Hola de nuevo, lectores y lectoras. Vamos a por el capítulo 19. Hoy, Liduvel se enfrentará al miedo. No es una sensación desconocida para ella, aunque no siente temor por su propio destino, sino por la suerte que puede correr Teresa, a solas, en un quirófano, ahora que se aleja por unas horas de su protección y va a estar muy vulnerable. Los miembros del Lado Oscuro saben que es su punto débil, su favorita entre los mortales, y querrán eliminarla para que ella se enfurezca y se precipite hacia la venganza, alejándose del buen camino de retorno a la Luz.
Pero Liduvel tiene poderosos aliados, no solo Daniel, sino también otros antiguos hermanos que han apostado por ella, para que su fuga culmine con éxito.
Saludos a mis lectores y lectoras de España, EEUU, México, Irlanda, Panamá, Portugal y Ucrania. Os dejo con este nuevo capítulo.
19.
Liduvel tenía miedo. Le hubiera
gustado adentrarse varios años en el futuro para conocer el
protocolo de destino de Teresa, que sin duda había cambiado debido
a su intervención, pero no debía llamar más la atención. Debería
quedarse con la duda, sin saber hacia dónde derivaría su vida y
las vidas de quienes la rodeaban. Pensó en las sabias y envenenadas
palabras de Lucifer durante su tenso encuentro en la iglesia de
Simón. Para ser sincera, no creía que salvando las vidas de Teresa
y Lea, se produjera una hecatombe a nivel universal. No eran más
que dos simples mujeres pobres, apenas sin formación, y con esas
características no podían cambiar el mundo, al menos de momento,
así era el mundo de los humanos. Recordó una película que había
visto casualmente, mientras trabajaba en el suicidio de un
ingeniero deprimido porque no encontraba trabajo relacionado con su
carrera. En aquella película se salvaba milagrosamente alguien en
un accidente de avión. Años después, esa persona atropellaba y
mataba a un científico que podía haber salvado al mundo de una
plaga mortal, o algo así. En consecuencia, por salvarse una persona
que debía morir, morían cientos de miles de personas en el futuro.
Pudiera ser que Lea, en un futuro, también cometiera una tropelía,
era de esperar que, tal como estaba, intoxicada por todas las drogas
que se había metido, no tuviera el cerebro en muy buenas
condiciones.
Conceder años de vida al doctor
Álvarez ya era más peliagudo. Él podría salvar a más gente, a
alguien que podría atentar contra una central nuclear por causarle
el cáncer o meterse en una secta religiosa y envenenar el agua
potable de toda una ciudad. No quiso pensar más en ello. A Lea le
dolía la cabeza si pensaba demasiado, y ella lo sufría también.
Penetrar en la planta de
oncología la había llenado de oscuros presentimientos. Por el
pasillo deambulaban enfermos de diversas variedades de cáncer en
distintas etapas de la enfermedad. Sus acompañantes estaban
desolados pero disimulaban, intentando llevarlo con dignidad y
animar a sus seres queridos. Todos ellos estaban pálidos y tristes,
como Teresa y Gustavo. Parecían almas aturdidas en una sala de
espera intermedia, instantes antes de acudir a su juicio vital. Ella
siempre se burló de aquellas pobres almas, de su temor a ser
arrojados al fuego y las tinieblas. Muchos de ellos mostraban aún
la incredulidad que mantuvieron en vida, pensando que solamente
soñaban y despertarían en algún momento. Otros estaban perplejos.
Si hubieran sabido que el otro mundo existía, hubieran actuado de
otro modo, pero ya era tarde para rectificar. Creyentes y no
creyentes tenían la misma expresión de terror a lo desconocido.
Liduvel animó a Teresa mientras
estuvo a su lado, de una forma tan elocuente que casi la convenció
de que no tuviera miedo, de que todo iba a salir bien. Pero cuando
la dejó en manos de los médicos, se sintió de nuevo inquieta y la
invadieron malos presentimientos.
Seguramente los miembros del
lado oscuro intentarían de nuevo hacerle daño a Teresa para
sacarla violentamente de su ruta firme y segura hacia el Lado de la
Luz. Estaba casi segura de que lo intentarían en aquel lugar,
cuando estaba totalmente indefensa. Sería muysencillo y eficaz.
Ella lo hubiera hecho.
Se dio cuenta de que Gustavo
estaba rezando por Teresa (los humanos siempre rezaban en los malos
momentos, aunque no se confesaran creyentes). Ella no podía rezar,
no debía hacerlo. Hablar con ÉL sería considerado como una
blasfemia, o al menos eso pensaba ella. Pero había alguien que sí
podía hacerlo.
(Daniel amigo mío si estás ahí
protégela por favor que nadie la dañe ahora que está tan
vulnerable y yo no puedo cuidarla ahí dentro reza porque a ti te
escucharán tú eres un alma pura y llena de luz a ti te escucharán
por favor por favor)
(ya están
protegiéndola tú tranquila)
(¿ya están protegiéndola?
¿han escuchado tus oraciones y las de Gustavo?)
(no
debería decírtelo pero la gente del Lado Luminoso está tomando
partido)
(¿quieres decir que hay gente
del Lado Luminoso que está apoyándome?)
(si, no
todos, pero muchos de ellos te apoyan en tu decisión en secreto les
gusta que su hermana se arrepienta de sus errores y desee regresar
con ellos a la luz)
Liduvel se sintió más viva que
nunca. Era maravilloso sentirse apoyada, aunque fuera en secreto.
Cuando era una simple diablesa nadie hubiera apostado por ella, ni
siquiera sus colegas del Lado Oscuro, debido a las envidias y a la
dura competencia.
Pero ahora era algo más. Era
una fugitiva... un tanto especial, una osada atrevida que abría un
nuevo camino... y al parecer había corrido la voz.
(da las gracias a todos por mí)
(tú se
las darás en persona pronto)
Gustavo interrumpió aquel
silencioso diálogo porque la vio abatida, y porque creía que había
llegado la hora de decirle que estaba equivocado, y que la Lea que
había regresado de la muerte era una buena persona en la que se
podía confiar. Se sentía tan sensible con el asunto de Teresa que
incluso la hubiera abrazado, para reconciliarse con ella. Pero aún
le tenía un poco de miedo. En ocasiones creía haber visto un
brillo diabólico en sus ojos y la escuchaba gruñir y bufar en
sueños, como un animal rabioso.
— Lo
estás haciendo muy bien, Lea. La has animado
de una forma que... casi ha entrado en el quirófano cantando de
alegría. No esperaba que tu cambio hubiera sido... real. Creía que
era una pantomima... pero parece que vas en serio. Teresa es muy
feliz por verte así. Le has dado vida estos últimos meses... toda
la vida que le quitaste antes...—musitó
Gustavo, en tono reconciliador.
— Gracias.
Tú también lo estás haciendo bien. Ella te necesita tanto como a
mí... o más. Yo no estaré con ella para siempre. Espero que tú
sí—le
respondió Liduvel, entornando los ojos y
escrutando el alma de Gustavo, para conocer sus intenciones. Al
parecer, la experiencia de la frutera le había asustado bastante, y
ya no pensaba en ser infiel. Eso estaba bien. No parecía tan mal
futuro para Teresa. Un hombre que la tratara bien al fin, tal como
merecía.
— Cuando
se recupere tengo intención de llevarla a pasar unos días a la
playa, no sé donde aún, pero a ella le gustará ver el
mar...—afirmó
Gustavo, improvisando un futuro que aún no parecía claro, pero que
podía ser posible—¿Nos
podremos fiar de dejarte sola?—
sondeó.
— Claro
que sí. Puedo arreglármelas sola...—afirmó
Liduvel, sonriendo de forma pérfida. Era ya mayorcita para eso. Una
experiencia de millones de eones viviendo en soledad.
— Bien.
Estaba ahorrando para comprarme un coche, pero eso puede esperar. Un
viaje nos vendrá mejor. Ya llegará el coche, más adelante, el mio
aún funciona...—aseguró
Gustavo, valorando pros y contras. Era inusual que compartiera sus
proyectos con la que él creía Lea. Jugueteaba con una revista,
donde aparecía el coche de sus sueños, que tendría que esperar
algunos años más.
— Bien
pensado. A Teresa le vendrá mejor ver el mar que pasear en un coche
nuevo. Y la generosidad siempre tiene su recompensa...—asintió
Liduvel, pensando que podría mover algunos hilos de forma muy
discreta para que le concedieran un aumento de sueldo o mejor aún,
para que le tocase algún premio de la lotería. Así tendría a la
vez coche nuevo y viaje para la pobre Teresa. Si él era feliz,
haría más feliz a Teresa.
Entraron
en tromba en el túnel de descompresión, por el cual pasaban todos
los demonios que regresaban furiosos al Infierno. Era una medida de
seguridad añadida para proteger el mundo oscuro de los frecuentes
ataques de ira de sus habitantes. De no ser así, se habrían
autodestruido hacía eones, consumidos por su propio fuego
aniquilador.
— ¡Esto
es intolerable! No hemos podido hacer nada. Había allí nada menos
que cuatro ángeles custodiándola. Es inadmisible...—protestó
Garrel, aún furioso y acalorado después de pasar el túnel. Sus
ojos brillaban de color rojo vivo. Nunca se había sentido tan
fracasado.
El
Departamento de DPI (Daños y Perjuicios Inducidos) estaba
alborotado y frustrado por la misión fallida de los demonios.
Tenían como misión que la operación quirúrgica resultara mal de
diversas formas: gérmenes por limpieza incompleta de los
instrumentos, temblor de la mano del cirujano, bronca entre
enfermeras para perturbar la intervenci´n... Debían hacer
cualquier cosa para acabar con Teresa, pues era la favorita de
Liduvel y destruirla la desestabilizaría y apartaría del buen
camino que había emprendido para regresar a la Luz.
Y los
demonios, al entrar en el quirófano se hallaron cara a cara nada
menos que a cuatro ángeles de Luz. Casi se derritieron debido a la
impresión. No habían visto tantos enemigos juntos desde la Gran
Rebelión. No fue necesario un intercambio de palabras. Las miradas
fueron suficientes para que regresaran de inmediato al infierno,
para informar del suceso.
Neville se
había desplazado al DPI en su hora de descanso para apoyar a su
colega Unigel, quien dirigía aquella operación desesperada tras el
sonoro fracaso de Databiel y sus falsos testimonios. De hecho, con
aquella noticia, Unigel estaba tembloroso, temiendo ser desintegrado
por Lucifer.
— ¿Cuatro
ángeles? Pero eso es imposible. ¿Qué hacían cuatro ángeles para
una simple mortal? Su ángel de la guarda, lo tengo aquí apuntado,
tiene otros nueve clientes. Andan muy escasos de personal—se
extrañó Neville, consultando sus datos—
¡Exacto, tal como yo creía! ¡La cuida una décima parte de ángel
de la guarda!—afirmó,
señalando los datos en la pantalla.
— Lucifer
no lo creerá. Nos castigará por incompetentes...—gimió
Bartel, uno de los enviados en aquella misión frustrada. Hasta
aquel día se había manifestado muy seguro de sí mismo, y acababa
de caer en la cuenta de que nada podía hacer para enfrentarse a sus
colegas luminosos. Estaba a punto de caer en una depresión.
— ¡Estamos
acabados! Era una misión fácil, por todos los demonios, era lo más
sencillo que se me ha encargado en eones...—gimió
Unigel, hundido—Me
doy por desintegrado, amigo mío. Adiós, ha sido un orgullo
trabajar codo a codo contigo...—farfulló
teatralmente, despidiéndose de Neville con dos palmadas en la
espalda.
— Tranquilo,
Unigel. No tiene por qué ser así. Lucifer
está muy ocupado repasando archivos, estadísticas, instalaciones y
personal a su cargo. Dejaremos a un lado este enojoso asunto. No
informaremos de esto, a no ser que él en persona no se interese por
la incursión, y no creo que lo haga. Ahora mismo le preocupa más
no conocer al detalle cuanto ocurre en el Infierno...—reveló
Neville en un susurro, manteniendo la calma. Su habitual eficacia le
dictaba consignar todo el asunto en un detallado informe dirigido a
Lucifer, pero en esta ocasión, aquellos compañeros corrían serio
peligro. Estaba harto de ver desintegrados a hermanos demoníacos,
sobre todo cuando él no ganaba nada con su pérdida ni ascendía de
categoría, como era el caso.
Unigel,
Bartel y Garrel suspiraron, aliviados. Neville les indicó que en
caso de que Lucifer se enterara (cosa que dudaba) podían citar
muchos testigos en su defensa, ya que el hospital donde operaban a
Teresa se estaba convirtiendo en un hervidero de ángeles y demonios
posicionándose, apostando y cotilleando sobre el «asunto
Liduvel».
(continuará)
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