UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 10)








Hola, lectores y lectoras. Llevo un día de retraso en colgar el capítulo correspondiente a esta semana, porque estamos celebrando las fiestas fundacionales de mi ciudad y no paro en casa. Hoy, mientras estamos mirando la Gala de los Oscars 2016 por la tele, os cuento esta parte de "Una fugitiva un tan especial". 

Liduvel pensaba que su misión estaba siendo todo un éxito, todo iba sobre ruedas, pero se siente muy sla y desea compartir con alguien su gran secreto. Para ello elige a quien mejor la puede comprender: Simón, a quien conoce porque intentó derrumbarle sin conseguirlo. Pero antes de que pueda contarle su increíble historia, algo sucede que le impide continuar con sus planes. ¿Qué ocurrirá ahora? Vamos a ver...


10. 

Liduvel caminaba tranquilamente por el mundo bajo la funda de Lea Pineda. Estaba bastante satisfecha de su andadura hasta aquel momento. Teresa se sentía feliz. Alicia se había reconciliado con Lea. En cuanto a aquel cuerpo maltrecho, lo había nutrido bien, había hecho ejercicio con gran esfuerzo y había ganado un poco de masa muscular. Poco a poco los dolores y espasmos del síndrome de abstinencia iban cediendo y espaciándose. Esto le hacía comprender lo difícil que era para un humano abandonar las drogas. De hecho, para un humano casi era imposible hacerlo sin ayuda de química y apoyo psicológico. Pero ella era extremadamente fuerte, y pensaba que acumulaba puntos con aquel dolor, evitándole el sufrimiento a Lea. 

Cuando se miraba al espejo ya no sentía náuseas al enfrentarse a aquel pálido reflejo de un ser humano. Aún odiaba aquel pelo enmarañado y de un color indefinido que – para su satisfacción- se enrojecía poco a poco - ya que su hermoso ser empezaba a translucirse a través de Lea.

Aceptando la amable invitación del instituto se integró en el equipo de voleibol, más que nada por Lea, para que el deporte mejorara un poco más aquel físico esquelético. Ella podía haber practicado cualquier disciplina, las conocía todas, ya que había metido baza en todos aquellos deportes donde pudiera provocar exaltación incontrolada, insultos y golpes. Aquel había sido el hobbie favorito de muchos de sus colegas y ella misma les había acompañado alguna vez, para disimular su falta de motivación.

Pero aquel cuerpo se agotaba con facilidad y debía de usar de todo su poder para moverlo y soportar los entrenamientos y los partidos. A pesar de ello, su entrenadora estaba satisfecha por el esfuerzo, y sus compañeras, obligadas de mala gana a aceptarla, empezaron a apreciarla, pues no jugaba mal y era muy competitiva. Nunca daba una pelota por perdida.

Liduvel creía que algo vivo emergía de Lea cuando jugaba. Debió haber sido una buena deportista, cuando aún no había caído en la droga.

Pero aún así, totalmente integrada en la vida de Lea, Liduvel seguía sintiéndose sola e incompleta.

Quizá por eso rondó por el barrio hasta que encontró de nuevo a Simón. Al fin y al cabo, como hombre de Iglesia, Simón era una autoridad en ángeles y demonios, justo lo que necesitaba en aquel instante para sincerarse e incluso buscar consejo.

Lo halló charlando con unos chicos, intentando convencerles para formar un equipo de fútbol y no campar a sus anchas por las calles (incluso en horario de colegio) donde sólo podían encontrar droga, robar bolsos, accesorios de coches, y buscarse problemas en general. Ella sonrió ante la iniciativa. Estaba bien recoger los corderitos en el redil, a salvo de los lobos. Cuando Simón les dejó, ella se acercó. Simón tenía un aspecto gracioso con aquellas gafas de montura redonda y el pelo alborotado por el viento. Seguía pareciéndole muy atractivo para ser un humano. Tuvo que hacer un esfuerzo por reprimir lo que pensaba sobre Simón y el repaso que le daría, porque perdería muchos puntos…
    ¡Hola, Simón!—le saludó, con un gesto alegre.

    ¡Hola! ¿Nos conocemos?—la saludó él, mirándola con curiosidad.

    Soy uno de tus múltiples fracasos. Me salvaste la vida...—asintió ella. Al principio Simón no reconoció en ella aquel despojo que recogió en la calle y depositó en un hospital. Ni siquiera la había visitado, porque creyó que iba a morir y le daba mucha lástima. Había visto tantos de aquellos casos...

    ¡Aaaaah! Me alegro de verte tan bien. Eres una chica con suerte. ¿Y qué es de tu vida?—se alegró él sinceramente al reconocerla.

    Bien… es una vida realmente simple: estudio, ayudo a Teresa... busco un empleo para ayudarla, quiero que se deje algún trabajo. Está muriéndose de cáncer ¿sabes?. No puede seguir esta marcha o perderá más tiempo de vida. Y eso es triste. Este mundo es tan hermoso...—le contó ella, con el mismo tono de voz tan tranquilo como si hablara del buen tiempo que hacía.
Él pensó que hablaba con demasiada naturalidad sobre la muerte de su madre. Podía ser fruto de su propia experiencia cercana a la muerte, pero sonaba muy fría.
    ¿Quieres... hablar sobre eso...? Disculpa, no sé tu nombre...—ofreció él.

    Me conocen como Lea Pineda, pero no soy quien piensa todo el mundo. A ti no pienso mentirte, porque debes ser uno de los pocos humanos en el mundo que podrá creer mi verdadera historia, debido a tu fe. Lea casi murió en aquel callejón asqueroso. Le permití quedarse con un hilo de vida para manejarla, como quien maneja una marioneta. Yo la utilizo como funda, como escondite... sirve a mi propósito perfectamente, de momento...—le contó ella, con la naturalidad con que hablaba de la inminente muerte de su madre.
Simón reprimió un escalofrío. La chica debía haberse trastornado. Parecía un caso bastante claro. Le seguiría la corriente, por si acaso.
    ¡Ah, ya!—musitó Simón, con cara de poker, alertado por sus palabras.

    Te parecerá extraño, Simón, pero estoy cansada de disfrazar la verdad para que no me encierren en un psiquiátrico, porque no debo mentir. Eso restaría méritos a mi hazaña. Y ahora necesitaría que alguien conociera la verdad absoluta, la que nadie conoce. Un sacerdote lo guarda bajo secreto de confesión ¿no es así?. ¿Puedes escucharme un momento?... Bueno, en realidad es bastante más que un momento. Es una historia muy larga, que se desarrolla a lo largo de eones, pero puedo resumirla para ti lo más posible....—pidió ella, revelando el motivo de haber ido precisamente en busca de Simón.
Simón se sintió mareado. Todo a su alrededor se volvió irreal con aquellas palabras. Ahora debía utilizar de su faceta de psicólogo para ayudar a aquella pobre chica. Asintió, resignado.
    Por supuesto, para eso estoy. Habla. Te escucho—le ofreció él, dispuesto a escuchar todo tipo de locuras sin alterarse, aunque el corazón se le desbocase. Temía la locura más que cualquier enfermedad. Mucho más.
Antes de que Liduvel pudiera decir ni una palabra, se escuchó una gran explosión y vieron brillar un fogonazo con una intensa luz rojiza, a poca distancia de allí. La tierra tembló bajo sus pies y ambos cayeron de rodillas. Reventaron los cristales de ventanas y escaparates, cayendo sobre la acera con gran estrépito. La gente empezó a gritar, corriendo hacia todas partes. Cuando se levantaron pudieron ver una brillante humareda de color rojo que se alzaba a pocas manzanas de donde estaban.
    ¿Qué ha sido eso? Parece un atentado o una explosión de gas. Quédate aquí. Voy a ver si hay heridos—farfulló Simón, consternado, mirando a su acompañante, que no parecía extrañada en absoluto.

    Voy contigo—le dijo ella con voz temblorosa, aunque sus piernas humanas se negaran a obedecerla, quizá debido a su propio miedo.

    A los ojos inexpertos de los humanos podía parecer un atentado o una explosión de gas, pero ella temía la verdad y no se atrevía ni a pensarlo. Una violenta explosión que removía la tierra y provocaba un característico humo rojo… solía coronar la aparición espectacular de alguien muy conocido. Sinceramente, no pensaba que fuera él en persona quien se diese cuenta de su fuga, pero a pesar de su terrible intuición, corrió junto a Simón para enfrentarse a la verdad.
     
    La gente comenzaba a agolparse en torno a un callejón. Justo en el punto concreto donde Liduvel se había introducido en Lea, aparecía un gran boquete que dejaba al descubierto alcantarillado y canalizaciones varias que habían reventado. Había en el ambiente un fuerte olor que ella conocía muy bien.
     
    La policía de barrio llegó casi de inmediato al lugar y lo acordonó, sin explicarse qué había ocurrido, ni por qué se sentía aquel fuerte olor a azufre. Hablaban entre ellos de una reacción química, quizá de un laboratorio ilegal de drogas, ya que no olía a gas, que podía ser otra explicación para la explosión. Avisaron a los bomberos.
     
    Un mendigo de cabellos largos y sucios, con ojos muy espantados, intentaba explicar a los policías lo que había visto, pero ellos le dieron largas, porque no entendían nada y pensaban que sus titubeos se debían a que estaba borracho. El hombre tenía una brecha en la cabeza debido a que algo le había impactado por la explosión. Avisaron a la ambulancia, pero fue lo único que hicieron por él.
     
    Liduvel se acercó al mendigo, que permanecía temblando sentado en el suelo de la calle, y se agazapó junto a él. Simón se apartó de ella por si podía ayudar a alguien más. Mejor así, ya que podía hablar libremente con aquel hombre.
    ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha visto en el callejón?—le preguntó directamente al mendigo, secando la sangre de su frente con un pañuelo de papel.
    Al verse atendido por alguien dispuesto a escucharle, el hombre dejó de mirar al vacío y balbucear para centrarse en lo que había visto y oído.
    Todo explotó y yo caí al suelo, me cayeron cascotes y cristales encima y desde el suelo… le vi salir del fuego. Juro que caminaba entre el fuego y no se quemaba... Creí que me iba a fulminar, pero no me hizo nada...—farfulló aterrado el hombre, temblando violentamente, pensando que aquel ser extraño podía haberlo pulverizado con mover un dedo. De un ser que anda entre las llamas sin quemarse, podía esperarse cualquier cosa.
     
    ¿Era un hombre muy guapo, con una mirada penetrante, alto, bien peinado y muy elegante, con uno de esos trajes que cuesta un pastón?—describió ella, y él la miró asombrado de que ella le reconociera. Entonces debía ser más real de lo que esperaba que fuera.
     
    ¡Sí! ¡Sí, así era! Me miró y sus ojos eran de hielo. Yo sabía que él pensaba: «Este despojo no es peligroso. No hay nada que temer de él» y pasó de mí. No sé como pude saber yo lo que él pensaba, pero lo supe...—explicó el hombre, entusiasmado al ver que ella le creía y sabía de qué hablaba, no como los estúpidos policías, que pensaban que estaba borracho. Justo en uno de los escasos momentos en que estaba sobrio, había sufrido aquella aparición fantasmal ¿Quién era? Tú sabes algo, le conoces. Dime quién era—indagó el mendigo, exigiendo una explicación.
     
    Amigo, has sobrevivido a una brillante aparición del mismísimo Lucifer. Podrás contárselo a tus nietos, si es que dejas de beber y llegas a vivir tanto como para ser abuelo. Vuelve a tu casa, pide perdón a tu hermano por lo que le hiciste y acepta el trabajo que te ofrecerá. Tu mujer aún te espera. No te esperará mucho más. Hazlo o morirás solo y abandonado, y no tardarás mucho en hacerlo. Cambia tu camino, serás feliz y llegarás a viejo. Ese es mi valioso consejo, en pago por tu ayuda—le reveló Liduvel, palmeando su hombro. Le dio otro pañuelo limpio para sustituir el empapado en sangre y le obligó a presionar contra la herida.
     
    ¿Lucifer? ¡Anda, la ostia!—espetó el hombre, aterrado. Supo que era cierto, aunque aquel hombre no luciera cuernos y rabo ni su piel fuera rojiza. Lo aceptó con tanta naturalidad como supo lo que pensó de él. Solo después de que Liduvel se fuera, cayó en la cuenta de lo que le había dicho aquella chica extraña que conocía a Lucifer. Se levantó un poco mareado y tanteó en su bolsillo. Si tenía suficiente dinero para tomar un autobús, volvería aquel mismo día a su casa, si no, lo mendigaría. Todo se había removido en su interior, y de repente perdieron importancia las razones que le llevaron a ser un «sin techo». Sintió mucho miedo y supo que ya no podía estar más tiempo viviendo en la calle.
     
    Liduvel olvidó a Simón entre la gente. Estaba muerta de miedo, pero debía afrontar aquel encuentro cuanto antes. Había esperado que al final del proceso de fuga tendría que enfrentarse a él, pero no tan pronto. Aún no creía haber acumulado bastantes méritos para solicitar el «traslado».
    (dónde podré encontrarle debe ser un lugar especial no me esperará en cualquier sitio ya sé será en suelo sagrado a él le encantan estos jueguecitos)
     
    Pensó con la rapidez que su pánico le permitía y cayó en la cuenta de que la iglesia de Simón estaba muy cerca. Ese era el lugar elegido. El corazón de Lea se había desbocado debido a su miedo. 
    (continuará) 

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