Hola lectores y lectoras.
De nuevo os acompaño en esta aventura de una fugitiva un tanto especial. En esta ocasión, parece que no exista mucha acción, pero como comprobaréis más adelante, ocurren muchas cosas importantes para el desarrollo de la trama.
Liduvel, harta de ver a Teresa dejarse la piel en sus múltiples empleos, busca una colocación con grandes problemas, debido a las zancadillas de su colega y enemigo demoniaco. Finalmente ocupa un puesto que deja libre una tal Ana, alguien a quien Liduvel admira igual que a Simón. Este personaje pertenece a otra de mis obras, "Un minuto de gloria". Si me conocéis sabreis que mis personajes realizan cameos en otras obras, y si no me conocéis, pues aquí tenéis un buen ejemplo. Tal vez esa historia sea la próxima que veáis por estos lares.
Por otra parte, se rebela contra la idea de que Teresa vaya a morir en breve. Ella puede hacer algo al respecto, aunque no deba interferir en la vida de los humanos. Si algo ha distinguido a Liduvel en sus millones de años de existencia, es que no hay nada que se interponga en su camino si ella se empeña con fuerza en algo.
Por último, en este episodio se desarrolla una interesante charla entre Simón y Liduvel. Él, convencido ya de que Liduvel es una diablesa, le hace todo tipo de preguntas, que ella no debería contestar, pero finalmente cede, incumpliendo de nuevo las normas a que debe atenerse. ¿Qué consecuencias le acarreará toda esta serie de rebeldías? Ya lo veremos.
Hasta la próxima entrega, besos a todos mis lectores y lectoras.
16.
Uno de los principales objetivos
marcados por Liduvel como aspirante a ángel de la guarda
pluriempleado fue conseguir que Teresa descansara un poco, porque la
veía cada vez más débil, arrastrándose penosamente de un edificio
a otro, para fregar escaleras y enfrentarse con las vecinas
descontentas, de las cuales había ejemplares repulsivos en todos sus
empleos.
Por ello, Liduvel buscó empleos
a tiempo parcial, para poder compatibilizarlos con sus clases en el
instituto y no disgustar a Teresa, ni dar motivos al director para
expulsarla. Fue especialmente difícil hallar un empleo a pesar de
sus muchas habilidades y poderes. Empezó a sentirse furiosa y tuvo
que reprimir sus deseos de reducir todo aquel barrio miserable a
cenizas. Aparte de las malas artes de Databiel, que se le anticipaba
en la mayoría de lugares para conseguir que no la emplearan, en
aquellos en que Liduvel conseguía anticiparse, le pedían títulos y
experiencia. Se suponía que tenía dieciséis años. ¿Qué clase de
experiencia iba a tener si su edad laboral comenzaba justamente en
ese año? ¿Acaso pedían experiencia como trabajadora ilegal, como
niña esclava sin remuneración ni seguro? Sabiendo como eran los
humanos, no le extrañaría en absoluto. En cuanto a los títulos...
¿cómo podía demostrar ella todos sus maravillosos conocimientos
adquiridos durante eones, si su anfitriona, la inefable Lea Pineda,
no tenía títulos que los acreditaran? El mundo humano era absurdo.
Obtuvo un puesto a horas como
reponedora en un supermercado, con lo cual deberia levantarse a las
cinco de la mañana para cobrar una miseria. Cuando se hartó de
soportar a la insufrible encargada del supermercado, y antes de
provocar una tragedia jugando a los bolos con su cabeza, abandonó el
empleo y halló otro al otro extremo de la ciudad (en una zona aún
peor que el barrio de Lea, que se parecía al escenario de cualquier
guerra del mundo). Era un sencillo puesto de
mensajera, que había dejado libre por aquellos días una chica
llamada Ana, y de la cual le contaron que había escapado de su
trabajo, de su casa y (ojalá) de su penoso destino. Liduvel sonrió
y se sintió feliz por ella, ya que conocía a Ana perfectamente. Una
o dos veces había intentado tentarla, poco tiempo atrás, en la
última etapa de su trabajo, pero Ana era una chica valiente, que
tuvo la fuerza la voluntad necesaria para levantarse de la silla de
ruedas en la que la dejó postrada el borracho de su padre (cuando la
arrojó por las escaleras, enfurecido porque su esposa se había
fugado con el cartero), y no había cedido nunca a la idea de
suicidarse. Por ser uno de sus pocos fracasos laborales, la tenía en
más estima que al resto de los mortales (igual que a Simón) y la
apreciaba infinitamente más que a los débiles que había conseguido
doblegar. Pensó que sería bueno que alguien escribiera alguna vez
su dura historia.
Ganaba un sueldo miserable, pero
recibía alguna comisión extra (bajo mano) con las entregas
ultra-rápidas, o con aquellos paquetes que no constaban en los
albaranes y que nadie debía saber a quien eran entregados. Liduvel
pensó que si empleaba aquel dinero sucio en evitar que Teresa se
agotara limpiando escaleras, lo limpiaría y haría digno.
Teresa aceptó el dinero porque
vendría bien para la casa, pero lo que menos deseaba es que su hija
se agotara trabajando por una miseria, como ella.
—Estos
empleos-basura están mal pagados y peor considerados. Te tratarán
como a una esclava, yo sé de qué hablo—le
dijo, recordando todo lo que
había tenido que vivir por salir al mundo sin titulación ni
especialización ninguna.
—Solo
es temporal, Teresa. No voy a dedicarme profesionalmente a la
mensajería—bromeó
Liduvel—Pero
quiero que a cambio dejes de limpiar un par de escaleras—le
pidió muy seria.
—No
puedo hacer eso. Necesitamos todo el dinero. Mis ahorros... mis
ahorros se fueron...—negó
Teresa bajando la mirada y perdiendo fuerza en la voz, pues no
quería continuar la frase. Por nada del mundo le echaría en cara
lo que hizo cuando estaba poseída por la droga. Todo aquello había
quedado atrás con su milagrosa recuperación.
—Dilo
sin problemas... en drogas—completó
Liduvel, que conocía su pensamiento—Por
eso me toca a mí remediarlo. Ingresa esto en el banco, repondrás
tus ahorros, y una vez los tengas, dejarás tus empleos, al menos
alguno de ellos. No puedes llevar esta marcha. Çsi quieres volver
cuando estés mejor, adelante, pero ahora no—le
ordenó Liduvel, mintiendo con
todo descaro, pues ya nunca estaría mejor, a no ser que su destino
variaba drásticamente por alguna especie de milagro.
Teresa sonrió ante su intento,
pero debería trabajar muchos años en aquel empleo – basura hasta
reponer todo lo que le había robado en un solo año de adicción sin
control. Miró el dinero en su mano y se encogió de hombros.
—No
son solo los ahorros. Tengo muchas deudas atrasadas... si muero
ahora te quedarás sin nada. Te embargarán el piso y te quedarás
en la calle. Aunque Gustavo quisiera acogerte, tampoco tiene casa.
Su ex mujer se quedó con todo... Y los alquileres están tan
caros... no sé qué será de vosotros...—lamentó
Teresa, derramando las lágrimas que había retenido hasta el
momento.
Liduvel estaba desolada por su
sufrimiento. Como mujer valiente que era, no temía la muerte, sino
dejar a su familia desamparada. Le parecía admirable.
—Pues
tus penas sólo tienen un remedio, Teresa. Y es que no te mueras.
Aún no...—decidió
Liduvel, dispuesta a actuar por su cuenta para evitar su
sufrimiento. No era por la estúpida de Lea, que no se merecía una
madre como aquella, ni siquiera por el ingrato Gustavo, que había
empezado a pensar en la frutera cuando ella enfermó. Solo por
Teresa.
Cuando pensó que su destino
podría cambiar drásticamente por una especie de milagro, aún no
había pensado en ello, pero iba a intervenir de forma activa para
salvar a aquella mujer, y si eso la perjudicaba en su camino de
regreso al paraíso, le importaba poco o nada en aquel momento. Ella
había vivido eones, si perdía la vida en el intento, tampoco
perdería gran cosa. Aquella pobre miserable no llegaría a cumplir
cuarenta y seis años si ella no hacía algo al respecto.
Daniel
estaba muy preocupado con las ideas intervencionistas que se
agolpaban en la cabeza de Liduvel. La siguió en silencio, temiendo
que cometiera una locura, ahora que estaba tan cerca de lograr su
objetivo. También le preocupaba tener que preparar un informe
terriblemente parcial y mutilado para ocultar aquellas intenciones.
Simón brillaba de
felicidad cuando regresó de su casa aquel lunes por la mañana.
Quería hablar con Liduvel de forma urgente, y por eso fue a
esperarla al mismo instituto. Quería darle las gracias por haberle
convencido. Ahora se sentía mucho mejor.
Convencido de que
aquella criatura no era Lea, sino la diablesa reconvertida Liduvel,
ardía en deseos de hacerle un millón de preguntas. Ella lo supo
apenas le vio, esperándola discretamente cerca de la entrada del
Instituto. No despejaría sus dudas. Debía dejar un resquicio para
la duda, como ÉL determinaba.
Aunque tenía mucha
prisa para ejecutar sus planes, se detuvo para atenderle porque era
su amigo y no se plantaba a los amigos cuando te necesitaban. Era una
norma inquebrantable del lado luminoso (que Axel no había cumplido,
pero esa era otra historia).
Estuvo dando rodeos,
contándole cuanto le había ocurrido en su casa. Lo bien que se
sentía ahora que había abrazado a sus padres y hermanos. A algunos
de ellos apenas los conocía. Los mayores le habían echado en falta.
Por muchos que fueran en su casa siempre faltaba Simón, el mayor.
—¿Cómo
es ÉL?—preguntó
Simón cuando al fin se atrevió, haciendo frente a sus temores.
Tenía claro que ÉL existía, igual que Liduvel o el mismo Lucifer,
pero necesitaba saber más.
Liduvel suspiró.
¿Cómo podía responderle sin dejarle nada totalmente claro?
— Simón,
no necesitas saber cómo es. Lo tienes por todas partes, en sus
creaciones, como conoces al artista lejano o difunto cuando ves sus
obras—respondió
ella, mientras caminaban por la calle, él sin dirección fija.
— Vamos,
solo una somera descripción. No creo que sea... un anciano de barba
blanca con una túnica. ¿Es inmaterial? ¿Es
un espíritu puro sin forma?—insistió
Simón, que se había hecho una idea aproximada, que no se acercaba
mucho a la imagen clásica del anciano fornido tan parecido a Zeus o
Júpiter.
Ella resopló.
Podía darle algún dato.
— Elige
su forma dependiendo del interlocutor. Puede
ser igual que tú o como una mujer. Puede ser un caballo, un soplo
de viento, un destello o una gota en las aguas del mar. Le llamamos
ÉL, pero podía ser perfectamente ELLA, pues no importa el nombre,
sino su esencia—le
reveló Liduvel, pues tenía prisa y no tenía
tiempo de juguetear con las palabras y rodear del adecuado misterio
aquella conversación.
— De
acuerdo. Me hago una idea. ¿Y tú? ¿Cómo
eres tú en realidad?—indagó
Simón, mirándola fijamente. No podía hacerse una idea mirando a
aquella chica escuálida de cabello despeinado y ojeras
marcadas—Creía
que los ángeles eran seres inmateriales, hermosos...sin sexo....
pero tú eres... una diablesa... es decir…de sexo femenino…—se
atrevió a preguntar.
Ella se rió a
carcajadas ante sus dudas. El eterno dilema del sexo. Ese si que era
un tema divertido, y lamentaba no tener más tiempo para disertar
sobre él.
— Soy
una diablesa, sí. Y claro que tenemos sexo. Pero un buen día los humanos se
reunieron y decidieron que no debíamos tener sexo, porque disfrutar
del mismo sin idea de reproducirse es pecado. Borraron el sexo de los
ángeles y todo solucionado. Pero Lucifer ha demostrado sobradamente que si
podemos reproducirnos. Tiene un montón de hijos e hijas secretos,
que por supuesto jamás reconocerá ni amará, porque eso es
imposible para él—resumió
Liduvel, riéndose de nuevo, al ver la cara de
estupor de Simón—Por cierto, si
quieres puedo enseñarte un par de truquitos, soy muy buena con el
sexo—le
ofreció ella, sintiéndose traviesa.
Él negó
decididamente con la cabeza
— No,
por supuesto que no... mientras quieras respetar tus votos de
castidad. No quiero perjudicarte, por más que me gustes—le
tranquilizó Liduvel, y para aliviar la tensión
que había levantado aquella repentina declaración, continuó
hablando de ella con ligereza—Te
diré que soy muy hermosa. Todos los ángeles
lo somos. ¿Pensabas que tenía la piel rojiza y llena de escamas,
largos y afilados cuernos y un llamativo rabo?—sonrió
ella.
Simón esperaba
sinceramente que no fuera así. Siempre pensó que eran seres
hermosos, dotados de una mirada malvada, una sonrisa tentadora y unas
grandes dotes oratorias, para tentar al ser humano. Y entonces cayó
en la cuenta que Lea Pineda poco a poco estaba cambiando, dejando
traslucir la belleza del ser que la poseía.
— No,
por supuesto que no. Supongo que, de forma ingenua, inventaron esa
imagen vuestra para provocar terror en los creyentes y para
distinguiros de los ángeles del Cielo. El mal no puede ser hermoso,
debe ser horrible, despertar angustia y provocar pesadillas—aceptó
Simón.
— Eso
es. No tengo cuernos ni rabito. Tengo el
cabello de color rojo como el fuego vivo, y mis ojos son grandes y
rasgados, tan rojos como mi cabello. Mis alas son oscuras, gajes del
oficio. Se volvieron así a consecuencia de la caída, ya sabes, no
se puede mantener indefinidamente la blancura inmaculada cuando
deambulas durante eones entre oscuridad, cenizas y fuego. Es quizá
el único rasgo que nos distingue a simple vista de los ángeles de
luz. Ni aureolas ni cuernecillos, Simón. Todos somos ángeles,
somos creaciones perfectas, aunque algunas veces... también nos
equivoquemos.... como vosotros—le
explicó ella, con acento irónico y con cierta carga de amargura.
Simón asintió. Le hubiera
gustado verla tal como era. Recordaba como en un sueño haber visto
un ángel cuando era niño. Fue durante una décima de segundo, pero
le distinguió en un momento crítico. Estaban en la montaña,
durante una excursión del colegio y les sorprendió una terrible
tormenta. La clase se separó y su grupo se perdió. Simón le vio a
través de la lluvia, a la luz de un rayo. Era muy hermoso y le
señalaba un camino para ponerse a salvo. Guió a sus compañeros por
allí y hallaron un refugio seguro, donde les hallaron sanos y salvos los profesores
cuando pasó la tormenta. Quizá fue en ese momento cuando decidió
convertirse en sacerdote. Pensó que si sus padres no le habían
metido en la cabeza ninguna parafernalia religiosa y aún así podía
ver aquel ángel, significaba que desde arriba le llamaban a filas.
— Ese
era Gatanel, un buen tipo, le conozco. Y fue el cerdo de Isbael, un
demonio que tiene como misión destruir la vida de niños y sus
familias, el que os hizo perder en la montaña, y seguramente os
hubiera llevado directamente al barranco que andaba crecido de agua,
solo para hacer sufrir a vuestros padres y arruinar la vida de
vuestros maestros. Ese es su estilo de trabajo—le
reveló
Liduvel, que conocía su historia y había percibido sus recuerdos
revolviéndose en su mente.
—Gatanel—repitió
Simón con un sentimiento de ilusión infantil—¿Es
él mi ángel de la guarda?—inquirió
después de unos segundos de meditación. Su ángel no había sido
fruto de su imaginación, al fin y al cabo. Existió realmente.
— El
tuyo y el de nueve o diez humanos más. Lo cierto es que sufren
escasez de personal. Por eso no siempre está contigo, como sería
deseable. Un ángel que atienda a un solo protegido en cada vida, es
lo que yo propondría para que todo fuera perfecto, pero no va a
poder ser, de momento. No hay mucha gente buena que aspire a ángel
de la guarda y por otra parte, el proceso selectivo es muy duro—indicó
Liduvel, disponiendo a separarse de Simón.
— ¿Podría
yo optar a ser un ángel si muero en gracia?—preguntó
Simón, que la vio dispuesta a dejarle, abandonando aquella
conversación que le interesaba tanto.
— Claro
que sí. Serías un magnífico ángel de la guarda. Ya lo eres en
este mundo—sonrió
Liduvel—Tienes
todas las cualidades necesarios. Eres un ángel
pluriempleado, como los de verdad: el ángel de tus chicos del
equipo de fútbol, de tus mujeres maltratadas, de tus feligreses en
paro... incluso de tu familia, ahora que te has reconciliado con
ellos—afirmó
ella— Lo siento, pero tengo que irme, Simón,
tengo que hacer un recado urgente para Teresa.
— Si,
ve. Bien. Gracias por tu ayuda... y por tus
revelaciones. Me han ayudado mucho más de lo que puedo expresar—se
despidió Simón, sinceramente agradecido y feliz.
— Lo
sé. Por eso he puesto en peligro mi destino. No me importan las
directrices que me marquen, siempre que pueda ayudar a
alguien—confesó Liduvel, sonriéndole antes de marcharse.
Para
Simón, no había habido jamás una sonrisa tan hermosa y
esperanzadora como aquella. Sin querer, comenzó a rogar para que
los planes de la diablesa llegaran a buen fin.
(continuará)
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