De nuevo debo pedir disculpas por este cruel abandono de mi blog durante meses. Vivo constantemete estresada y no tengo tiempo de nada. Pero hoy que tenía un momentito, vuelvo para compartir este relato que escribí para el Club de Escritura Creativa La Virgulilla.
El ejercicio consistía en una conversación entre un cliente y un banquero, con ciertas palabras prohibidas y una frase obligatoria. Os lo recuerdo porque os pueden extrañar algunos giros. que eran obligatorios para el ejercicio.
Espero que os guste y deseo de todo corazón poder compartir con vosotros otro relato muy pronto.
Besos, lectores y lectoras!!
EL
PODER DE LA MENTE
—Solicitar un
préstamo sin unos ingresos estables ni un aval, es un suicidio.
Imposible.
—No tengo la culpa
de que mis viejecitos se mueran. Pero nunca me falta gente para
cuidar. Lo hemos intentado todo. El otro día denegó a mis padres un
préstamo para pensionistas. Ellos cumplían todas las condiciones y
les dijo que no, sin pestañear.
—La pensión que
reciben es insuficiente para afrontar las cuotas. Y usted no puede
ser su avalista con sus ingresos.
—Nunca hemos
dejado de pagar nuestras deudas. Pero ahora hemos sufrido muchos
imprevistos. El nivel de vida no deja de subir y las pensiones no.
Mis padres tienen que pagar las medicinas, que cada vez son más...
Debe valorar la honradez de sus clientes, no el dinero que tienen en
la cuenta.
—Usted
no entiende todos los entresijos de la banca. Tengo las manos atadas.
La conversación de besugos continúa por esos
derroteros durante el interminable plazo de diez minutos, durante los
cuales, la angustia vital se va incrementando y con ella, va
creciendo el fuego interno que inflama el cerebro de Anamar, hasta
hacerlo estallar en llamas, mientras procesa palabras huecas como
créditos, vencimientos, renta garantizada, comisiones...
—Tengo
un aval que no me puede fallar —asegura ella, quemando su último
cartucho.
—Haberlo
dicho antes. ¿De qué se trata?
—Las
cartas del tarot me han revelado que ganaré el nuevo concurso para
cantantes de la tele. Lo consulté hasta tres veces. Estoy tan segura
que me presentaré mañana al casting.
—...
—Ya
sé que no me cree, pero todo está en las cartas, si sabes
interpretarlas.
—¡Vale!
Hasta aquí hemos llegado. No me haga perder más tiempo, por favor.
—Ganaré
el concurso. Seré la nueva Susan Boyle. Conseguiré contratos. Y
usted me rogará que ingrese mi dinero en su puto banco.
—De
acuerdo. Hablaremos entonces. De momento, salga de mi despacho.
—Vale.
Empecemos de nuevo. No tengo más remedio que hacer esto, y le va a
doler.
—Voy
a llamar a seguridad —advierte él, levantándose. Ha advertido el
peligro en su voz.
—¡Siéntese
y escúcheme! —exclama Anamar y su orden suena como el chasquido de
un látigo. El señor Pérez, director de la sucursal de una
importante entidad bancaria, se sienta de golpe y se queda mirándola
con un gesto asombrado. Es como si alguien le hubiera empujado hacia
su cómodo sillón, pero ella no se ha movido ni un centímetro.
—¿Qué
demonios...?—masculla, incrédulo, sin poder levantarse a pesar de
sus esfuerzos.
—Eso
dice mi madre, que estoy endemoniada, porque a veces pasan cosas
cuando me enfado o cuando estoy muy asustada. Ahora mismo reúno las
dos condiciones para que usted no salga vivo de aquí, pero tiene
familia que no se merece perderle, aunque sea un cretino.
—¡Llamaré
a seguridad!—repite él, con un hilo de voz. Ni sus cuerdas vocales
ni su brazo funciona. No puede llamar por teléfono. Siente un ahogo
muy difícil de explicar.
—No
lo hará. Solo moverá esa mano tan fina con su manicura perfecta,
para firmar el documento que me conceda el préstamo. Si alguien le
recrimina que fue una decisión arriesgada, le dirá que cree en mí,
que pagaré aunque me muera de hambre, hasta que llegue mi momento y
sea famosa. Mientras tanto, mis padres, unos pensionistas que han
pasado su vida entre el trabajo y la iglesia, no perderán su casa
por no poder pagar la hipoteca.
—¡No
puedo hacer eso! ¡No sé qué me está haciendo, pero no podrá
conmigo!
—Si que podré.
Porque no saldremos de aquí hasta que firme. Y le aseguro que si una
vez me marche, rompe o anula esos documentos, no llegará a salir
vivo de esta puta sucursal.
Por un momento se celebra un
duelo de voluntades. Él es demasiado racional para creer que esa
chica mojigata que se viste como la beata de su madre, sea una nueva
versión de la sangrienta Carrie
de Stephen King, pero todo apunta a que así es. Lo que tiene claro
es que está loca y que acabará con él si no firma esos documentos.
Traga saliva, valorando sus posibilidades.
—Piénselo un instante.
¿Cómo le tengo sujeto? Con el poder de mi mente, señor Pérez. El
mismo poder que uso para leer mis cartas y ver mi brillante futuro.
No tengo muchos estudios. He trabajado desde muy joven para ayudar a
mis padres, gente pobre pero honrada, que no han hecho daño a nadie
en su vida. Yo, por desgracia para usted, no soy tan buena. He pasado
la vida temiendo la cercanía de la gente, aunque luché por ser
normal y formar una familia. Ahora tendré mi momento de gloria. Y
usted obtendrá sus beneficios por haber firmado ese documento. Pero
si no lo hace, usted morirá y yo me dirigiré a otro banco. Decida
—le da el ultimatum con voz calmada.
—De acuerdo. Firmaré.
Esto es muy extraño, pero lo haré. Defenderé ante mis superiores
la conveniencia de este préstamo. Incluso la avalaré personalmente,
si no hay otro remedio. Y más le vale ganar ese puto concurso, o la
hundiré en la miseria y a sus padres con usted.
Anamar sonríe triunfante. Desde que desarrolló
su poder en sus largas horas en soledad, nada se le resiste. Incluso
los viejecitos que cuida están mejor de la memoria. Mientras él
estampa su temblorosa firma en los formularios, ella comienza a
pensar en el casting. No puede llevar sus faldas largas hasta la
pantorrilla ni sus blusas abrochadas hasta el cuello. Ha llegado la
hora de vestir ropa moderna y de liberar esa gran voz que solo suena
en la ducha o en la iglesia.
Cuando sale a la calle, con su préstamo
concedido, respira hondo y saborea el instante.
—Este mundo es una puta
mierda, pero ya no tengo miedo —se repite como un mantra.
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