ningún esfuerzo convencerle para vengarse a la vez de Lea y
 de Simón.
A Adrián le bastaba un pequeño
 empujón o una ligera iluminación para moverse: los suyos le habían
 abandonado y había dejado de ser el líder del grupo. Recibir en
 pocos días dos palizas de una chica que había sido su novia, les
 había parecido suficiente motivo para apartarle del mando y de la
 pandilla. Incluso su  flamante novia Regina, deteriorada ya por el
 consumo de varias sustancias, le había abandonado aquella misma
 noche, despreciándole por su debilidad, y se había enrollado con
 el nuevo jefe de la pandilla, que le garantizaba poder y dosis
 gratis.
Adrián era un experto en robos
 y en desastres varios desde tercero de primaria, por eso no le costó
 nada conseguir el material necesario para su venganza y acceder al
 sótano del hospital sin que nadie le viera. Reía como un idiota
 cuando sacó de su mochila los «cócteles
 molotov» que había
 preparado con cuidado. Sabía que iba a morir mucha gente además de
 Lea y Simón, pero eso no tenía ninguna importancia en aquel
 momento. Ardía en deseos de venganza y el número de muertos solo
 podía devolverle su prestigio perdido. ¡Lo que iba a presumir
 delante de aquellos imbéciles de lo que había montado en el
 hospital! Nunca más le cuestionarían como jefe.
Desde la oscuridad, Lucifer en
 persona, le indicó con señales más que evidentes el lugar donde
 podía arrojar los «cócteles
 molotov» para hacer más
 daño en la estructura del edificio y provocar más daños
 personales y materiales, pero no le indicó por donde escapar cuando
 todo estallara en llamas. Era solo un idiota fácil y prescindible. 
 
Cuando todo estalló en llamas y
 espantado se dio cuenta de que estaba atrapado, lo último que pensó
 Adrián fue en lo estúpido que había sido, y en Lea, que le había
 avisado de que su fin estaba próximo y que debía arrepentirse si
 no quería conocer el terror infernal que había visto en sus ojos.
 En su último segundo de vida supo que el fuego que le consumía
 empezaba en aquel sótano, pero nunca terminaría.
 — ¡LEEEEAAAAAAA!
 ¡ZORRAAAA! ¡MALDITA SEAAAAAAS!—
 gritó con rabia cuando sintió todo el peso de
 su error.
 Un instante antes de que se
 escucharan las explosiones, Liduvel lo sintió desde la segunda
 planta. Era un calor insoportable que le quemaba las entrañas,
 seguido por un frío glacial que la dejó sin fuerzas. La propia Lea
 se quedó sin respiración, absorbiendo lo que ella sentía. Ahogó
 un grito, pues supo que había empezado un ataque directo de las
 fuerzas infernales.
Iban a por ella sin permitir
 que asistiera al juicio, bajo la protección de un Tribunal
 legalmente constituido. En el fondo lo había previsto, porque había
 valorado todas las posibilidades. Ella podía defenderse, pero temía
 que el fuego cruzado afectara a Teresa o a Simón, ya que ambos
 estaban bajo el mismo techo, en aquel hospital, aparte del resto de
 pacientes, personal sanitario y visitantes. 
 
(por favor Daniel necesito ayuda
 esto es el fin vienen a por mi y morirá mucha gente inocente)
(no sé
 qué hacer Gabriel está reunido y yo no sé qué hacer)
(hay que activar alguna alarma y
 sacarlos a todos del edificio antes de que el fuego se expanda los
 ángeles de la guarda de todo aquel que esté bajo este techo deben
 movilizarse ya te lo ruego avísales es urgente mucha gente inocente
 va a morir no debían morir hoy se han saltado el protocolo sus
 almas vagarán sin rumbo porque no les tocaba morir)
(lo
 intentaré lo intentaré haré todo lo posible no me importa tener
 las manos atadas esto es más importante que el protocolo)
Buscó algo para tapar a Teresa.
 Aunque fuera ya no hacía frío, ella estaba débil y no debía
 resfriarse. Sacó su bata del armario, y empezó a ponérsela sin
 decir palabra, ante el asombro de la adormilada Teresa, que no le
 había pedido ayuda para levantarse. Cuando ya salían al pasillo, se escuchó una
 fuerte alarma y Liduvel esperó haberse anticipado lo suficiente
 como para salvar todas las personas posibles, aunque quien más le
 importaban eran Teresa y Simón.
El personal sanitario al
 completo sintió cómo la sangre se les helaba en las venas. El
 hospital estaba completamente lleno a aquellas horas, tanto de gente
 ingresada en las plantas, como en visitas externas en los bajos. Los
 quirófanos trabajaban a pleno rendimiento. Si la alarma resultaba
 cierta, sería un desastre mayúsculo. Tomaron la alarma con
 precaución, mientras pensaban por dónde evacuar a los enfermos.
La
gente salió a las puertas de las habitaciones, y hubo quien empezó
a salir del hospital, a pesar de que no se veía fuego ni humo que lo
delatara.
 — ¡Repasemos
 el plan
 de evacuación mientras nos confirman que no es una falsa alarma!—
 ordenó
 la enfermera jefe a las demás, manteniendo la calma.
Entonces
 se escucharon varias explosiones, que removieron los cimientos del
 hospital. El plan de evacuación se dio por repasado y todo el
 personal comenzó a moverse rápidamente como eficaces hormigas.
— ¡Los
 que puedan andar sin ayuda, salgan con calma por las salidas de
 emergencia! ¡Sigan las indicaciones en el pasillo!—
 comenzaron a avisar de puerta en puerta,
 arrastrando a los sobresaltados pacientes y a sus acompañantes.
— Cojan
 los sueros y bajen por las escaleras. No usen los ascensores. Ni
 siquiera sabemos donde está el fuego—
 alertaron enfermeras y auxiliares, asomándose
 a cada habitación. Si los enfermos no tenían acompañantes,
 intentaban evacuarlos.
—¡Necesitamos
 todas las sillas de ruedas! ¡Incluso las de las oficinas!—urgieron
 los celadores, intentando poner a salvo los enfermos con menor
 movilidad.
 Liduvel no podía perder tiempo
 en esperar una silla de ruedas. Le dio el suero a Teresa para que lo
 sostuviera y la cogió en brazos, ante la sorpresa de la mujer, que
 no creía que tuviera tanta fuerza. Una vez se planteó cómo había
 movido los muebles para pintar, pero dejó de pensar en ello al
 contemplar lo bien que había quedado la casa.
 — No
 te preocupes. Te sacaré de aquí—le
 prometió, sudando copiosamente, no por el esfuerzo, ya que Teresa
 era muy ligera, sino por el miedo que le transmitía a Lea por la
 cercanía de Lucifer.
 Atravesó el pasillo, a pesar de
 la multitud de personas que huían hacia las salidas de emergencia.
 Vio que el humo comenzaba a llegar al otro extremo. La
 falsa alarma activada por Daniel se había anticipado unos pocos
 minutos al verdadero fuego, salvando algunas vidas con ello. Teresa
 se aferraba a su cuello con un brazo, mientras sostenía el suero
 con la otra.
 — Lea
 ¿qué pasa?  ¿Por qué me habías puesto la bata y hemos salido antes de que
 sonara la alarma?—preguntó
 Teresa, asustada, sin saber qué pensar.
 — Todo
 esto es por mí culpa, Teresa. Van a por mí.
 Pero no permitiré que te hagan daño—
 confesó Liduvel, empujando a los de delante
 para que se apresuraran. Muchos de ellos arrastraban los pies.
 Estaban débiles. Sus cráneos sin cabello se veían brillantes de
 sudor, pero ella no debía dejarse llevar por la compasión en ese
 momento. Debía salvar a Teresa. Después ayudaría a los demás.
 Ella era Liduvel, una diablesa primigenia,  y contaba aún con
 muchos poderes. Imprimiría toda la fuerza posible a Lea.
 —  Hija...
 ¿quién va a por tí? ¿Qué has hecho tú?—
 indagó Teresa, asustada.
 — Fugarme
 del infierno, Teresa. Y eso no se perdona—
 reveló Liduvel, pero Teresa pensó que estaba
 hablando metafóricamente.
 En ese instante, Liduvel tuvo la
 desgraciada (o afortunada)  idea de girar la cabeza hacia la unidad
 pediátrica de oncología. La mayoría de niños estaban solos a
 aquellas horas, pues sus padres estaban trabajando. Algunos de ellos
 se habían lanzado a salir de allí, pero otros se mantenían al
 fondo de la estancia que les servía de aula, como petrificados.
 Liduvel les miró mientras pasaba, desolada, y se apresuró a sacar
 de allí a Teresa, porque debía volver a por ellos. No podía
 confiar en que los humanos se acordaran de rescatar a aquellos
 desdichados.
(ayuda por favor ayuda esos
 niños yo haré lo que pueda pero necesito toda la ayuda posible no
 hay respuesta no hay respuesta ¿es que ahora no pueden intervenir?
 Por favor por favor no es para mí lo que pido es por ellos)
Liduvel no podía saber que
 tanto las miradas del Lado Luminoso como del Lado Oscuro estaban
 fijas en aquel hospital. Los ángeles guardianes intentaban poner a
 salvo a sus protegidos. Los ángeles oscuros se reían en sus caras,
 aterrizaban y confundían a los pobres mortales para que corrieran
 hacia las llamas, arrollaran a sus semejantes o se quedaran
 paralizados por el miedo sin poder ponerse a salvo. Cualquier acción
 de Daniel en ese momento se habría hecho demasiado evidente, por
 eso sufría.
Bajaron tropezando por la
 escalera de emergencias. El tobillo de Lea se lastimó y Liduvel
 tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no cayera rodando y
 arrastrara a otros desgraciados en su caída. Bajo, en la explanada
 que servía como aparcamiento cuando el aparcamiento vallado estaba
 lleno, ya se organizaban grupos de médicos y enfermeras que
 ayudaban a los enfermos y exigían la ayuda de los acompañantes y
 viandantes sorprendidos para colocarles y tranquilizarles. Liduvel
 dejó a Teresa junto a un médico.
 — Voy
 a volver ahí dentro, Teresa. Tú quédate aquí, cuidarán de ti.
 No te pasará nada.—le
 dijo Liduvel, tocando con afecto su rostro helado.
— ¡No,
 por favor! ¡Quédate conmigo! ¡NO puedes hacer nada, y yo te
 necesito!—
 le pidió Teresa sujetándola con sus escasas
 fuerzas, pues temía no volver a verla.
— Hay
 otros que me necesitan, Teresa, ojalá pudiera quedarme contigo,
 pero tengo que sacar a los niños, y también a Simón.—
 le dijo Liduvel, soltando sus manos crispadas—
 Si ÉL quiere que vuelva a tu lado, lo haré.—
 Y cuando lo dijo, miró hacia arriba para hacerse entender.  Teresa
 la soltó, asintiendo, con la terrible certeza de que ÉL no la
 dejaría regresar a su lado. Siempre tuvo muy mala suerte, aquella
 buena racha solo había sido un espejismo.
 Liduvel le dio un impulsivo beso
 en la mejilla y corrió a entrar de nuevo. Teresa arrancó a llorar
 en cuanto supo que ella no podía verla.
Simón, enyesado y medio
 inmovilizado como estaba, ayudó a su compañero de habitación, que
 estaba en peor estado que él, con ambas piernas rotas y
 escayoladas. Los chicos del equipo que estaban visitándole cuando
 sonaron las alarmas, no querían o no podían separarse de él.
 Estaban muy asustados. Pidió a los chicos más mayores que ayudasen
 a salir a los compañeros más pequeños. Comenzaron a moverse hacia
 las salidas de emergencia, recogiendo en su camino a una mujer que
 había caído y no podía moverse debido al pánico. Los pasillos
 estaban llenándose de humo y tosieron con fuerza. Simón hizo un
 gran esfuerzo por seguir, incluso por respirar. No podía ayudarse
 con su brazo roto, pero con el otro brazo y un gran dolor en el
 pecho por su costilla rota, arrastraba a su aterrorizado compañero,
 que se asía a él como única tabla de esperanza.
 —¡Vamos,
 chicos! ¡Vamos! Somos fuertes. Somos el mejor equipo de fútbol del
 mundo. Ayudemos a los que nos necesitan. Saldremos en los
 periódicos, chicos, y nos lloverán ayudas. Podremos comprar
 equipajes y balones nuevos.—
 les animó Simón haciéndose el fuerte, pero
 lo cierto es que se sentía miserable por no poder hacer más.
 Los chicos asintieron, pero en
 ese momento se conformaban simplemente con salir vivos de allí,
 porque se ahogaban de tos y apenas distinguían el cartel luminoso
 de la salida de emergencia. 
 
Chocaron contra alguien que
 entraba precipitadamente, y la reconocieron por sus ojos encendidos y rojos, los mismos que habían visto centellear cuando
 espantó a los camellos que les vendían droga. Ahora no tuvieron
 miedo de sus terribles ojos,  porque venía en su rescate.
— ¿Lea?—
 preguntaron—Lea ¿donde está la
 salida?—exclamaron
 los primeros chicos, que sostenían a sus
 compañeros más pequeños.
— ¡Por
 aquí, por aquí! ¡Venid todos! ¡Seguidme!—les
 gritó Liduvel, cogiendo a la mujer que
 arrastraba un chico, descargándole de tal responsabilidad.
Simón le sonrió débilmente.
 Verla le llenó de esperanza, porque ella tenía la fuerza
 suficiente para sacarles de allí. Liduvel sintió pena por él, ya
 que le vio dolorido y notó que se arrastraba con dificultad y le
 faltaba el aire, pero aún así no tenía intención de soltar al
 hombre al que había rescatado. Por ello, Liduvel imprimió toda la
 fuerza posible a los brazos de Lea, para sostener también a aquel
 hombre con su brazo libre. Era un gran esfuerzo de concentración,
 porque los delgados brazos de Lea no eran capaces de arrastrar a dos
 personas de bastante peso como aquellas. Pero debía esforzarse para
 que Simón consiguiera salir. Y aprisa, porque los niños enfermos
 no resistirían mucho tiempo más.
 — ¡Venga,
 Simón! ¡Sé fuerte! ¡Te necesitan! ¡Tienes que vivir! —
 le urgió ella, mientras el cuerpo de Lea
 estaba a punto de desfallecer.
 Los dos enfermos que ella
 sostenía, se miraban con sorpresa. ¿Cómo podía arrastrarlos una
 chica de apariencia tan frágil?
Liduvel les guió a través de
 pasillos que no podían ni ver. Los primeros chicos se cogían 
 firmemente a ella, y guiaban a los demás con las manos entrelazadas
 entre ellos, para no perderse en el espeso humo. Así pudo sacarlos
 hasta la escalera de incendios y al ansiado aire libre. Vio los
 reflejos de las sirenas de los bomberos, que se acercaban a toda
 velocidad, abriéndose paso entre los coches que se habían quedado
 detenidos para observar el incendio y entorpecer cuanto pudieran.
 Respiró aliviada, aquellos humanos preparados serían de gran
 ayuda.
 — Ya
 estáis fuera, campeones. Respirad. Respirad hondo. El humo no os
 habrá hecho mucho daño, pero si hay botellas de oxígeno libre,
 pegad una esnifadita ¿de acuerdo?—
 bromeó ella, dejándoles sentados en el suelo,
 donde otras personas que no se animaban a entrar en el hospital, les
 ayudaron a alejarse del edificio.
 Simón la miró con admiración,
 mientras ella se giraba de nuevo hacia la entrada. La suya era una
 acción muy heroica, pero estaba arriesgando la vida de Lea, no la
 suya, que era eterna.  La cogió de una mano y la retuvo.
 —¡No
 vayas, Liduvel! Quizá tú no mueras, pero Lea morirá si entras de
 nuevo. Te lo ruego. Ya has hecho mucho por los humanos. Seguro que
 eso contará mucho para regresar a la Luz—le
 pidió él en un susurro para que los chicos no le oyeran— Por
 favor, debes conservar su vida.
 Ella negó con la cabeza. Aunque
 había empezado a respetar un poco a Lea, recordaba a los niños
 enfermos y no podía quedarse allí por nada en el mundo, ni
 siquiera por la salvación  o perdición de su espíritu inmortal.
 — Solo
 un viaje más. Los bomberos ya están ahí, pero hay niños enfermos
 de cáncer escondidos en su aula. No les verán con este humo,
 Simón. No es por sumar méritos. Eso ya no me importa. Pero no hay
 nada que me entristezca más en todo el universo que un niño
 enfermo y desamparado—
 le respondió Liduvel, con los ojos llenos de
 lágrimas que no provocaba el humo.
 Simón no distinguió ni rastro
 de la diablesa ante él, sino a un ser compasivo y valiente
 que quería arriesgar su vida por unos niños que quizá murieran de
 todos modos, pero  que jamás permitiría que murieran de una forma
 tan cruel.
 — Estás
 hablando como un ser humano, amiga Liduvel, o aún mejor, como un
 ángel custodio—
 elogió Simón entonces, con lágrimas en los
 ojos—
 Ve con Dios, Liduvel— musitó Simón, de todo
 corazón, porque presentía que era la última vez que la vería.
— ¡Gracias,
 amigo! ¡En eso estoy!—
 sonrió ella a través de sus lágrimas. Por
 primera vez no pegó un respingo cuando escuchó aquel nombre.
 Incluso ella notó este cambio. Quizá era una señal. Pero por si
 era la última vez que veía a Simón, se dejó llevar por un
 impulso y le dio un beso en la boca, para despedirse como debía.
 Liduvel entró de nuevo, a pesar
 del calor y del humo, y también a pesar de que algunas personas
 intentaron con todas sus fuerzas hacerla desistir de su empeño
 suicida. Viendo que no podían con ella, esperaron en la puerta,
 inquietos por su suerte, mientras empezaban a comentar entre ellos
 que habían visto como aquella chica sacaba en brazos a una mujer, y
 después a un grupo de chicos y a varias personas ingresadas. Decían
 que era una auténtica heroína, y que tenía la fuerza de dos
 hombres.
 — ¡No
 puedes hacer nada por los que quedan dentro! ¡Hay demasiado humo!—
 gimió una auxiliar de enfermería con quien se
 cruzó. Había salido a duras penas del edificio  arrastrando fuera
 a una mujer y a su bebé en una silla de ruedas. 
 
 Los chicos del equipo de fútbol
 comenzaron a gemir y llorar, y como todos lo hicieron al mismo
 tiempo, nadie se burló de los demás por hacerlo. Simón les
 consoló como pudo, y les aseguró que Lea saldría, porque debía
 verles jugar en el campeonato local, y porque era bastante cabezota
 para lograrlo.
Daniel había estado todo el
 tiempo flotando junto a ella y viendo la dimensión del peligro, se
 materializó. A aquellas alturas ya no le importaba que notaran su
 intervención, porque muchos demonios estaban por allí enredando
 cuanto podían. Como espíritu, él no sentía el humo que ahogaba a
 Lea, la portadora de Liduvel. Por eso la guió como pudo a través
 de los pasillos. Conocía el objetivo de Liduvel, pero como Simón,
 pensaba que aquel humo acabaría matando a Lea, que era mortal y ya
 estaba muy afectada.
 — Debes
 dejarlo, Liduvel. Lea morirá. Y tú serás culpable. Eres
 responsable de ella... recuérdalo—
 le pidió Daniel, intentando impedirle el paso
 cuando el humo se espesó de tal forma que ella se ahogaba de tos.
 Ella negó con la cabeza. Cubrió
 la boca de Lea con un pañuelo y se esforzó por hacerla seguir. No
 podía hablar, pero Daniel sabía lo que pasaba por la mente de la
 diablesa.
(lo sé lo sé me rindo ya no
 puede más sácala de aquí Daniel voy a salir de ella solo así
 podré salvarles a todos)
 — ¡Pero
 no podrás volverte a meter en Lea! Y todavía no es tiempo de tu
 juicio.  No nos han avisado. ¿Qué será de tí?—
 negó Daniel, asustado por la suerte de
 Liduvel.
 (no hay tiempo para pensarlo dos
 veces esos niños merecen una oportunidad no morirán entre las
 llamas no lo consentiré pobres almas tristes)
Liduvel se esforzó por salir de
 Lea, como se había esforzando por entrar.
 — ¡No,
 por favor!—intentó
 aún Daniel, antes de ver caer a Lea al suelo, inerte, mientras
 Liduvel emergía de ella, tan brillante y hermosa como un ángel de
 luz. Se quedó fascinado, con la boca abierta, mientras se agachaba
 para coger a Lea en brazos.
— ¡Sálvala,
 Daniel, por favor! ¡Sácala de aquí!—
 le pidió Liduvel, con su preciosa voz
 aterciopelada, que parecía música en sus oídos.
 Cuando pudo reaccionar ante tal
 visión, Daniel sujetó bien a Lea y la llevó flotando a través de
 los pasillos, hasta que vio llegar a unos bomberos y la dejó en su 
 recorrido, para que la encontraran enseguida. Miró hacia atrás un
 par de veces mientras regresaba sobre sus pasos para seguir a
 Liduvel. Los bomberos la habían encontrado, y uno de ellos la
 sacaba de allí sin dificultad. Él suspiró, aliviado. Lea se
 salvaría y su muerte no caería sobre la conciencia de Liduvel.
La diablesa buscó con sus ojos
 perfectos a través del humo. Se cruzó con un viejo conocido, al
 que había engañado una vez en un callejón, no hacía mucho
 tiempo. Era un ángel neutro, uno de los que trabajaban para ambos
 Lados: un Ángel de la Muerte. La miró de soslayo mientras pasaba a
 su lado, tocando a gente que había caído por los pasillos y se
 había asfixiado. Supuso que estaría resentido contra ella, por
 engañarle y no permitir que se llevara a Lea, pero el ángel no le
 dijo nada. Era un trabajador incansable, discreto y sombrío, que
 tenía demasiado trabajo para prestarle atención. Continuó
 flotando por el pasillo, terco e implacable.
También se cruzó en su camino
 con las almas confusas de humanos, que deambulaban sin saber a dónde
 ir. Al verla, algunas almas intentaron retenerla, preguntarle hacia
 donde iban o seguirla, pero ella negó con la cabeza.
 — ¡No,
 conmigo no! ¡Id hacia la Luz, siempre hacia la Luz!—
 les indicó Liduvel, señalando un inmenso
 chorro de luz que caía desde lo alto e inundaba el pasillo.
 Se giró varias veces para ver
 si aquellas almas perdidas se aclaraban y percibió satisfecha que
 la mayoría alcanzaban el gran chorro de luz, el ascensor hacia la
 sala intermedia, donde serían juzgados por sus actos y destinados a
 su lugar definitivo. Pensó con creciente piedad que muchos no
 lograrían llegar a la Luz definitiva, pues la gran mayoría de sus
 actos habían sido malvados y egoístas. 
 
Entre los desdichados destinados
 al Infierno, si eran inteligentes, tenían mucha suerte y jugaban
 bien sus cartas, saldrían los nuevos numerarios del Lado Oscuro.
 Los demás se sumergirían en las diversas cámaras de tortura
 (clasificados según la gravedad de sus errores) y los peores de
 entre ellos irían a parar al pozo más hondo, el peor lugar del
 infierno, donde se recibían descargas extras de fuego y sufrimiento
 con cada rabieta de Lucifer (es decir, muy a menudo). No quiso
 pensar en ello, pero ahora que pretendía abandonar el Infierno y su
 identidad de diablesa, le pesaba que fueran tantos los allí
 destinados. 
 
Las llamas ya se acercaban
 cuando llegó a los niños de la unidad pediátrica  de oncología.
 Estaban acurrucados en un rincón, abrazados unos a otros.  Eran
 cinco pequeños, y ninguno tenía más de diez años. Algunos habían
 perdido el conocimiento, otros la miraron con admiración y temor.
 — ¡Es
 un ángel!—
 señaló un chico, abriendo los ojos tanto como
 le permitía el humo.
— ¡Qué
 bonito es!—
 exclamó una niña de grandes ojos verdes,
 mirándola con éxtasis.
— ¡Es
 el ángel de la guarda!—
 musitó otra niña, al borde del desmayo.
— Os
 sacaré de aquí. No tengáis miedo—
 les animó Liduvel, con aquella voz tan
 hermosa, que les hizo levantarse sin temor ninguno. Ella les cogió
 a todos, a los conscientes y a los desmayados, y los llevó sin
 dificultad por los pasillos, flotando por el aire.
 Daniel sonrió al ver que su
 plan había tenía éxito. Les siguió flotando. Sintió el peligro
 que se cernía sobre ellos antes de que se produjera, y se abalanzó
 hacia Liduvel, cubriendo totalmente a los niños que ella portaba.
 Hubo una explosión y parte del techo del pasillo cayó sobre ellos.
 Liduvel le miró agradecida, pues en su empeño de rescatar a los
 niños, no había previsto la explosión. Continuaron su camino de
 aquella forma, abrazados y con los niños protegidos por sus dos
 espíritus poderosos, hasta que distinguieron a los bomberos, que se
 habían retirado ante la deflagración y volvían al ataque en
 cuanto vieron que las explosiones habían terminado. Entonces Daniel
 se separó de Liduvel, para permitirle concluir sola su heroica
 misión y no restarle méritos.
 — Señorita,
 todo el mérito es suyo—
 bromeó él, intentando no parecer avergonzado,
 inclinándose ante ella y cediéndole el paso.
— Muchas
 gracias. Eres todo un caballero, humanamente hablando—
 le sonrió ella, con aquella voz que le hacía
 derretirse sobre los escombros.
 Uno de los bomberos más
 avanzados aún pudo distinguirla, brillante entre el humo, bellisima
 y flotando con los niños en brazos. Pensó que el humo le estaba
 afectando, y se sobresaltó aún más cuando ella le habló.
 — No
 se detenga por mí. Sáquelos rápido de aquí. Que respiren aire
 limpio—
 le urgió Liduvel, con su preciosa voz,
 llenándolo de una sensación extraña, mezcla de bienestar e
 inquietud.
 El bombero cogió en brazos a
 dos niños y llamó a sus compañeros para que le ayudara con los
 demás. Los niños que aún estaban conscientes miraron hacia atrás
 cuando les sacaban, para despedirse de su ángel salvador.
 — Sed
 buenos. Ser bueno siempre tiene su recompensa...—
 se despidió ella, lanzándoles un beso
 sincero, lleno de amor y piedad por ellos.
 Ellos asintieron fascinados,
 prometiéndolo de corazón. Tiempo después, ya recuperados, todos
 los niños reflejaron en sus dibujos infantiles, de forma casi
 idéntica, un ángel de alas oscuras, cabello rojo y hermosos ojos
 rasgados de un brillante color rojo. Sus padres y todos aquellos que
 vivieron el incendio, no dudaron jamás de que se había producido
 un milagro para que los niños salieran con vida de aquel incendio,
 pero a todos les extrañaba el peculiar e inquietante aspecto de
 aquel ángel.
 (continuará)

No hay comentarios:
Publicar un comentario