Hola lectores y lectoras. Esta entrada la realizo el día 23 de abril, de modo que ¡feliz Día del Libro! No dejéis de comprar libros, de regalarlos a vuestros seres queridos, de leer historas a vuestros hijos, sobrinos, nietos o alumnos. Nunca dejéis jamás de leer, porque la lectura tiene mil ventajas que no tienen ni la televisión, ni los videojuegos, ni otras diversiones menos dignas. Leer previene del alzheimer, abre la mente, elimina las faltas de ortografía y sobre todo, te lleva a unos mundos que no conocerías de otra forma, ampliando tu cultura y enseñándote a soñar. Todo son ventajas, ya véis.
Pues bien, os ofrezco un nuevo capítulo de esta historia un tanto especial, donde pasaremos casi todo el tiempo en el infierno, con un Lucifer perplejo por no poder controlar una situación que está alterando el buen funcionamiento infernal, que no puede destruir a Liduvel porque se halla bajo protección de Gabriel, pero lo intentará de todas las formas posibles a través de sus subordinados. Estamos a punto de conocer a un nuevo personaje, un tal Damon, terapeuta de demonios (sí, por supuesto, ellos también los necesitan), que será fundamental en la historia, pero eso lo dejaremos para otro capítulo...
Besos a mis lectores y lectoras de España, EEUU. Irlanda, Portugal, Singapur, Rumanía y Alemania. Os dejo con la lectura de este nuevo capítulo.
18.
Gabriel
repasó los informes de Daniel, para que no se le acumularan. Había
comenzado los trámites para convocar al Tribunal que conociera este
caso, y que debía constar del mismo número de ángeles de la Luz y
de ángeles de la Oscuridad, para ser equitativo. ÉL en persona se
había interesado por el tema. Gabriel le había restado importancia
a tan trascendente juicio, para no preocuparle. Ya había
suficientes motivos de honda preocupación en el mundo para que se
ocupara de aquella «minucia».
Sin
embargo, se alegró de que ÉL se hubiera interesado. Siempre podía
echar una mano decisiva para ayudar a completar aquel plan maestro
diseñado hacía mucho tiempo. Pero no debía precipitarse ni
desconcentrarse. Volvió a sus informes.
Gabriel
intuyó que faltaban datos precisos en los informes, pero estaba de
acuerdo en que así quedaban perfectos para apoyar la iniciativa de
Liduvel. Sonrió al comprobar que Daniel incumplía una y otra vez
su tarea de informador neutral. Según lo que sabía él, y sabia
mucho, no le extrañaba en absoluto que lo hiciera, pero le
preocupaba un poco que los del otro lado se enteraran, aunque
tampoco ellos habían estado de brazos cruzados.
— Siempre
podré alegar que fueron ellos los que empezaron a meter
zancadillas—sonrió
Gabriel de forma traviesa.
Daniel
hubiera respirado tranquilo de haber seguido vivo. Ahora se sentía
un poco más aliviado. Gabriel no parecía haber advertido todos los
recortes en sus informes, o al menos no les había dado importancia,
pues le vio en un par de ocasiones arquear las cejas ante algún
párrafo, o sonreír de una forma especial.
Gabriel
sonrió a su ayudante y palmeó su espalda.
—Todo
va bien, según parece. Falta ya poco para concluir este trabajo,
pero parece que eso te preocupa, amigo Daniel—le
dijo, observando cada reacción del meritorio.
—Confieso
que me preocupa el futuro de Liduvel. Me cae
muy bien. Ojalá todo se resolviera y pudiera regresar a la
Luz—suspiró
Daniel, y al punto pensó que había sido peligrosamente sincero.
—Ya
sé que te cae bien. Es fácil apreciar a esa extraña diablesa,
pero no te preocupes más, lo que haya de ser… será...—le
consoló Gabriel de una forma enigmática.
Daniel no
supo si sus palabras eran buena o mala señal, tan neutra había
sido su voz, y tan extraña su sonrisa.
Lucifer
tachó de incompetente a Databiel, y lo sustituyó con rapidez. No
le convirtió en cenizas instantáneas por su negro historial
intachable, y —aunque
no lo reconociera ni en diez mil eones—
por ser quien era aquel demonio menor, pero esta vez le había
decepcionado y eso era muy peligroso para un demonio, incluso para
uno de sus favoritos.
.
Contrariamente
a su costumbre, Lucifer consultó privadamente con los demonios más
importantes, incluido Luzdel, que como Jefe de Departamento y
superior directo de Liduvel, la conocía mejor que nadie.
—No
sé, señor, ¿qué puedo decirle sobre ella? No la trataba mucho...
una relación estrictamente profesional, ya sabe. Liduvel es
básicamente una diablesa solitaria, muy independiente, obstinada e
inteligente... cuando se le mete una idea en la cabeza...—señaló
Luzdel, intranquilo ante la soberbia presencia del Gran Jefe, que le
observaba con aquellos ojos iracundos y penetrantes.
—No
me digas algo que ya sé, Luzdel. Necesito datos. Quiero saber qué
factor la cambió. Y necesito ideas para terminar con esta locura de
su fuga hacia la Luz... Yo lo haría de una forma inmediata y
fulminante, pero tengo las manos atadas. Gabriel está protegiendo a
esa maldita fugitiva—le
interrumpió Lucifer, y con su enojo el fuego
infernal aumentó su volumen y su temperatura, provocando numerosos
gritos de dolor en el pozo más hondo, que siempre era el más
afectado por sus ataques de furia.
Transcurrió
un incómodo silencio que llenó el elegante salón de malos
presagios y de energía negativa. Todos sentían peligrar sus
cabezas y daban vueltas a sus mentes privilegiadas para ofrecer
respuestas al gran Jefe, pero fue Luzdel el único que se atrevió a
hablar.
—Con
el debido respeto, señor. En este momento sería adecuado recurrir
a los servicios del desaparecido Damon, que fue terapeuta de
Liduvel cuando sufrió una crisis. Creo sinceramente, con todos mis
respetos, que él es.... fue... responsable en gran medida de
provocar el cambio de Liduvel. Era un inconsciente que utilizaba
técnicas innovadoras y descabelladas para sus terapias...—apuntó
Luzdel, tímidamente.
Los demás
contuvieron la respiración, esperando una violenta reacción de
Lucifer. No se podía nombrar a un demonio desintegrado. Estaba
prohibido, sobre todo porque Lucifer tenía una memoria prodigiosa,
y revivía intensamente el ataque de ira que le había llevado a
castigar a sus inferiores, con lo cual el incauto que osaba nombrar
al desintegrado corría grave peligro de correr su misma suerte.
—¡AAAAHHH!—gritó
Lucifer, furioso, golpeando la mesa con su poderoso puño, que hizo
temblar todo el infierno, e incluso halló repercusión en la
tierra, que tembló en su totalidad con una intensidad de 5,6 en la
escala de Richter, provocando numerosos daños materiales y heridos.
Su maldito
temperamento le había hecho perder la oportunidad de detener
aquella locura. Luzdel tenía razón. Aquel maldito terapeuta había
inculcado ideas raras en Liduvel, que combinadas con su rebelión
interna, habían derivado en la criatura extraña que era
actualmente.
Los gritos
en el pozo más hondo atronaron en todo el infierno, debido a las
llamaradas que había provocado de nuevo el acceso de ira de
Lucifer.
—¡Malditos
sean mis ojos! ¿No hay forma de restituirle?—farfulló,
enojado consigo mismo y con el universo. Todos temblaron a su
alrededor. Eso era imposible. Derafiel carraspeó, captando de
inmediato su atención.
—Con
todos mis respetos, señor. Nunca se ha hecho, pero eso no quiere
decir que sea imposible—murmuró
Derafiel, intentando hacerse oír.
—¡Habla!—exigió
Lucifer, señalándole.
Todos se
apartaron de él, pues podía alcanzarles los poderosos influjos de
Lucifer, al destruirle. Tanto Luzdel como él se estaban arriesgando
mucho en aquella ocasión. Los demás no sabían bien si envidiarles o
compadecerles, dependería del resultado de aquella reunión.
—En
una ocasión... ya sé que está mal y que no
debí hacerlo, pero entonces preparaba mi tesis doctoral para
ascender en la escala y deseaba desesperadamente lucirme. Entonces
me arriesgué mucho, pero visité el pozo más hondo, con el
propósito de estudiar los sufrimientos de nuestros huéspedes más
ilustres, a fin de incrementarlos en todo lo posible. Nadie que no
hubiera sido condenado había llegado al final del túnel maldito
hasta entonces. Pues bien, yo llegué, tras mucho esfuerzo y
penalidades, mientras tomaba mis notas, y mi sorpresa fue mayúscula
al encontrar un lugar llamado «el
estanque del olvido eterno», pues tiene en su
puerta incluso un rótulo luminoso de neón que así lo nombra. Y mi
sorpresa fue mayúscula al adentrarme en aquel lugar extraño,
porque vi a muchos viejos conocidos deambular por allí... ya que se
trataba de almas que, en teoría, se desintegraron debido a su justa
ira, señor—reveló
Derafiel, temiendo un castigo por su atrevimiento, que no llegó
porque Lucifer se había quedado perplejo.
Lucifer
debía haber tenido conocimiento sobre aquel lugar, una parte de su
reino de tinieblas.
—¿Estanque
del olvido eterno? ¿Tenemos de eso aquí? ¿Y qué quieres decir
con que «en
teoría se desintegran»—interrogó Lucifer,
inquieto.
Su rapidez
mental le hizo calibrar en un instante lo peligroso de aquella
situación: su poder se debilitaría si se sabía que ni siquiera
conocía a fondo todos los detalles de su Reino. Había pasado mucho
tiempo endiosado, lejos de la realidad de su mundo oscuro, enfundado
en sus trajes hechos a medida y fumando sus puros habanos, derivando
su trabajo hacia sus subordinados.
—Verá,
señor. Como le he dicho, allí había.... muchísimas almas.
Reconocí a algunas de ellas, que habían incurrido en graves
errores y habían sido blanco de su justa ira, señor. Eran almas
tristes, errantes, absortas, quizá perdidas para siempre en una
nebulosa gris, no sé como explicarme, parecían ausentes... pero
existían. Y aseguro que era peligroso permanecer mucho tiempo allí,
ya que la tristeza y el vacío de aquel lugar me invadió e intentó
absorberme. Había mucha fuerza en aquel lugar. Me pareció tan
sumamente peligroso reflejarlo en mi tesis... que no lo hice... e
intente olvidarlo…hasta ahora—reveló
Derafiel, quizá un tanto menos tembloroso al advertir que la ira de
Lucifer no le desintegró en el primer instante. Estaba muy
intrigado.
—¿Cómo
se atreven a no desaparecer cuando yo lo dispongo? ¿Quién les
envía allí? No soy yo. No sabía ni de la existencia de ese
maldito lugar... Pero ya tomaremos alguna medida al respecto.
¡Centrémonos! ¿A cuento de qué has nombrado todo eso?
¡Habla!—farfulló
Lucifer, que había perdido el hilo del razonamiento lógico de
Derafiel.
—Pues,
humildemente señor, porque he pensado, quizá de una forma algo
ingenua, proponerle ir en busca de Damon en ese lugar. Quizá nos
costara un poco hallarle, pero si... anunciamos que puede ser
restituido en su puesto, quizá se presente voluntariamente... si es
que recuerda quién era, por supuesto...—propuso
Derafiel.
Ahora el
atrevido demonio se quedó solo en el centro de la sala. Todos
retrocedieron varios pasos hasta separarse lo suficiente de él.
Definitivamente había llegado su último momento.
Pero en
lugar de lanzar un ataque de furia contra el imprudente Derafiel,
Lucifer asintió. ¡Por supuesto! ¿Cómo no había caído en ello?
Podrían buscar a aquel peligro público de Damon y restituirle el
tiempo suficiente para averiguar algún dato que permitiera destruir
a Liduvel, de la forma más natural y correcta dentro del protocolo,
claro está. No quería que Gabriel sospechara nada, si esto era
posible. Aunque jamás lo reconociera, en el fondo temía a Gabriel,
por su puesto privilegiado.
—¡Bien!
¡Brillante! Tú, Derafiel, descubridor del dichoso estanque, ya que
conoces el camino, encárgate de ello. Y tú, Databiel, ya que
mientes mejor que nadie en esta sala, gánate mi perdón con tu
esfuerzo y acompáñale para atraer al maldito Damon—ordenó
Lucifer, viendo un rayo de esperanza en su investigación contra la
fugitiva.
—Señor,
no le decepcionaré—aceptó
al instante Databiel, cuadrándose y saliendo de la sala con
rapidez, para penetrar cuanto antes en el túnel.
Derafiel
se inclinó con respeto ante su señor y corrió tras su inesperado
e imprudente colega de viaje, del cual no se fiaba ni un pelo.
Ninguno de los demonios menores era de fiar, por muy hijos del Gran
Jefe que fueran.
—¡No
tan rápido, amigo Databiel!. El viaje debe ser preparado
debidamente. O el Estanque del olvido eterno nos arrastrará sin
remedio. Es peligroso—le
detuvo Derafiel, temiendo que su precipitación
arrastrara a los dos dentro de aquel mundo terrible, a sus ojos aún
que la desintegración en miles de partículas de átomo por el
Cosmos.
—No tengo
miedo—afirmó el soberbio Databiel y Derafiel sonrió.
—Ya lo tendrás.
Y mejor será que atiendas mis instrucciones, o acabarás como
residente permanente de ese lugar—amenazó el prudente demonio.
—¿Me estás
amenazando, alfeñique?—le retó Databiel, enfrentándose a él.
—Te lo
advierto. Estás vivo de milagro, muchacho. No juegues con tu
suerte—le dijo Derafiel, esquivándole y dirigiéndose hacia el
pozo más hondo del infierno.
Lucifer
estaba indignado y lleno de preguntas. Miró al resto de sus
demonios de confianza, que habían vuelto a remolinarse a su
alrededor, ahora que Derafiel ya no les planteaba peligro inmediato.
—¿Por
qué no desaparecen? ¿Y quién creó ese maldito estanque?—farfulló
Lucifer como una pregunta retórica, sin esperar respuesta.
Luzdel se
arriesgó mucho, pero había visto salir airosamente de la situación
a su colega Derafiel, y debía hacer un esfuerzo o aquel insensato
pisotearía sus posibilidades de ascenso, que eran muchas. Derafiel
era el único que había ofrecido su colaboración para resolver
aquel enojoso asunto. No debía permitirlo.
—Con
permiso, señor—indicó
Luzdel y disimuladamente señaló hacia arriba. Lucifer le miró,
miró hacia arriba y le volvió a mirar con gesto perplejo.
—¿ÉL?—exclamó,
indignado por su intromisión en su mundo.
—¿Quién,
si no?—respondió
Luzdel, encogiéndose de hombros.
—¿Cómo
se atreve a interferir en mi mundo? Fue ÉL quien me puso al cargo
del Infierno. Fue ÉL quién me dio el poder y no me lo retiró
totalmente cuando me lanzó al abismo. ¿Qué clase de burla es
ésta?—farfulló
Lucifer, completamente confundido.
—En
todo caso, señor, el caso deberá llevarse con la máxima
discreción, pues como todos sabemos, a pesar de SU paz interior y
de SU afable trato, es peligroso contrariarLE. Algún motivo oculto
LE habrá llevado a crear ese lugar terrible dentro del Infierno.
¿Quién sabe qué puede ocultar tan retorcida y prodigiosa mente?
Otras veces LE hemos visto jugar sin conocer las reglas del juego.
La humanidad fue una de sus bromas. Actuar sobre aquellos simios
descerebrados… ¿quién lo hubiera previsto? ¿Quién sabe lo que
le movió a crear esa criatura infame?—razonó
Luzdel, haciéndole ver a Lucifer que no debía
fiarse de nada ni en su propio Reino.
La
inteligencia de Lucifer lo captó al instante, pero se calló lo que
opinaba.
Cerca de
ellos, en la antesala, siempre atenta a cualquier chisme
intercambiable en el mercado de las habladurías, Fedra pulsó el
intercomunicador y llamó a su amigo Delmor.
— ¿Delmor?
No te creerás ni en un millón de eones lo que he escuchado.
¿Sabes que las almas desintegradas por sus errores... no
desaparecen del todo? Parece ser que ÉL también tiene sus
influencias en nuestro mundo, querido...—musitó
Fedra emocionada, con un hilo de voz.
(continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario