Hola, lectores y lectoras.
Al fin, tras un viaje de muchas semanas, llegamos al final de la historia de Liduvel, una fugitiva un tanto especial. Hemos convivido con ángeles del lado luminoso y del lado oscuro. Incluso hay algunos que nos caen bien, quizá por el dicho de que "hay que tener amigos hasta en el infierno".
Liduvel, reclutada como aspirante a ángel custodio, acompaña a Daniel, aprendiendo de él sus métodos suaves y ajustados al protocolo, porque ella sigue teniendo mucha parte de diablesa y debe adaptarse. Presiente que el barrio donde ella vivió como humana puede llegar a ser un buen campo de batalla entre las fuerzas del bien y del mal, y está preparada para la lucha, donde su experiencia como diablesa será muy útil para conocer los movimientos del enemigo.
Y aquí dejamos esta aventura a través de varias dimensiones. La semana próxima compartiré otras historias con vosotros, si tenéis la amabilidad de seguir leyéndome. Saludos a mis lectores y lectoras de España, Portugal, Francia, Irlanda, Alemania, EEUU y los recién incorporados de Chile y Rusia. Me encanta que mis historias viajen tan lejos.
30.
De este
modo, después de la la fuga de Liduvel y la ingeniosa estratagema
de Axel, el Infierno mantuvo una puerta abierta, a pesar del
esfuerzo de los servicios de seguridad infernales. Mientras algunos
miles de demonios se planteaban seriamente volver al Lado Luminoso
tanto, los servicios jurídicos de Lucifer trabajaban sin cesar en
la búsqueda de algún artículo o letra pequeña en los protocolos
que favoreciera que Lucifer conservara el mando, a pesar de sus
errores manifiestos. Derafiel, en la sombra, se preparaba a fondo,
aconsejado por Luzdel y algunos amigos que se pusieron a su lado por
puro interés, por si ganaban aquella batalla legal y llegaba a
sustituir al Gran Jefe.
El tiempo pasó para el mundo
humano y hubo más cambios en el barrio de Lea Pineda, causados por
el fulgurante paso de Liduvel.
La parroquia estaba ahora en
manos del padre Leopoldo, hasta que se decidiera quién sustituiría
al padre Simón, quien había abandonado los hábitos. El incidente
ocurrido con los gamberros había decidido a sus superiores a
trasladarlo a otra parroquia (según ellos para su seguridad), en
otra ciudad de otra comunidad autónoma, al otro extremo de España,
pero esta vez su voto de obediencia no fue lo bastante fuerte para
moverle de aquel barrio tan querido para él y separarle de sus
chicos, ahora que tenía un gran proyecto en marcha. Sabía que los
consejos de Liduvel fueron siempre sabios y podía ejercer el bien
sin necesidad de ser sacerdote. La suerte le sonrió desde que tomó
su decisión: fue contratado por los Servicios Sociales de la Junta
de Distrito de su barrio. Estudiaría unas oposiciones para quedarse
en ese puesto y ayudar a sus semejantes.
Por otro lado, la abuela de uno
de los chicos del equipo de fútbol, que mantenía a salvo de todo
mal, le alquiló un piso por una suma ridícula, más simbólica que
otra cosa. Para rematar su felicidad, los chicos ganaron el
campeonato local en el que los había inscrito, lo que le dio cierto
prestigio a su escuela de fútbol. Por eso algunos de los jugadores
más destacados habían sido fichados por equipos de fútbol
locales. Ahora el campo de fútbol ya tenía porterías de verdad,
con sus redes, así como un vallado que impedía que sus chicos
cayeran sobre excrementos de perro y botellas rotas.
Había creado un equipo femenino
y había iniciado conversaciones para que otros barrios crearan sus
propios equipos y poder competir igual que los chicos. Para ello
contaba con la inestimable ayuda de Lea Pineda, que había puesto
todo su empeño en aquel proyecto, mejorando así su salud y
llenándose de la ilusión que necesitaba para seguir adelante.
Simón iba a menudo a visitar a
su familia, y les ayudaba cuanto podía, porque él necesitaba poco
para vivir, acostumbrado como estaba a la austeridad. Su padre era
muy feliz porque había dejado de ser cura, se reconcilió
definitivamente e inició un tratamiento para alcohólicos que Simón
le consiguió a través de los Servicios Sociales, cambiando su
protocolo de destino que hubiera derivado pronto en muerte, de no
haber dejado de beber. Eso lo había aprendido de Liduvel. Romper
con un protocolo de destino era difícil, pero eso no quería decir
que fuera imposible.
Simón se sentía bendecido.
Sentía la protección de alguien a todas horas, en todo momento, y
esperaba que fuera Liduvel la que estuviera trabajando por él,
desde el Lado Luminoso. Lo esperaba de corazón y rezaba por ella,
para que consiguiera su puesto de ángel de la guarda... y también
para que fuera su propio ángel.
Liduvel, tan amante de los
métodos poco ortodoxos, había tomado una forma humana cualquiera
para volver a ver a sus protegidos. Era divertido pasar inadvertida
entre la gente, como antes, cuando ocupaba el cuerpo de Lea, pero le
hubiera gustado abrazarles, confesarles que era ella, que todo iba
bien, que no les había abandonado. En fín, todo aquello que no
debía hacer. Estas maniobras no estaban mal vistas por sus
superiores, aunque no cumplían los protocolos, pues estaban
motivadas por el afecto hacia los humanos.
El campo de fútbol estaba muy
animado. No solo asistían los padres y familiares de los chicos que
jugaban, sino que mucha gente del barrio se acercaba a animarles. En
un lugar deprimido, afectado por el desempleo y la violencia,
aquellos jugadores eran la demostración de que no todo iba mal y de
que, a veces, los sueños se cumplen.
Un periódico voló hasta ella,
y mientras se dirigía a meterlo en el contenedor para reciclar
papel (salvar el planeta también era cosa suya) leyó la noticia de
la portada: «El insigne
oncólogo Lorenzo Álvarez es uno de los más firmes candidatos para
ganar el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica
y Técnica, por su valioso trabajo en el estudio de las bases del
cáncer y de los modernos tratamientos para combatirlo. Álvarez,
que acaba de ser padre de su primer hijo, ha declarado que si
deciden concedérselo, piensa declinar el honor alegando que no es
digno de tal premio, que él solo desea salvar vidas mientras su
delicado estado de salud se lo permita…».
Liduvel sonrió feliz. Su alma
estaba a salvo gracias a ella. Salvar a Teresa a través de él
había significado su primer gran éxito y jamás lo olvidaría por
mucho tiempo que pasara.
Se giró para ver a Teresa,
sentada entre el público junto con Gustavo. A ella no le gustaba
mucho el fútbol, pero era su hija quién había conseguido aquel
milagro junto con Simón, y estaba presente en sus éxitos para
compartir su felicidad, y también en sus fracasos, para animarla.
Saludó a la pareja, que le
correspondió sin reconocerla. Teresa tenía buen aspecto. Ya no
estaba tan pálida y había ganado algo de peso. Sabía que
planeaban pasar el próximo año unas cortas vacaciones, aunque la
compra del coche nuevo de Gustavo se retrasara un poco, algo que no
ocurriría si a Liduvel le salía bien la jugada. Había movido las
piezas para conseguir un nuevo empleo a Gustavo, que le traería
mayor sueldo y la posibilidad de cambiar de coche, e incluso de
vivienda. Todo le iría sobre ruedas mientras mimase a Teresa como
lo estaba haciendo hasta ahora. Aunque Gustavo no formara parte de
sus protegidos, si hacía feliz a Teresa, para ella era importante
hacer su vida mejor.
Liduvel se centró en el
partido. Daniel estaba también en el campo. Su función era
aconsejar a sus protegidos del equipo que no hicieran entradas muy
duras a los contrarios, y que no insultasen al árbitro, aunque se
equivocara en alguna decisión y les perjudicase.
— ¿Cómo
van?— le preguntó a Teresa.
— Dos
a cero. Ganamos— le contestó Teresa,
como si el triunfo del equipo fuera suyo también.
— Estupendo—
asintió Liduvel.
Teresa la miró de nuevo con
curiosidad. Liduvel temió que la reconociera bajo su funda humana.
Eso sería muy confuso para la mujer.
— ¿Tienes
a alguien jugando en el equipo?—se
interesó Teresa, para entablar conversación.
— No,
pero viví en este barrio durante algún tiempo, y me gusta ver como
los chicos de Simón y Lea triunfan. Vengo siempre que mi trabajo me
lo permite—explicó Liduvel, sin
mentir.
— ¡Ah!
Lea es mi hija, es segunda entrenadora de este equipo y entrenadora
titular del equipo de fútbol femenino, otro logro del
barrio.—declaró muy orgullosa
Teresa.
Liduvel sonrió, pues estas
satisfacciones la llenaban de vida, le daban fuerzas para soportar
el tratamiento contra el cáncer.
— Lo
sé. Lea es una gran entrenadora— asintió
Liduvel— Estará orgullosa de ella. Tengo
entendido que ayuda también en el programa de desintoxicación del
Distrito. Da charlas a chicos para que no caigan en la
droga—continuó Liduvel, dándole pie
a seguir presumiendo de su hija.
— Sí,
ya ha dado tres charlas, una de ellas en su instituto. Superó su
adicción con mucha valentía, ella sola, pero no todos son tan
fuertes y valientes como ella. Necesitan toda la ayuda posible—
asintió Teresa, henchida de orgullo.
— Lea
saldrá adelante, ya verá. La veo muy bien de salud… de cuerpo y
alma— afirmó Liduvel, sonriendo. Era
cierto. Parecía que Lea llegaría a ser adulta, a pesar de sus
excesos con la droga. Liduvel la había nutrido y fortificado su
cuerpo de tal manera que la salud había regresado a ella, y con la
salud, una promesa de longevidad.
— Sí,
estoy muy orgullosa de ella. Va bien en los estudios y la veo bien
encaminada— asintió Teresa,
sonriente.
— Tengo
que irme. Encantada de conocerla, señora, y enhorabuena por el
éxito de su hija— se despidió
Liduvel, cuyos contactos con sus protegidos siempre le parecían
demasiado breves, sobre todo los encuentros con aquella que había
sentido como su propia familia, como su madre.
— Gracias,
y mucho gusto. Cuando venga a ver un partido, acérquese a charlar
conmigo—la invitó Teresa, que parecía
sentir algo por aquella desconocida.
— Desde
luego. Nos veremos.—sonrió Liduvel.
Teresa la siguió con la mirada
mientras Liduvel abandonaba la grada. Tocó a Gustavo en el brazo,
distrayéndole del partido.
— ¿No
te recuerda a alguien esta chica?—le
preguntó.
— ¿Quién?
No veo a nadie— respondió él, mirando con
aire distraido.
— Estaba
aquí, hablando conmigo. Qué poco te fijas—
se quejó Teresa, suspirando. Pero realmente le había
recordado a alguien. Su forma de hablar, su forma de mirarla, como
si leyera en su mente...
Liduvel
regresó a su propia dimensión de ángel y enseguida encontró a
Daniel, que la esperaba al otro lado del campo de fútbol. Le relató
el breve encuentro con Teresa, que Daniel consideraba peligroso, por
si la reconocía a pesar de su disfraz. Mientras, él observaba de
cerca a uno de sus pupilos, sancionado por acumulación de tarjetas,
que no podía jugar el partido y andaba rondando por allí con
propósitos poco claros.
— No
debes jugártela con tus protegidos. Estamos a prueba, Liduvel. Deja
de comportarte como una diablesa traviesa, jugando con las
normas.—recomendó el sensato Daniel.
— Los
echo de menos. Me encanta hablar con ellos, animarles y echarles un
cable. A veces siento que como ángel no me escuchan. Creo que no lo
hago bien…—se lamentó ella, suspirando.
— No es
culpa tuya. No llegamos a ellos porque no creen en nosotros. Es más
fácil no creer, no hay que buscar tantas explicaciones a los
milagros de cada día. Se encuentran de narices con un milagro y se
dicen: «Ha sido una
casualidad» o «alguna
explicación tendrá».
Yo sé de qué hablo, porque hasta hace muy poco tiempo, yo estaba
entre ellos— le explicó Daniel, tomándola de la mano— Debes
insistir y sobre todo debes hablar en su idioma. No debes decirles
cositas dulces como: «debes
ser puro de corazón».
Lo que ellos escuchan es «no
seas gilipollas y deja de tocar los huevos de una puta vez».—
Ella sonrió, porque así es como le gustaba hablarles, en crudo
lenguaje «demoniaco»,
pero creía que estaba prohibido para ángeles custodios
Sin
embargo, en honor a la verdad, Daniel debía confesarle que a él
también le ocurrió lo que pasaba ella. Su hermoso rostro se
oscureció, al recordar su reciente pasado.
— Yo
también echaba de menos a mis padres y a mis amigos. Les hacía
pequeñas visitas, como tú, y eso me rompía el corazón. Decidí
no hacerlo. Pedí el traslado a un lugar apartado. Me lo negaron.
Dijeron que debía vivir…—sonrió un instante, con el término
inadecuado e hizo con los dedos la señal de las comillas— «Vivir»
con ello. Era parte de la prueba. Fue cuestión de tiempo, claro,
como todo. Ellos murieron, los abracé de nuevo y les dí la
bienvenida. Ya no tuve que añorarles… ahora les veo a veces. Todo
es cuestión de tiempo. A ti también te pasará.— la consoló él.
Liduvel
asintió. La paciencia no era una de sus virtudes, pero lo
intentaría.
La próxima
visita programada sería para Lea. Lo había planeado todo para
poner en su camino a un chico que parecía perfecto para ella. Se
llamaba Pedro y era jugador de fútbol, un buen chico. En su informe
había consignado que después del éxito de su equipo de fútbol,
una relación amorosa afianzaría su felicidad, y si era feliz,
sería buena. Era así de simple. De momento su propuesta había
sido aceptada, y esto significaba un nuevo éxito apuntado en su
lista de méritos.
El chico
que Daniel observaba de cerca tenía unos diez años. Estaba
aburrido y enfadado por no poder jugar el partido, y su ociosidad le
hizo echarle el ojo a una bicicleta, sujeta con un candado a los
soportes de la entrada del campo de fútbol. Daniel le indicó a
Liduvel que observara su sistema, se acercó a él y le susurró al
oído.
— No te
hace falta esa bici. Te buscarás líos. No puedes venderla porque
no está demasiado nueva y tampoco podrás llevarla por el barrio,
porque su dueño la reconocerá y te pegará una paliza. Además,
por aquí hay mucho tráfico y podrías acabar atropellado bajo un
coche. Todo son pegas. ¿Por qué tienes que meterte en líos
idiotas?— susurró Daniel a su protegido, y el chico, con un gesto
de frustración, desistió de su empeño tras pensarlo un poco.
Liduvel
sonrió a Daniel, complacida por su nuevo éxito y continuaron
caminando por el campo de fútbol y sus alrededores. Daniel se
separó un poco de ella, pues estaba a punto de liarse una trifulca
en el terreno de juego. Se acercó al chico que iba a vengarse de
otro que le había hecho una falta. Deseaba con fuerza romperle la
pierna de una patada.
— No se
te ocurra lesionarle. Sé que estás furioso con él, pero
fastídiale ganándole el partido. ¿Recuerdas cuando te rompiste el
brazo? ¿Recuerdas cuanto te dolía? ¿En serio te parece bien
hacerle eso a otro chico? Venga y no te amilanes. ¡Gánale el
partido! Le fastidiarás mucho más y no le harás ningún daño.—le
susurró al chico de su equipo de protegidos.
El chico
frunció los labios con rabia y le dedicó una mirada asesina a su
rival. Le evitó y lanzó el balón con tal acierto que metió gol.
Su rostro de satisfacción se hizo más evidente cuando vio la cara
de rabia de su rival. Daniel movió la cabeza. Podía haberlo hecho
mejor, pero más valía aquella pequeña soberbia que haber
lastimado al otro chico.
Liduvel
miró a lo lejos y frunció el ceño. Mientras Daniel volvía a su
lado y le daba buenos y sabios consejos que le vendrían bien en su
nueva profesión, distinguió a alguien al otro lado de la calle.
Creyó reconocer la figura sombría de un numerario del Lado Oscuro,
rondando por allí. Daniel no lo sintió, pero ella aún tenía
mucho de diablesa y detectaba el mal a kilómetros de distancia. Eso
era una ventaja en aquel mundo, dominado por sus antiguos hermanos.
Liduvel
debía de estar siempre alerta, porque ella era el ángel que había
abierto el camino a una nueva rebelión. Con aquella sonrisa malvada
que Daniel adoraba, se consoló pensando que Lucifer estaba
demasiado ocupado en salvar su puesto de Señor de los infiernos
para ocuparse de ella, al menos de momento. Pero no descartaba una
lucha de fuerzas en aquel territorio. El barrio donde había vivido
como humana era un buen terreno abonado para el mal, y sabía que
los humanos necesitaban muy pocas influencias para cometer
fechorías. Iba a ser un trabajo duro, pero su gran experiencia en
el Lado Oscuro ayudaría mucho a las fuerzas del Lado Luminoso.
Sonrió al pensarlo, preparándose mentalmente para el gran
enfrentamiento que se avecinaba.
Adrián
frunció el ceño al percibir que Liduvel le había detectado. Ya
sabía que había sido con ella, y no con la frágil Lea, con quien
había medido las fuerzas en sus últimos días. Le habían
advertido que era muchísimo más poderosa que él, y a pesar de sus
deseos de venganza, no debía actuar contra ella. Por eso se retiró
en silencio a las sombras, esperando una mejor ocasión para actuar.
No quería fallar en su primera misión. Había permanecido poco
tiempo en la zona de castigo, donde doblegaban a los futuros
numerarios hasta hacerles desear desaparecer en la nada, pero haría
lo que fuera para no volver a los siniestros corredores del
infierno.
En el
momento que Liduvel y Daniel estuvieran descuidados, comenzaría a
ejercer sus maldades sobre el mundo, en aquel barrio donde había
vivido y fracasado como humano. Muy pronto volvería a ser el líder
malvado que fue, se cambiaría su nombre de mortal por el de
Adrianel y se codearía con los demonios principales… si aquella
maldita fugitiva no se cruzaba en su camino, por supuesto.
¿F
I N?
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