UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 28)





Hola, lectores y lectoras. 

Aquí estamos de nuevo, una semana más, para acompañar a Liduvel en el final de su azarosa aventura... pero aún no termina, no hasta que conluya el juicio a que la someten, y se le ha concedido una prórroga para volver al mundo e interesarse por sus protegidos, que parecen estar en problemas. 

Con buen juicio busca en primer lugar a Lea, pues si puede ayudarla, también ayudará a Teresa y a Simón. Lea se encuentra confusa, ha desperado en un hospital, sin entender por qué todos la consideran una heroína, cómo ha recuperado el cariño de su madre, a sus amigos y el respeto de propios y extraños. Ni siquiere reconoce su propia imagen, pues cuando ella intentó suicidarse, era un despojo consumido por las drogas. En su confusión, huye del hospital en busca de droga, pues es la única forma que conoce para solucionar los problemas. Pero Liduvel, como buen ángel custodio, le impedirá caer de nuevo, explicándole cuanto ha sucedido en su ausencia. Será complicado hacer que lo entienda.

Saludos a mis lectores de España, Portugal, Francia, EEUU e Irlanda, que me han ido siguiendo esta semana sin perder el interés. Gracias a todos y hasta la próxima entrega de esta odisea que se mueve entre varios mundos.


    28.
    Liduvel accedió al mundo de forma lenta y suave, como una pluma llevada por una suave brisa, no como solía llegar al mundo cuando venía del infierno, desde donde se desplazaba con esfuerzo y dolor, arrastrándose a través de varias dimensiones de pesadilla.
    Su primer objetivo era averiguar qué había sido de Lea, y utilizó sus poderes, aún intactos, para hallarla.
    Apenas llegó, la sintió cerca, aunque no tenía sentido que estuviera allí, en medio de aquel parque de barrio, solitario a aquellas horas. Debería estar ingresada en el hospital, quizá aún en coma, como cuando ella la poseyó. Miró a su alrededor con sus ojos perfectos y la vio. No podía creerlo, pero allí estaba Lea Pineda, vivita y coleando. Se sintió muy sorprendida, pero se alegró de que no hubiera sido víctima del humo y el inmenso esfuerzo físico al que la obligó para salvar a aquellas personas. Le chocó verla cara a cara, porque había formado parte de ella durante un tiempo, y solo la veía cuando se miraba al espejo.
    La chica andaba con paso titubeante, apoyada en una muleta. Estaba muy pálida y tenía una expresión de absoluto desconcierto, lo cual no era extraño, dado que había estado a punto de morir en dos ocasiones en muy poco tiempo.
    Antes de intentar contactar con ella, Liduvel se concentró en mirar en su interior. Había confusión y oscuridad en su mente. Había despertado del coma sin entender nada. Le habían dicho que era una auténtica heroína, que había abandonado la droga para llevar una vida absolutamente ejemplar, y Lea sentía como si se burlaran de ella. Solo recordaba que había intentado suicidarse en un callejón nauseabundo cuando supo que su madre iba a morir de cáncer, y después no había nada, solo oscuridad, hasta que despertó en el hospital convertida en alguien que no reconocía.
    Tras el trágico incendio del hospital Santa Elena, y dado que el caso se había dado a conocer en todos los medios de comunicación, le dedicaron las mejores atenciones, los tratamientos más avanzados (puesto que los servicios médicos estaban en el punto de mira de todo el país y en parte del mundo civilizado) hasta que la sacaron del coma en un tiempo record para su grave estado. Lo que los equipos médicos no podían saber ( y aunque lo hubiesen sabido, no lo hubieran creído) es que su cuerpo llevaba meses en coma, aunque siguiera andando sobre el mundo.
    De repente, y sin solución de continuidad, su madre había pasado de llorar y gritarle desesperada que «usara un cuchillo para matarla con mayor rapidez» a adorarla y mimarla como un verdadero tesoro. Su madre iba a morir de cáncer cuando se intentó suicidar y ahora estaba operada y recuperándose. Los compañeros del instituto que la odiaban y se apartaban de ella, la visitaron en bloque en el hospital e incluso le llevaron flores, bombones y revistas. Sobre todo, la dejó perpleja que la zorra de Alicia y el traidor de Alex (que se habían unido apenas ella desapareció de sus vidas) hubieran ido juntos, de la mano, sin ningún remordimiento y hubiesen alabado su heroicidad, besándola y abrazándola como si fueran de nuevo amigos. Ella no fue capaz de reaccionar a todas aquellas manifestaciones de afecto y admiración, pero tampoco se esperaba de ella, pues había estado a punto de morir, de modo que nadie se extrañó de su actitud.
    Ella solo se preguntaba de qué puñetas de heroicidad hablaba todo el mundo. Incluso algunos periodistas de la radio y de la televisión habían intentado entrevistarla y se negó, porque era absurdo. Todo el mundo se había vuelto loco.
    Cuando su madre le ofreció un espejo donde poder mirarse, comprobó que ya no era la drogata consumida que vio reflejada su último día de vida. Era otra persona. Ahora su aspecto había mejorado. El cabello había crecido, estaba cuidado y era de un color rojo muy conseguido. Aquellas manchas y granos de su rostro habían desaparecido y tenía una piel tersa y pálida. Había ganado peso y no sentía nauseas al mirar su reflejo. Tampoco sentía el frío glacial y los temblores que le provocaba la falta de droga en su cuerpo. No podía comprender nada.
    Por eso se había escapado del hospital. Había utilizado la ropa que el maldito novio de su madre le había llevado con toda amabilidad (otra cosa que no comprendía) para cuando le dieran el alta, y en cuanto su madre se ausentó para pasar sus propias revisiones, había robado una muleta para huir, porque sus piernas flaqueaban, no solo de debilidad, sino también de miedo. No era su mundo donde había despertado. Debía ser que había viajado a una dimensión paralela o algo así.
    Ahora deambulaba sin rumbo fijo, deseando una dosis para escaparse de aquel mundo inexplicable donde había aparecido, porque ella aún no sabía cómo hacerlo de otra forma.
    No busques droga. Ya no la necesitas. Tu cuerpo ya no te la pide. Estás limpia—susurró Liduvel, con su hermosa voz siseante y envolvente, decidiendo que debía intervenir antes de dejarla caer de nuevo en el abismo.
    Lea se detuvo en seco. Había escuchado aquella voz otra vez. La sonaba muy familiar. ¿Era la voz de su conciencia dormida? Incluso miró a su alrededor para ver si algún fantasma la rondaba, pero no había nada ni nadie en aquel rincón del parque a aquellas horas.
    Estás confusa. Es normal. Escúchame con atención y abre tu mente, porque necesitarás mucha comprensión para entender lo qué ha pasado en el tiempo que has perdido— continuó Liduvel con voz suave y paciente, comprendiendo cuanto le ocurría
    Lea miró a su alrededor, asustada, y siguió caminando con determinación, cerrando sus oídos y su mente a aquellas palabras. Liduvel pensó que para ser escuchada, debía aparecerse, cosa que quizá no estaba permitida, pero era necesario. Tampoco le haría mucho daño a una chica drogadicta que estaba acostumbrada a flipar. Cerró los ojos y pidió perdón por desobedecer, pero lo primero para ella era ayudar a aquella chica confusa. Si la ayudaba a ella, también ayudaría a su madre. Y eso era cuanto importaba.
    Lea se detuvo en seco cuando la vio ante ella. Era un ángel de cabello rojo brillante y ojos grandes y rasgados, de color rojo como su cabello, con enormes alas oscuras plegadas a sus costados. Casi se cayó de bruces debido a la impresión.
    No tengas miedo, solo escucha. Cuando termine mi explicación, serás otra persona... entenderás en qué te has convertido mientras tu pobre cuerpo estaba en coma por tu intento de suicidio—susurró Liduvel con aquella voz dulce que no causaba ningún temor.
    Lea se dejó caer sobre el suelo. Estaba tan aterrada como ansiosa de que aquel ser le explicara qué había ocurrido con su vida. Entonces recordó el ángel oscuro que vio en el callejón cuando estaba a punto de morir, pero seguía sin creer que fuera real. Y aunque hubiera creído, sentía que no se merecía un ángel. Ella era un mal bicho y se merecía lo peor.
    Yo fui quien metí en tu cabeza la idea del suicidio y decidí utilizarte. Sé que suena mal. Sé que fue un mal método, pero entonces pensaba que no tenía más remedio que hacerlo. No dejé que murieras del todo. Me introduje en ti, te poseí. Pasé mucho dolor físico y te ahorré el terrible síndrome de abstinencia, que no deseo ni a mi peor enemigo. Cuidé de tu madre como si se tratara de la mía. Yo estuve en tu lugar en todo momento. Fui a tu instituto, me comporté como una buena alumna y borré tus errores pasados. Recuperé a tus viejos amigos y también cierto respeto de todos los demás. Ya no te odian, puede que aún no confían en ti, porque dado tu historial, les costará un poco más de tiempo. Colaboré para entrenar al equipo de fútbol del padre Simón. Iba a ayudarle a crear un equipo de fútbol femenino. Sé que esto te gustaba mucho, hace tiempo. Lo sentía en tu interior cuando trabajaba con aquellos niños. ¿Recuerdas? Era tu sueño jugar a fútbol, y te lo robaron. Creo que ser entrenadora te llenaría tanto o más que ser jugadora. Eso he estado haciendo todo este tiempo, enfundada en tu cuerpo, mientras tú permanecías latente, recuperándote físicamente, en lugar de estar en coma y, consumiéndote en la cama de un hospital— resumió Liduvel, confundiéndola aún más.
    ¿Por qué? ¿Por qué has vivido dentro de mí? Esto es una puta pesadilla— farfulló Lea cuando recuperó el habla. Se sentía muy rara por haber tenido a aquel ser en su interior y se sentía peor aún por estar hablándole, cuando no tenía claro si era producto de su mente enferma.
    Te seré sincera. Al principio actué por puro egoísmo. Mírame, no soy un ángel de la guarda. Soy un ángel del Lado Oscuro, lo que tú conoces como un demonio, Lea. Yo quería fugarme del infierno y volver a la Luz ¿comprendes? Lo he planeado durante eones, que por si no lo sabes, es una medida de tiempo inmensa. Te utilicé para mis fines, sí, para hacer el bien escondida en ti y ganarme el perdón. Perdóname si puedes, pero mientras obraba en mi beneficio, he cuidado tu cuerpo, te he nutrido, te he puesto en forma, he sufrido por ti, me he reconciliado con el mundo por ti. Mientras yo huía de mi infierno, te alejaba cada vez más del tuyo—explicó Liduvel, con voz dulce. En sus palabras se podía apreciar cierto arrepentimiento por haber actuado así, pero Lea estaba demasiado asustada para percibir nada.
    Lea movió la cabeza. Estaba cada vez peor, incluso se sentía mareada.
    ¡Joder! ¿Me dices que he sido una poseída? ¿Como la niña del «Exorcista»? Pero en vez de dar asco, girar la cabeza y vomitar puré de guisantes... he estado haciendo el bien por ahí… ¿es eso? Me llaman heroína, todos me llaman heroína… y yo no estaba ahí. Eras tú la que me manejaba como una puta marioneta— empezó a comprender Lea, furiosa y masticando cada palabra.
    Más o menos, así es— asintió Liduvel, sonriendo ante la comparación.
    Me he vuelto completamente loca. Estoy del revés. O es que esto es el infierno o el purgatorio, y me han echado de cabeza en él, por lo que hice. Esto no puede estar pasando. Es demasiado loco hasta para mi—farfulló Lea, frotándose la frente y balanceándose hacia atrás y hacia delante de puro terror, con los ojos perdidos en el vacío.
    Este sigue siendo tu mundo. No quieras ni saber como es el infierno, Lea. Ni tampoco el purgatorio. Bueno, en realidad éste último es un lugar bastante tranquilo en comparación, como la sala de espera de una estación o un aeropuerto. Allí reflexionas sobre tus errores, y te sientes muy sola y confusa. Como tú ahora, pero diez mil veces peor. No, Lea. Estás en tu mundo. En un mundo mejorado, porque tú lo dejaste cuando estabas en el fondo del abismo. Las fuerzas infernales te tenían ya ganada y bien atada en las sombras ¿sabes? Ahora ya no hay nada determinado. Te he sacado del embrollo, te corresponde a ti jugar con tu destino, porque tienes una segunda oportunidad. Es lo bueno del libre albedrío, de la libre elección de los humanos por el buen o por el mal camino. Todo lo anterior ya no cuenta y dependerá de tu futuro comportamiento, asi de simple—explicó Liduvel, y Lea asentía ante sus palabras, aunque no comprendía nada.
    Entonces empezó a recordar. Se vio de nuevo con aquel aspecto atroz, esquelético, con la mirada extraviada. Desde el punto de vista que tenía ahora, con la mente y el cuerpo libre de drogas, sintió una aguda punzada de culpa. ¿Cómo podía haber llegado a ese punto? También vio a su madre, desesperada por su comportamiento, sintiéndose incapaz de ayudarla. Vio a los amigos que (asqueados y con razón) la habían abandonado. Su novio Alex la había cambiado por Alicia e incluso el cerdo de Adrián la había sustituido por su zorra Regina. Alex era un buen chico, que merecía una novia normal, no a ella. Adrián era un cerdo, un ser despreciable que ahora le provocaba nauseas y que la había hundido en la miseria. Ni siquiera ella merecía un tipo así. Al recordar cómo era su mundo antes de su suicidio, hizo un esfuerzo para abrir su mente y deseó entender cómo era el mundo en que había despertado.
    ¡Vale, demonio, estoy abierta a todo! Explícame ¿qué coño pasó en el hospital? ¿Por qué soy una heroína?—exigió Lea, gesticulando con viveza y haciendo un esfuerzo por no enloquecer.
    Liduvel se exigió calma. Quizá en otro tiempo la hubiera sacudido para aclararle las ideas, pero ahora debía ser paciente y demostrar caridad por su confusión (al fin y al cabo más que comprensible). El problema es que no sabía de cuanto tiempo disponía, y aún quería arreglar algunas cosas antes de volver a enfrentarse al Tribunal.
    Las fuerzas infernales querían hacerme daño a través de mis protegidos. En ese momento mis seres más queridos estaban en el Hospital, y metieron en la cabeza de Adrián (si, tu querido Adrián) que quemara el hospital. Hubo muchos muertos. También él murió. Yo, dentro de tu cuerpo, salvé a tu madre, a Simón, que es el cura de tu barrio y el entrenador de fútbol, a los chicos del equipo de fútbol que le estaban visitando en ese momento y a dos enfermos que Simón intentaba ayudar. Pero también debía salvar a un grupo de niños con cáncer que se escondieron en la sala de juegos. Tenía que sacarlos de allí, porque nadie – ni siquiera el cerdo de Adrián- se merece una muerte tan cruel. Pero tú ya no podías aspirar más humo. Si permanecías mucho más tiempo en el hospital en llamas, tú hubieras muerto, y no podía consentirlo. Por eso abandoné tu cuerpo, dejándote en el camino de los bomberos, quienes te rescataron. Saqué por mis medios a los niños enfermos, pero el mérito fue tuyo. Soportaste muy bien el duro esfuerzo, y eso que aún estabas bastante débil. Creo que se debe a que tú, de forma inconsciente, querías ayudar. ¿Sabes? Eso se siente en el interior, como sentía que disfrutabas cuando jugaba al fútbol con los chicos. ¿Recuerdas cuánto te gustaba jugar al fútbol?—le explicó Liduvel, de forma muy lenta y pausada, para hacerse comprender.
    Era muy buena jugando al fútbol, pero solo me dejaron jugar hasta la categoría de infantil, después ya no puedes jugar con los chicos. Y aquí no hay equipos de chicas— rezongó Lea, recordando con rabia aquella época y entendiendo a medias lo que Liduvel pretendía decirle.
    Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mezclándose con las gotas de lluvia que empezaba a caer sobre el parque. Recordaba aquella época como la mejor de su vida. En aquel tiempo no había ningún hombre que lastimara a su madre, y ella era aún una niña inocente. ¿Por qué tuvo que estropearse su vida y acabar en un contenedor de basura junto con sus recuerdos de la niñez? ¿Por qué se dio por vencida y no luchó contra el mundo? ¿Por qué dejó que el mundo se la tragara y la vomitara en aquel callejón?
    Puedes sentir cuanto te digo si te esfuerzas, Lea. Ahora que estás abierta a todo, concéntrate y recuerda. Tú estuviste ahí, latente de alguna manera, todo el tiempo en que te poseí. Recuerda, Lea.—pidió Liduvel. No debía usar sus poderes para que recordara, debía hacerlo por ella misma, pero creyó que ya estaba preparada para hacerlo.
    Lea tragó saliva y cerró los ojos. Se esforzó en ver, como si ella hubiera asistido a cada momento de la vida en que Liduvel la poseyó. Era muy raro, pero empezó a ver imágenes. Se rió de lo pastelón que había dejado su cuarto, pintado con nubes blanco-azulado o blanco-rosado; gozó con los paradones que bordó ante los chicos del equipo de fútbol; también derramó lágrimas por otros episodios de aquel periodo. Asistió a la reconciliación con Alicia. Comprendió la profunda y sincera amistad con el cura Simón y sus intercambios de confidencias. Al fin abrió los ojos, llenos de lágrimas y miró a su ángel.
    Eres mejor Lea que yo, está visto.—terminó diciendo con voz aguada.
    No hay mejor Lea que tú, para bien o para mal. Yo soy Liduvel, y aunque sea un ser perfecto, me equivoqué muchas veces y caí en el abismo, igual que tú, o en realidad mucho peor. Me quedé sola como tú, sin amigos, sin alma gemela. Yo he abierto el camino para que te integres y lo peor ha pasado ya. Ahora debes seguir tú. Ya no necesitas droga. Tu cuerpo no la pide, y tu vida es mejor que nunca. Debes volver con tu madre, que te adora y estará muy preocupada por tu desaparición. Aprobarás el curso, te lo garantizo. Y puedes seguir ayudando a Simón con los chicos. Quiere crear un equipo femenino. Así ayudarás a otras chicas a conseguir su sueño. Puedo decirte que eso satisface casi tanto como cumplir los sueños propios, incluso más—le propuso Liduvel con aquella voz aterciopelada y convincente que utilizó durante eones para hacer caer en la tentación a los incautos humanos. Sentía que su tiempo se estaba cumpliendo y que no podría hacer mucho más.
    ¡Pero es que ahora no puedo volver! ¡La he cagado otra vez! Los envié a todos a la mierda cuando no entendía nada ¿qué voy a decirles ahora?—sollozó Lea, recordando que se había comportado como antaño, rugiendo como una fiera en peligro, defendiéndose de ataques que no existían en realidad.
    Liduvel suspiró. No era tan grave como ella pensaba.
    ¡Ojalá todos los problemas fueran tan fáciles de resolver! Diles que no recordabas nada de lo ocurrido, que te confundieron, y que les pides perdón por haberte portado como una cretina. Ahora empiezas a recordar poco a poco, y que pronto recordarás todo, con su ayuda, porque les necesitas. Así de fácil— la aleccionó Liduvel. Lea asintió. Quizá así la perdonaran.
    ¿Volveré a verte?— preguntó Lea, ya más tranquila, aunque todavía se sentía perdida y deseaba la ayuda de aquel ángel, que aunque fuera oscuro, la había ayudado tanto.
    Si todo va bien, espero que no. Pero si consiguiera volver al Lado Luminoso, sería un honor ser tu ángel de la guarda. Si es así, puedes cerrar los ojos y pedirme consejo, esforzarte en escucharme y actuar en consecuencia. Mis consejos nunca son malos, créeme. Tengo eones de experiencia, Lea— se despidió Liduvel, sonriendo.
    A Lea ya no le parecía un ángel de la guarda raro. Le pareció bellísimo, y sobre todo le encantaba que al fin mereciera un ángel de la guarda.
    Apenas Liduvel se difuminó, Lea vio llegar corriendo a Simón. No le conocía de antes, pues ella no era de iglesia, pero le reconoció por los recuerdos borrosos de la vida que Liduvel había vivido por ella. Era el hombre que salvó su vida, el que la apoyó en los malos momentos y el entrenador del equipo de fútbol. Un buen amigo en general, aunque fuera cura.
    ¡Lea! ¡Tu madre está muy preocupada! ¿Por qué te has marchado del hospital?— le dijo Simón con tono suave, intentando no asustarla.
    Lea se levantó, apoyándose en la muleta y en la mano que le tendía Simón. Tenía los ojos llorosos, pero tragó saliva e intentó justificarse con la media verdad que le había aconsejado Liduvel.
    Yo... estaba muy agobiada. No recordaba nada de lo que todos decíais. Me he portado como una imbécil, perdona. Tendréis que ayudarme a recordar...—murmuró Lea, obrando con sus palabras el efecto deseado. Simón sonrió, comprendiendo. ¡Claro que no entendía nada, pobre Lea! Liduvel había vivido por ella todo aquel tiempo. Nadie lo comprendía tanto como él.
    Claro que te ayudaremos. Cuenta con nosotros. Ahora volvamos al hospital. Todo irá bien— afirmó él.
    Lea sonrió, aliviada. La disculpa había resultado muy bien. Actuaría igual con todos los demás y lo comprenderían. Todo iría bien a partir de ese momento. Su ángel lo había arreglado todo por ella. Ni en sueños hubiera imaginado que el desastre en que convirtió su vida se hubiera podido arreglar de una forma tan... milagrosa, esa era la palabra que buscaba.
    Miró hacia atrás, por si aún podía distinguir a Liduvel, pero ella ya no estaba allí.

    (continuará)




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