Como se acerca Halloween, os voy a contar una pequeña historia que presenté hace tiempo a un concurso de microrrelatos fantásticos, que se ajusta a la temática de terror, pero con un toque de humor, porque creo que pueden maridar muy bien.
Feliz Halloween, o Día de Todos los Santos o Día de los muertos, lo que celebréis cada uno.
Desde que Manuela perdió a Antonio, se convirtió en la justiciera
del cementerio. Después de varios años de viudedad, había evitado
con su coraje una violación y doce atracos.
Aquella tarde, mientras recortaba su ramillete de flores artificiales
con unos pulcros alicates, escuchó gritos. Al levantar la cabeza de
la tumba de Antonio, vio correr a varias personas, tropezando y
dejándose la garganta en horribles alaridos. No sabía qué ocurría
hasta que vio avanzar con torpeza a un tipo con ropas sucias y
raídas, llevando un maquillaje asqueroso, de los que se estilaban
lucir por esa fiesta importada que llamaban jalowin. Parecía
estar borracho o drogado, por la forma en que se movía. Enojada por
el alboroto organizado, intentó detenerle con toda su energía.
— ¡Serás cabrón!
¿Quieres matar de un infarto a alguna abuelita, hijo de puta? Ya te
estás largando de aquí —le gritó.
Como
aquel imbécil no retrocedía y por añadidura se giró hacia ella
con intenciones poco claras, le lanzó los alicates a la cabeza. Ya
lidiaría con la policía si la denunciaba, alegando que fue en
defensa propia. La herramienta impactó contundente contra su cabeza,
que cayó al suelo, estallando como una calabaza podrida. El cuerpo
se desplomó a continuación, presa de espasmos poco naturales, hasta
que quedó inmóvil.
Manuela
se quedó sin respiración al acercarse a aquella cosa maloliente,
pero sin dejarse acobardar, recogió sus alicates, los limpió en la
ropa de aquel zarrapastroso y sopló sobre ellos, como si fuera su
revolver, imponiéndose su heroína interior.
— ¡Chúpate esa! ¡Zombis a mí...!
Hasta la próxima entrada.
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