Javier García Martinez, no conforme con el primer ejercicio propuesto, nos retó una segunda vez a escribir otro relato breve. En esta ocasión, nos mostró esta imagen de un hombre leyendo para una mujer que le escucha metida en la bañera.
Debíamos imaginar la escena, contar por qué no comparten el baño, qué lee el hombre, en qué época lo situamos, y todo ello en un máximo de un folio. No me costó mucho hilvanar esta historia, la verdad. El auténtico problema fue que solo ocupara un folio. Hubiera escrito toda una novela sobre estos dos amantes. A continuación está el resultado, que vosotros juzgaréis.
LA FOTO OFICIAL
En muchas ocasiones
sentía su nostalgia, mordiéndole con saña junto con sus
remordimientos. Las lágrimas dejaban un rastro de sal en su hermoso
rostro, ahora teñido del color gris de la ciudad, y no podía
ocultarlas por más que lo intentara.
Entonces él, antes de
que su amada se abandonara a la tristeza, le preparaba el baño con
solicitud, y olvidaba por un instante sus libros de texto de
oceanografía para tomar otros de la estantería del salón.
Todos aquellos que
hablaran del mar servían a su propósito: el relato «El
viejo y el mar»
de Ernest Hemingway; los poemas «Oda
al mar»
de Pablo Neruda, «Sueño
del marinero» de Alberti
y «Frente al mar» de
Alfonsina Storni; la novela «Cabo de Hornos» de Francisco Coloane,
el clásico imprescindible «Veinte mil leguas de viaje submarino»
de Julio Verne, distintas aventuras de Jack London y Emilio Salgari y
tantas otras. Él se las leía con lentitud, recreándose en cada
descripción del mar, saboreando el salitre del ambiente y haciéndole
escuchar el sonido del oleaje, mientras ella, apoyada su cabeza en la
bañera, disfrutaba soñando con regresar.
Le
había prometido que sería el número uno de su promoción, para
conseguir un buen empleo junto al mar, para que nunca más se
sentiría varada, triste ni forastera. Ella le había salvado la vida
hacía tres años, en 2014, cuando le liberó de un desprendimiento
submarino donde se había quedado atrapado, con su tanque de oxigeno
a punto de consumirse. Había sacrificado su propia felicidad,
entregándose a él con un amor inmenso como el océano, para
acompañarle tierra adentro. Se lo debía todo. ¿Qué no sería
capaz de hacer por ella?
Mientras
tanto, a punto de conseguir su objetivo, tomó aquella foto en blanco
y negro tan hermosa, con el automático de su cámara, mientras le
leía «Manazuru» de Hiromi Kawakami, y ella le escuchaba con los
ojos cerrados, soñando con aquel sencillo pueblo costero donde
rompían las olas en el lejano Japón.
Sería
su foto oficial de pareja, la que mostrarían a sus hijos, para
hablarles cuando fueran mayores del inmenso amor que unió dos
mundos: el de un hombre y una sirena.
Hasta la próxima entrada, saludos a todos y todas!!
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