Hola, lectores y lectoras. Una semana más, acompañaremos a Liduvel en su andadura por el mundo.
Una vez descubierta su fuga, Gabriel ha impuesto a ambos bandos que no intervengan para perjudicarla ni para ayudarla, y que todo el mundo se mantenga a la espera del juicio que se celebrará para valorar su caso... pero no creo que nadie piense obdecerle.
Lucifer envía a uno de sus agentes, discreto y efectivo, para que esparza rumores y mentiras entre los humanos que rodean a la fugitiva. Daniel, por su parte, no piensa estar mano sobre mano mientras intentan hundir a Liduvel en la miseria. De forma igual de discreta, y jugándose su promoción a ángel custodio, ayudará a la diablesa para que logre su objetivo. Las fuerzas están equilibradas.
Hasta la siguiente entrada, un abrazo, amigos y amigas.
14.
Era ya de noche cuando el
teléfono sonó y Teresa lo cogió. Liduvel, desde su habitación, notó que algo iba mal, pues no había perdido su enorme intuición para percibir el mal. Se asomó al salón para
verla palidecer.
Disimuladamente se acercó más para no perder detalle de la
llamada. No permitiría que nadie la preocupase ni le hiciese daño.
Bastante tenía con los rigores de su enfermedad y todo lo que
trabajaba para sacar adelante aquella familia. Sin darse cuenta,
Liduvel había empezado a gruñir como una fiera amenazante, y
Gustavo la miró de reojo, sintiendo palpitaciones. No le gustaba
aquella chica. Seguía pensando que no era Lea la que había vuelto
del hospital.
— ¡Se ha confundido! ¡Dejenos en paz!—cortó
al fin Teresa.
Liduvel no necesitaba saber quién le había hablado. Supo que intentaban
lastimarla por su causa.
— ¿Quién
era, Teresa?—se
interesó Gustavo, preocupado.
— Se habían equivocado de número—respondió
Teresa de mal humor, moviendo la cabeza.
Liduvel la siguió con la
mirada. Se metió en la cocina y casi de inmediato se tomó un
analgésico para el dolor de cabeza. Anheló poder utilizar sus
poderes para leer su mente y poder ayudarla, pero ahora que ya
estaba en el punto de mira, debía tener mucho cuidado y no utilizar sus grandes poderes. Debería hacerlo al modo humano, preguntando hasta obtener
respuestas.
— ¿Quién
era?—preguntó Liduvel, plantada en la puerta de la cocina con los brazos cruzados.
— Nadie. Un idiota que se había equivocado...— repitió Teresa, sobresaltada.
— ¿Preguntaban por mi? Dimelo, no te hará ningún bien callarte—exigió Liduvel, mirándola fijamente.
— No. Preguntaban...por ti. Querían droga—respondió al fin Teresa, y las palabras le quemaban las entrañas.
— No se había equivocado de número. Se había equivocado de tiempo. No vendo ni consumo droga. Eso ya se terminó. Lo sabes, ¿verdad?—le dijo Liduvel, con la voz llena de sinceridad.
— Lo sé. Lo sé. Confío en ti—afirmó Teresa, que en el fondo sintió alivio, aunque no quisiera creer que su hija siguira siendo una delicuente.
— Eso es. Es lo único que tienes que pensar, que confías en mí—asintió Liduvel, satisfecha.
A los pocos días, visto que en
un principio había fracasado en su encuentro con Simón y con la
llamada telefónica a Teresa, el visitante oscuro decidió abordar
personalmente a la mujer. Su plan era envenenar con injurias la
fabulosa relación entre la mujer y la que ella creía su hija. Los
humanos eran muy fáciles de engañar. Introducía en su mente
sospechas, aquellas que más podían herirles, y ellos picaban
enseguida. Se quemaban la sangre dándole vueltas a las sospechas,
hasta que estallaban y provocaban alguna tragedia.
Databiel aguardó a Teresa cerca
de una de las casas que limpiaba, y la abordó sin miramientos,
sobresaltándola.
— Señora,
tengo que hablarle un instante. Es algo que le afecta...—le
susurró, con aquella voz helada que parecía salida de una película
de terror.
Teresa frunció el ceño. Con
los años había aprendido a conocer a la gente al primer vistazo, y
aquel hombre no le gustaba nada. Era siniestro y no podía traer nada bueno. Por supuesto que no iba a detenerse.
— No
le conozco ni tengo nada que hablar con usted—respondió
ella, apresurando el paso y sintiendo un repentino escalofrío que
le llegó a lo más profundo del alma.
— Me
disgusta tanto que usted trabaje tantas horas, enferma como está...
y se lo paguen de esa forma...—musitó
él, y Teresa se detuvo, con el corazón latiendo a mil por hora.
Casi sin querer se giró hacia él. La curiosidad jugó en su
contra.
— ¿De
qué habla?—preguntó
ella, mirándole de arriba a abajo.
— De
su pareja... y su hija, claro...—respondió
él, dejando una pausa teatral para acentuar el dramatismo—
Ya se acostaban antes de que la chica cayera en drogas, todo el
barrio lo sabe. Mientras usted estaba fuera de casa, se la
pegaban... en su misma cama. Ahora que la chica está un poco
recuperada, han vuelto otra vez... ¿por qué cree que él ahora la
mima tanto? La lleva a tomar algo, de paseo, al cine... ya solo le
falta regalarle flores y alguna cosita de oro...¡es por pura y
simple culpabilidad!—reveló
él, con aquella voz cargada que veneno que golpeaba las sienes de
Teresa.
— ¡Mentira! Métase sus
cotilleos donde le quepan, cabrón. No creo ni una palabra—farfulló
ella, que le hubiera golpeado de haberse sentido con fuerzas,
dejándole allí plantado mientras él exhibía una amplia sonrisa.
Teresa regresó a su casa lo más
rápidamente que pudo. Entró en tromba, agitada por haber subido
las escaleras sin su habitual reposo. No sabía lo que encontraría
y sentía el corazón oprimido. Gustavo estaba sentado en el sofá,
como siempre, mirando un partido de fútbol con una cerveza en la
mano. La saludó con un movimiento de cabeza para no perderse ni una
jugada.
Buscó a su hija y estaba leyendo en su cuarto, con los
cascos del equipo de música puestos. Ni siquiera se había dado
cuenta de su apresurada entrada. Respiró hondo, intentando
serenarse. ¿Por qué aquel desconocido quería hacerle daño con
semejantes injurias? Todo era mentira. Ella confiaba en Gustavo y en
su hija, sobre todo en la hija que había vuelto tan cambiada del
hospital. Se metió en la cabeza que todo era una sucia mentira.
Liduvel sintió el elevado nivel
de angustia que flotaba en el ambientes, antes de escuchar cualquier sonido. Se quitó los cascos
y la vio en el pasillo, apoyada en la pared, enrojecida y sudorosa.
Se levantó y sintió que debía sostenerle, porque parecía a punto
de caer.
— ¿Qué
te ha pasado? Pareces muy... agitada—advirtió
Liduvel. Teresa negó con la cabeza y se cerró en banda, de modo que tuvo que utilizar sus poderes.
En sus recuerdos más inmediatos reconoció a
Databiel. Era un enviado especial del infierno que sabía como hacer
el mayor daño posible utilizando simples rumores, mezclando
medias verdades con mentiras creíbles. Nunca utilizaba poderes
llamativos y se infiltraba entre los humanos con gran facilidad.
Había sabido captar el mayor temor de Teresa: sentirse traicionada
por las dos personas que más quería en el mundo.
— No
pasa nada, cariño. Tonterías. Hay gente muy mala por ahí...—negó
Teresa, frotándose la frente como si hubiera sentido la invasión de Liduvel en su mente.
— No creas nada de lo que te digan por ahí de mi. Yo no soy la Lea que tanto te hizo sufrir, pero hay gente que quiere hacer daño, aunque no saque ningún provecho de ello. Es maldad pura y simple, y solo tiene como objeto separarnos, hacerte padecer a ti y dejarme sola—le dijo Liduvel, y su voz sonaba como un encantamiento que logró su objetivo. Aún conservaba aquel poder de convicción que antaño le sirvió para hacer el mal.
—Ya
lo sé, cariño. Ya lo sé—afirmó
ella. ¿Cómo podía siquiera pensar que aquella encantadora
criatura que la adoraba pudiera traicionarla con su pareja?
—No
lo olvides—señaló
Liduvel tan firmemente como una sentencia.
Liduvel estaba furiosa. Habían tratado de lastimar a
Teresa y debía esforzarse en protegerla de todo mal. Supo que intentarían hacerla fracasar atacando a sus
protegidos. Ahora ardía en deseos de destruir a Databiel, si es que
eso era posible, porque se rumoreaba que era uno de los frutos de
las andanzas de Lucifer sobre la tierra y gozaba de su especial
protección.
Sabían muy bien lo que hacían. Antes hubiera significado una soberana pérdida de tiempo atacar a los humanos que la rodeaban, pues no le importaban nada, pero ahora había
cambiado, sobre todo respecto a Teresa y Simón, sus dos humanos
favoritos.
Los vecinos del barrio, que habían
variado su actitud hacia ella, al verla calmada y ayudando a la pobre Teresa, en los últimos días
volvían a mirarla de forma sospechosa. La vigilaban de cerca cuando iba a comprar e incluso le prohibieron entrar en algún comercio.
Harta de tonterías, pensó que quizá aquel ser malvado había
hablado en su contra en todos aquellos lugares, como de hecho así
había sido.
Cambió su ruta cotidiana y
evito los lugares que frecuentaba, pero él averiguaba siempre donde
iba, donde ya no podía regresar una segunda vez. No por eso se
rindió. Cambiaba continuamente de lugar de compras, aunque tuviera
que cruzar media ciudad. Le daría mucho trabajo a aquel esbirro
infernal. Le iba a dar serios problemas. Alguna vez le sintió cerca,
pero no tanto como para sacarle los ojos. Mejor, porque le hubiera
costado un gran esfuerzo reprimirse.
En el Instituto también se
preparaban nuevas dificultades para ponérselo difícil. El hábil
Databiel no solo podía dejarse ver por los humanos, sino que podía
cambiar de aspecto a voluntad. Ahora había adoptado el aspecto de
un estudiante con estética «gótica»,
vestido con ropa sombría y su piel blanca deslumbrante. Pensó que
era el disfraz que más se parecía a su auténtico aspecto.
No importaba que nadie le
hubiera visto antes por allí, él podía decir que su padre era
militar y le habían trasladado a mitad de curso. Estuvo metiendo
cizaña entre los estudiantes en general y especialmente en el
equipo de voleibol donde se había integrado Liduvel. Dijo que ella
seguía tomando drogas, que también las vendía, utilizando sus
antiguos contactos, y además las mezclaba con todo tipo de
porquerías para ganar más dinero, provocando shocks a sus incautos
clientes. La gente creía sus mentiras porque quería creerlas.
Siempre pensaron que Lea no había cambiado tanto. Se limitaba a
llevar una simple máscara.
Liduvel notó que en general los
chicos volvían a mirarla mal y cuchicheaban entre ellos. Le produjo
un efecto frustrante. Retroceder en sus planes significaba un gran
fracaso, y ella no estaba acostumbrada a fracasar... salvo la vez en
que se equivocó de bando en la Gran Rebelión, por supuesto.
Las chicas del equipo de
voleibol lanzaban sus bolas para acertarle, y en lugar de
disculparse, la miraban con gesto desafiante. Eso dolía, pero era
llevadero. Sin embargo, cuando el director la llamó a su despacho,
supo que definitivamente algo iba mal. Sin duda Databiel había
pasado por allí, dejando su estela de destrucción, lenta pero efectiva.
El director le dijo que habían
llegado rumores de que continuaba vendiendo droga en el instituto.
Ella resopló. La acusación era rápida de lanzar, sencilla de creer y muy
contundente. Un golpe maestro para hacerle daño con escasos
recursos, como las mentiras que habían intentado meter en la cabeza a
Teresa. Databiel obtenía resultados brillantes con el mínimo
esfuerzo. Si aún hubiera estado en su bando, le hubiera felicitado.
Ahora deseaba pulverizarlo y esparcir sus cenizas asquerosas por
todo el cosmos.
— Señor,
puede registrarme cuando quiera. No llevo nada, ni tomo ni vendo.
Alguien quiere perjudicarme, miente como un bellaco, y todos le
creen por mi mala fama pasada. Llevo meses portándome bien, usted
lo ha visto. ¿Qué necesita para creerme?—respondió
ella, algo molesta con aquel insufrible torturador con traje y
corbata que creía todo cuanto podía perjudicarla.
El director asintió y frunció
los labios, con un gesto de satisfacción. Se lo ponía fácil.
Seguro que algo encontraría para acusarla y expulsarla.
— ¿Puedo
registrarte? De acuerdo, vacía la bolsa, y los bolsillos—la
invitó, con los brazos cruzados a la defensiva.
Ella suspiró y empezó a sacar
cosas de sus bolsillos: pañuelos, dinero, una nota de Alicia.
Después sacó las cosas de su bolsa, mientras él la observaba
atentamente y tanteaba cada cosa: libros, libretas, bolígrafos... y
finamente Liduvel tanteó en el fondo un paquetito que no estaba
allí aquella mañana cuando preparó su bolsa. Antes de sacarlo
ingenuamente y ver lo que era, su innata intuición la avisó del
peligro, una décima de segundo antes de escuchar aquella suave voz.
(cuidado
es una trampa lo han metido ahí para acusarte esfúmalo esfúmalo)
Agradeció los poderes que aún
conservaba como diablesa primigenia e hizo desaparecer el paquetito
antes de volcar de golpe la bolsa sobre la mesa. El Director miró
incluso las migas que habían caído del bocadillo del almuerzo.
Gruñó, pues no le había salido bien la jugada.
— Está
bien, no hay nada... pero seguiré observándote...—asintió
el director, indicando la puerta del despacho.
Salió del despacho con un
sentimiento de alivio, Sabían que al menos dos seres de
otro mundo la estaban observando, uno para perjudicarla y otro para
ayudarla. Ya conocía a Databiel. Ahora le gustaría conocer a su
benefactor, del cual solo conocía su voz interior, y su clara
simpatía por su causa, utilizando métodos poco ortodoxos, tan
apartados del protocolo como su propia actitud. Se decidió a
comunicarse con su ayudante secreto.
(¿quién eres? gracias por tu
oportuna ayuda pero me gustaría conocerte ya sé quien me perjudica
pero quisiera saber quién me ayuda)
Daniel no se atrevía a
mostrarse. De hecho, podía perjudicarle porque lo tenía
absolutamente prohibido, pero al fin se decidió, porque ella le
caía bien y quería concederle su deseo.
—Hola—la
saludó, materializándose en un rincón oscuro del pasillo—Soy
Daniel...
Liduvel le vio cara a cara.
Parecía un chico tímido, con facciones suaves, dulces ojos color
avellana y descuidado cabello rubio ceniciento. Su apariencia en
general era amable, fácil de mirar y apreciar. Solo con mirar en
el fondo de sus ojos sinceros, supo que era un aspirante a ángel, y
que en su última vida sobre la tierra había sufrido mucho. Había
sido parapléjico, superando numerosos obstáculos, había llegado a
competir como atleta e incluso ganó algunos premios. Supo que la
muerte había sido dura para él a tan temprana edad, pero también
le había liberado de sus limitaciones de movimiento. Al haber
vivido con tanto sufrimiento y pensar de modo tan positivo en el
momento de morir, le concedieron su primer mérito para conseguir
las alas de ángel. Por lo que ella sabía, le costaría un gran
esfuerzo llegar a ser ángel de la guarda, pues los examinadores
eran durísimos con los aspirantes. Un punto claro a su favor es que
era el ayudante de Gabriel, un puesto que no conseguía cualquier
meritorio. Daniel debía ser tan especial como le había parecido a
primera vista.
— Hola,
amigo Daniel—le
sonrió ella ampliamente al verlo cara a cara—
Gracias por tu ayuda. ¿Eres tú el ayudante de Gabriel? Intuía que
dejaría alguien en el mundo para observarme, pero no pensé que te
hubiera dado instrucciones para ayudarme—susurró
ella, esperando que nadie pudiera oírles, ni en este mundo ni en
los otros.
— ¡No,
no! ¡De hecho no es así…!—negó
él. Su expresión de pánico revelaba
sobradamente que estaba ayudándola extraoficialmente—Lamento decir que estoy desobedeciendo al ayudarte. Gabriel me dejó muy claro
que debía ser neutral, pero los miembros del otro lado no han
estado quietos. Te están metiendo la zancadilla desde el encuentro
en la iglesia, y me indigna quedarme de brazos cruzados sin poder
hacer nada. Creo que aún me siento demasiado humano para pensar y actúar
como un ángel—ahora
su tono rozaba casi la disculpa, pero ella sabía perfectamente que
no parecía arrepentido y pensaba seguir actuando igual—Por
eso... no informo sobre... mis humildes ayudas. Pueden perjudicarme
a ti y a mí también, pero me caes bien... y me haría feliz que
consiguieras tu objetivo. Tu plan es extremadamente atrevido y muy
valiente, y no solo eso... Si consiguieras tu propósito... se
abriría una puerta…Hace mucho tiempo que ocurrió la Gran Rebelión, y esta es la primera vez que se ha registrado una fuga como la tuya. Estamos asistiendo a todo un acontecimiento...—confesó
Daniel, hablando tan bajo como ella y mirando a su alrededor con
desconfianza. En su voz había entusiasmo y admiración. También miedo a ser descubierto, pero no tan grande como el deseo de apoyarla.
Liduvel le sonrió de nuevo al
notar aquella corriente de simpatía mutua. Entonces el delgado y
estropeado rostro de Lea se iluminó, de forma que Daniel casi se
derritió. La belleza perfecta de Liduvel se trasludió a través de
Lea. Él podía verla más claramente que los humanos vivos y sintió
una gran atracción por ella. Si hubiera estado vivo, ahora su
corazón se estaría desbocando.
— Muchas
gracias por tu ayuda, Daniel. Pero no te
compliques más por mí, ¿de acuerdo? Puedes perder puntos, y veo
por tu brillante aura que vas muy bien encaminado. Solo una cosa
más... cuídate de Databiel. La injuria solo es una de sus muchas
armas. Actúa con la protección de su padre… ya sabes de quien
hablo—le
dijo ella en un susurro, tomándole de la mano, que él miró como
si ya no formara parte de sí mismo, sino una prolongación de ella,
tan hermosa y etérea.
Daniel asintió sin mucha
convicción. Pensaba seguir en la sombra, ayudándola, aunque le
costara eones conseguir su puesto de ángel de la guarda. Le sonrió
y se esfumó antes de que nadie más pudiera verle.
Liduvel sintió algo muy extraño
cuando él la abandonó y dejó de sentir su mano. No había notado
nada igual con Simón o con cualquier ser humano (como el modelo de
Miguel Ángel que posó para su David). Recordaba vagamente haber
sentido algo semejante hacía eones... por el traidor Axel. Algo le
estaba ocurriendo. Definitivamente se estaba ablandando y
humanizando en el más amplio sentido de la palabra.
No sabía si eso le gustaba ni
mucho menos si le convenía, pero podría acostumbrarse a sentirlo.
(continuará)