Hola, lectores y lectoras. Vamos a por un nuevo capítulo de esta historia... un tanto especial...
Liduvel ha planeado salvar la vida de Teresa a cualquier precio. Podría hacerlo de una forma espectacular, pues los milagros existen, pero eso significaría su perdición. Su inteligencia y su gran memoria la lleva hasta un eminente oncólogo, que no siempre fue un buen médico. De estudiante, fue tan estúpido como para plantear un pacto diabólico, para no tener que esforzarse con los estudios y llegar a ser rico y famoso de todas formas. Ahora, Liduvel le utilizará para sus intereses y a su vez, intentará salvarle también, pues pronto deberá rendir cuentas y pagar su deuda.
Por supuesto, su jugada maestra impresiona gratamente a Daniel. ¿Le saldrá bien su estrategia? Vamos a verlo. Hasta la próxima...
17.
Liduvel había gestado un plan
 muy arriesgado, y esperaba sinceramente que Daniel no andara cerca,
 para que no se viera obligado a mentir en sus informes a Gabriel.
 Pero debía intervenir en el destino de Teresa, y hacerlo de
 inmediato.
No podía confiar en la
 Seguridad Social y en sus largas listas de espera, ni Teresa tenía
 el dinero que haría falta para que la tratara un médico privado,
 por eso debía hacer trampa, y una de las grandes.
Conocía bien al doctor Álvarez,
 marcado para su descenso al infierno casi desde su más tierna
 juventud. Conoció su expediente de casualidad, en las últimas
 etapas de su trabajo, años atrás en contabilidad humana. Era uno
 de los pocos que últimamente había vendido su alma a Lucifer de
 una forma voluntaria. Ya quedaban pocos casos como aquel, restos de
 un pasado romántico, donde su astuto Jefe dotaba de ciertas
 ventajas a los incautos que pactaban con él. Álvarez había sido
 un estudiante penoso, pero deseaba fervientemente ser el mejor de su
 profesión, ganar dinero a patadas y tener una hermosa mujer (que
 cambiaba con bastante frecuencia), una mansión increíble y un
 poder envidiable. Por todo ello, el insensato se hizo con un torpe
 manual de convocatoria al diablo que encontró en una vetusta
 librería, realizó el ritual con gran fe, y como a Lucifer le hizo
 mucha gracia su estupidez, se presentó personalmente ante él.
 Hacía mucho tiempo que no se lo pasaba tan bien. Firmó aquella
 cesión con gran alegría, y desde aquel momento no le faltó nada
 de lo que había deseado.
Lo que él no sabía es que en
 breve se le exigiría rendir el alma, antes de cumplir los cuarenta
 y cinco años, por la vida disipada que había llevado al margen de
 su brillante carrera de oncólogo.
Liduvel se juró que antes de
 cumplir con su parte, aquel ser humano depravado y estúpido, haría
 una buena obra, por todos los infiernos que la haría, y de buen
 grado. Sabía de sobra que podía cambiar el destino de aquel
 mortal, pues como había rebelado al buen Simón, el destino jamás
 estaba totalmente determinado. El libre albedrío humano podía
 modificarlo en cualquier momento, para bien o para mal. Y una simple
 buena obra en una mala vida podía corregir su destino final. Y de
 paso fastidiaría a Lucifer, que no conseguiría aquella presa
 fácil. Una jugada maestra que le costaría cara, si podían probar
 su intervención.
Se presentó en su consulta y
 recibió una mirada fría de la enfermera.
— Si
 no tienes cita, no te atenderá—se
 cerró ella en banda, al comprobar que el nombre que le facilitó no
 constaba en su pulcra agenda de piel.
— Me
 atenderá. Y enseguida. Dígale… por favor, que me envía aquel
 con el que firmó hace años un pacto que le compromete a cumplir
 ciertas cláusulas. Él entenderá—remarcó
  Liduvel, con una mirada intensa, sin
 ceder ni un milímetro.
— No
 le daré semejante recado. ¿Es que vienes de parte del Padrino?—se
 burló la enfermera, con un mohín de desprecio.
— Vengo
 de parte de alguien mucho más importante. Y usted haría bien en
 vigilar más su alimentación. El colesterol va a acabar con usted,
 se lo aseguro—amenazó
 Liduvel, irritada, mirando en su interior. La enfermera frunció el
 ceño, ofendida. Fue a coger el teléfono para llamar a la policía,
 pero el auricular le dio un calambre, como si estuviera cargado de
 electricidad.
—¡Ay!—se
 quejó la enfermera, apartándose del
 teléfono.
—Sé
 que no va a ayudarme, pero no me detenga o no será el colesterol el
 que acabe lenta y dolorosamente con usted—amenazó
 Liduvel, pasando ante ella. Sus ojos brillaron, rojos como ascuas.
La enfermera se quedó sentada,
 aterrada, sin saber qué hacer. Ella entró en el despacho y
 sorprendió al doctor Álvarez en una actitud bastante comprometida
 con su otra enfermera, que estaba arrodillada ante él. Liduvel no
 se escandalizó por ello. Aquel era, con mucho, el menor de sus
 «pecadillos».
—¿Qué
 diablos? No puedes pasar—se
 sobresaltó el doctor, subiéndose con rapidez la cremallera del
 pantalón y apartando a la enfermera, que cayó sentada en el suelo.
—Ha
 empleado una buena palabra: «diablos».
 Una palabra justa. Hablemos, buen doctor. Hablemos de cierto pacto
 que firmó hace años, cuando solo era un jovencito estúpido y un
 nefasto estudiante. Y será mejor que esta entrevista sea a solas—se
 presentó ella con aplomo, pasando con
 elegancia y sentándose ante él.
El doctor palideció. A primera
 vista sólo podía ver una adolescente delgada, provista de un gran
 desparpajo, pero por el hecho de ser un fiel aliado del Lado Oscuro,
 pudo ver más allá, Distinguió dentro de aquella chica a una
 diablesa llena de poder. Al mirar sus ojos rojizos,  supo que la
 enviaban desde el infierno. No tuvo duda alguna. Despidió fríamente
 a la enfermera, mientras se secaba el sudor de su frente estrecha.
—¿Qué
 quieres de mí?—preguntó,
 atemorizado. Nunca había recibido una
 visita desde aquel día glorioso en que firmó el pacto.
— Hacerte
 un favor, aunque no lo creas. Cuando
 firmaste no miraste la letra pequeña, como casi todo el mundo. De
 haberlo hecho, sabrías que tu brillante pacto con Lucifer no te
 daría más de veinte años de buena vida, fama, gloria y éxito en
 tu profesión y en tu vida particular. Es muy poco tiempo a cambio
 de un alma, créeme. Y el tiempo está a punto de cumplirse. No te
 has cuidado mucho, buen doctor, y los excesos se pagan, tal como
 tenía previsto Lucifer…—explicó
 Liduvel despacio, arrastrando cada palabra, para que él la
 comprendiera.
— Entonces…
 voy a morir…—temió,
 derrumbado en su cómodo sillón. De repente, sus veinte años de
 éxito se convirtieron en polvo.
—Y
 no solo eso. Por el hecho de haberte aliado al mal, sufrirás
 terriblemente antes de morir… son las reglas establecidas desde el
 principio de los tiempos… y después te consumirás lentamente en
 el infierno por toda la eternidad. Es una lástima. No hay remedio
 para tu perdición, pues no has hecho nada bueno en tu
 vida...ninguna buena obra que incline la balanza y te salve en el
 último momento, cuando se te juzgue…—le
 informó ella, que había visto cientos de miles de casos como el
 suyo. Estúpidos mortales que jamás leen la letra pequeña… 
 
—Un
 momento… un momento. Algo no me cuadra. Creo... distinguir
 que...me estás... ¿me estás dando pistas? No sé, por un instante
 creí que venías a exigirme… el cumplimiento del pacto, pero
 ahora… creo que me estás dando pistas para salvarme… ¿es algo
 estúpido lo que digo?—farfulló
 el doctor, viendo una luz al final del túnel donde se sentía
 sumergido.
—Al
 contrario. Es lo más inteligente que
 has pensado en tu vida. Eso es precisamente lo que estoy intentando
 sugerirte…—aseguró
 Liduvel, encantada de haberse hecho
 entender tan rápidamente. Al fin y al cabo el doctor Álvarez no
 era tan negado. Sólo había querido tomar el camino más rápido y
 ahora pagaría las consecuencias.
—¿Pero
 quien eres tú? ¿Por qué vienes a avisarme? Creí que venías del
 infierno…—murmuró
 el doctor, que no entendía aquel punto, quizá el más complicado
 de la visita.
—Ahora
 mismo no vengo del infierno, aunque he
 estado en él. Mi objetivo es salvar a una persona de una muerte
 segura, buen doctor, y le pagaré sus servicios ayudándole a salvar
 su alma, incluso puedo conseguirle una prórroga en su vida. No
 serán muchos años más, porque para eso haría falta un verdadero
 milagro, pero al menos cuando muera, lo hará en paz, sin
 sufrimientos, y no irá de cabeza al infierno, por muy indeleble que
 sea la tinta con la que firmó el pacto. Se lo garantizo…—le
 informó Liduvel, mirándole fijamente a los ojos.
Él no tenía ninguna duda sobre
 su sinceridad. Aquella extraña visita llegaba justo cuando empezaba
 a sentirse mal, a experimentar ciertos síntomas que negaba
 empecinadamente,  pensando que su pacto también le concedería una
 larga vida, pletórica de salud… Creyó sin dudar a aquella chica
 extraña. Secó el sudor de su frente y se inclinó hacia delante,
 apoyando los brazos en la mesa y cruzando las manos ante él, como
 siempre que estaba dispuesto a salvar una nueva vida, pero esta vez
 cobraría algo mejor que el dinero.
—¿Salvar
 a una persona? Supongo que sufrirá de cáncer, cuando me has
 buscado para este fin. Bien. Tráela aquí, ahora mismo. Te recibiré
 sea la hora que sea, pero dame una señal a cuenta del tratamiento.
 Una prueba de buena fe—pidió
 él, con voz temblorosa que intentaba ser firme.
Liduvel sonrió, con sus ojos
 brillando de astucia. Claro que sí, una prueba de buena fe. 
 
—Mañana
 sin falta visitarás a tu colega Llopis, de Barcelona. Que te haga
 una revisión completa… solo él sabrá diagnosticar tu mal,
 tratarte y prolongar tu vida. Y no te divorcies de Gabriela… como
 pensabas hacer en breve, pues será la única que te cuide
 abnegadamente hasta el final. Ella es la única de tus mujeres que
 te ha querido de verdad, solamente por lo que eres y no por tu
 dinero o tu fama—le
 informó Liduvel, concentrándose en su futuro.
Él asintió tragando saliva.
 Llopis era un colega de la universidad, especializado en
 neurocirugía. ¿De modo que por su privilegiada cabeza le vendría
 el final? Al bajar la mirada hacia su agenda, movió la cabeza.
—No
 puedo ir mañana. Si hoy tengo que salvar a esa persona de la que me
 hablas… y mañana tengo el día completo… tendré que posponerlo
 para… el jueves…—negó
 Álvarez, con un hilo de voz.
Liduvel asintió, complacida.
— Eso
 está muy bien, bien doctor. Ahora mismo
 no estabas pensando en el dinero que te darán esos pacientes.
 Piensas en su bien. Los antepones a tu propia salud. Ya has empezado
 a salvarte…Puedes esperar hasta el jueves, pero ni un día
 más—sonrió
 Liduvel, y Álvarez, repentinamente, se sintió más aliviado,
 iluminado por aquella brillante sonrisa.
Teresa no comprendía qué
 hacían allí, ni como pagarían los servicios de uno de los mejores
 oncólogos de España y quizá del mundo. Sólo supo que aquel
 doctor la atendía casi con afecto, mejor de lo que nunca lo habían
 hecho, y además le daba cierta esperanza de vida, lo cual tampoco
 había recibido jamás.
Miró a quien ella pensaba que
 era su hija mientras esperaba para realizarse una nueva prueba, a
 pesar de que era una hora intempestiva.
— ¿Cómo
 has conseguido esta visita, Lea? Cuéntame—le
 preguntó Teresa.
— Verás,
 Teresa. Sé de buena fuente que el buen doctor desea hacer buenas
 obras de vez en cuando para salvar su alma pecadora. Y en este
 sorteo, tú has resultado ganadora. Me encargué de ello…—le
 explicó Liduvel, sin mentirle.
—Bendito
 sea—se
 alegró Teresa, encantada de ser
 afortunada en algo.
— Pero
 tú no debes decirle nada, ni contárselo a nadie ¿entiendes?
 Porque lo que hace la mano derecha no lo debe saber ni la mano
 izquierda. Las buenas obras siempre se mantienen en secreto, o casi
 en secreto, si no… no cuentan…—la
 avisó Liduvel.
— Claro,
 claro—aceptó
 Teresa.
—Bien.
 Ahora sé que te curarás. Costará mucho tiempo y sufrimiento, pero
 vivirás muchos más años, hasta que seas una ancianita encantadora
 y desmemoriada—le
 prometió Liduvel, convencida de que ya había variado el destino de
 Teresa.
Álvarez, al otro lado del
 panel, escuchaba a aquella diablesa hablarle con cariño a aquella
 pobre mujer, que cualquiera hubiera desahuciado solo con ver su
 historial. Se preguntaba qué cataclismo había removido el Infierno
 para que uno de sus miembros se comportara como ella.
Daniel
 estaba impresionado por el giro que había tomado la historia de
 Teresa, pero también se sentía desesperado, pues no sabía cómo
 reflejar aquella serie de acontecimientos en su informe. No podía
 hacerlo sin comprometerla. Sabía que había sido con buena
 intención, pero eso no justificaba que hubiera variado el destino
 de Teresa y el del doctor Álvarez, por generoso que fuera su
 intento.  
 
Finalmente
 se armó de valor e informó según lo que dictaba su corazón:
—«
  Liduvel ha hablado con un eminente doctor en
 oncología y le pedido el favor de ayudar a su madre. A cambio le ha
 prometido que esta buena obra contará  para salvar su alma
 pecadora…»—leyó
 de nuevo lo que había escrito y asintió. De haber estado vivo,
 estaría sufriendo unas agobiantes
 palpitaciones.
Gabriel
 sonrió cuando leyó el informe de Daniel. El nombre del doctor
 Álvarez le sonaba mucho y consultó su expediente, muy interesado.
 Al parecer, Liduvel intentaba hacerle una carambola al destino. De
 un solo golpe pretendía salvar la vida de Teresa y el alma de
 Álvarez. Y lo cierto era que, con muy pocos recursos, podía
 conseguirlo. No le dijo nada a Daniel, que esperaba como poco una
 reprimenda. Palmeó su espalda y le pidió que siguiera observándola
 y consignara en su informe cada acción de Liduvel, por
 insignificante que pareciera. Daniel asintió, sorprendido de su
 buena suerte. 
 
Lucifer
 debía estar muy ocupado con sus cosas, porque no se enteró del
 caso de Álvarez hasta algún tiempo después. Sin embargo, a su
 alrededor, los rumores corrían como la pólvora y ángeles de ambos
 lados estaban atentos a la actuación de Liduvel, incluso habían
 empezado a cruzar secretas apuestas, pese a que estuviera
 terminantemente prohibido. 
 
 
Gustavo vio que su expresión
 cambiaba de repente cuando cogió el teléfono. Teresa asintió,
 extremadamente pálida, colgó y se sentó en el sofá, como
 aturdida o mareada. Él no era un hombre muy solícito, pero se
 preocupó al verla así, se levantó y agitó su periódico para
 darle aire.
— ¿Qué
 ha pasado? ¿Alguna mala noticia?—le
 preguntó, abanicándola.
El doctor Álvarez había movido
 hilos y pedido favores personales a los colegas para que la operaran
 de inmediato, ahora que ya tenía todas las pruebas que necesitaba.
 Ella no creyó que la avisarían tan pronto. 
 
—No,
 nada malo. Del Hospital Santa Elena. Me ingresan esta misma tarde...
 van a operarme mañana sin falta...—le
 informó Teresa, con un hilo de voz.
 Liduvel le pedía discreción sobre aquel tratamiento, por eso debía
 disimular incluso ante Gustavo.
— Pero
 te dijeron... que no tenía operación. ¿Por qué ahora...han
 cambiado de opinión y…y…tan rápido?—se
 extrañó él.
— Me...
 trata... otro doctor... y ha conseguido un hueco... No me lo puedo
 creer—respondió ella, sintiendo que el corazón se le salía por
 la boca. Tendría una oportunidad, tal como le había dicho la
 persona que ella creía su hija.
Para entonces, Liduvel ya estaba
 en la puerta del salón, satisfecha del rápido resultado de su
 encuentro con el buen doctor.
—¡Fantástico!—se
 alegró Liduvel—Te
 ayudaré a preparar las cosas, Teresa, antes de que se
 arrepientan—bromeó
 de buen humor.
—Pero...
 tengo miedo.... tan de repente, sin hacerme la idea... y una
 operación es una operación. ¿Y qué será de mis trabajos? Si
 falto, enseguida me sustituirán por una chica rumana, para pagarle
 menos aún que a mí...—se
 quejó Teresa, sudando copiosamente. Se
 le echaron encima miles de interrogantes en un instante. Ni siquiera
 había pensado en ello, pues no tenía esperanzas hasta ese mismo
 momento. Estaba realmente asustada, por eso Liduvel debía
 improvisar rápido.
— Yo
 limpiaré tus escaleras. Me levantaré antes y limpiaré un par de
 escaleras antes de ir al instituto, y las demás por la noche,
 después de mi trabajo de mensajera y de acompañarte un rato en el
 hospital. Mientras estoy allí contigo puedo aprovechar para
 estudiar un poco. Puedo hacerlo todo, si eso te ayuda. Solo serán
 unas semanas. Puedo con eso y con mucho más—resolvió
 Liduvel en un instante.
—Puedo
 llamar a Jacobo y decirle que me pido permiso por hospitalización.
 Nunca en mi vida he pedido un permiso. Me lo darán seguro. La chica
 y yo nos turnaremos para estar contigo...—se
 ofreció Gustavo, pensando deprisa, y
 sin que Liduvel le hubiera amenazado previamente, lo que la
 sorprendió gratamente.
Teresa miró a ambos. Tenía
 mucho miedo a la operación, pero también temía morir y
 abandonarles a su suerte. Por primera vez en mucho tiempo veía una
 luz de esperanza respecto a su oscuro destino. Había visto otros
 milagros, como el cambio de Lea o el de Gustavo. Este último quizá
 fuera un poco menos llamativo, pero Gustavo era más atento que
 nunca con ella y la llevaba de paseo, a tomar algo o al cine de vez
 en cuando. Un día incluso le había obsequiado un broche para su
 abrigo, y le dijo que así parecía más elegante, hasta que pudiera
 comprarse un abrigo nuevo. Todo parecía ahora un milagro continuo.
— Está
 bien... si todo está tan claro... ¿a
 qué esperamos?—se
 animó Teresa, encogiéndose de hombros.
 Gustavo la abrazó y Liduvel acudió también para abrazarla.
Teresa tuvo la sensación por
 primera vez en mucho tiempo de tener una familia de verdad, y ahora
 más que nunca tenía que vivir para disfrutarla.
(continuará) 

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