Me disculpo por todo el tiempo que he pasado lejos de este blog. Han sido meses my intensos de trabajo, tanto en la revisión de mis obras para presentar a concursos, como en la promoción de mi primera novela negra, "La mirada de Estigia", la asistencia al Encuentro de Editoriales Independientes (ENDEI 2018), la Feria Castelló Negre y las Ferias del Libro que se organizan desde abril hasta el verano: Castellón de la Plana, Borriol, Nules, Vall d'Uixó, Onda, Betxi... y las que quedan aún: Alboraia, Xilxes, Moncofar... Y no contenta con todo esto, como sabéis, formo parte de una tertulia literaria que hemos llamado La Virgulilla, en honor de ese noble signo tan nuestro que flota sobre la letra "ñ", y que también dispone de un club de lectura y de un club de escritura creativa. ¿Se puede con todo esto? A duras penas, pero se puede, eso sí, a costa de descuidar mi pobre blog.
En el club de escritura creativa, dirigido por el escritor Javier García, autor, entre otras obras de: "Siroco", "Crimen en la mansión Holden" o "Fuego en la sangre", hemos realizado un total de siete ejercicios durante este curso.
El primero de los ejercicios que nos propuso Javier fue "El primer beso", un tema que daba mucho de sí, solo que nos daba unas pautas que debíamos seguir sin excepción: un folio de extensión como mucho, palabras prohibidas y palabras obligatorias como autocine, colador o nido, que debíamos encajar en el relato como fuera. Además, debíamos escribir bajo pseudónimo, para que después, al valorar los ejercicios de todos los participantes, no nos viéramos influidos por amistad o rechazo. En esta primera fase del club, me llamé "Metamorfosis", recuperando el pseudónimo con que empecé a comentar en blogs y escribir microrrelatos, allá por el año 2012.
Así es como quedó mi primer ejercicio, espero que os guste.
LA
COMPETICIÓN
Mis
amigas y yo habíamos llevado vidas paralelas desde el parvulario.
Nuestros padres se conocían y veraneábamos en el mismo pueblo, del
que eran originarios. Así crecimos, felices e iguales en todo.
Parecíamos un equipo. Cuando a una de nosotras le compraban una
muñeca, todas implorábamos que nos regalaran la misma. Si una se
compraba una prenda, las demás hacíamos lo propio, pareciendo todas
una copia de la primera. Cuando alguna se cortaba el pelo, había que
hacer lo mismo, aunque llorásemos amargamente sobre la preciosa
melena perdida.
Y
así llegamos a la adolescencia, quizá un poco antes de lo previsto.
Yolanda fue la primera que declaró que le habían dado el primer
beso en el estreno del flamante autocine estilo «Grease».
Sus palabras fueron como una ráfaga de disparos a traición que nos
dejó hechas un colador, en serio, porque solo teníamos trece años
y ninguna tenía aún novio, ni expectativas de tenerlo, sobre todo
yo, porque mis padres se habían separado y tenía una mala
experiencia de la relación de pareja.
Como
una reacción en cadena, igual que siempre, empezaron a buscar como
locas al candidato perfecto para ese paso hacia la madurez. No podía
ser cualquiera, porque el primer chico de Yolanda era nada menos que
Carlos, el más guapo del instituto, o eso decían todas, porque yo
le veía tal como era, un pavo de quince años con tendencia al acné
y a la chulería. Aquel momento no debía ser solo bueno, sino que
tenía que ser inolvidable. La tensión comenzó a surgir en la
pandilla.
Estaba
perdiendo a mis amigas y me sentía relegada. Ya tenía catorce años
y pensé en mentirles, inventarme un novio secreto y darme por
cumplida, pero ellas me hubieran pillado al interrogarme.
Me
fui hundiendo entre sus risitas y sus corrillos, y un día, herida en
lo más hondo, declaré que yo me salía de la puñetera competición,
y que no las aguantaba más. Ninguna vino en mi busca cuando me
encaminé llorando hacia mi casa, dispuesta a vivir una vida
solitaria y amargada.
Fue
entonces cuando me apunté al grupo de teatro. Estaba segura de que
allí haría nuevos amigos. Conocí a Esteban, un chico normalito,
pero que tenía una sonrisa encantadora. Nos hicimos grandes amigos y
disfrutábamos ensayando, riéndonos de tonterías o tomando algo
después de la actividad. Gané tanta confianza con él, que un día
le conté mi problema, cuando se interesó al verme pensativa. Él se
ofreció a darme un teatral beso delante de aquellas tontas, pero me
negué, enrojeciendo. A pesar de todo, quería un primer beso
especial, aunque ya fuera de competición. Él lo comprendió.
Aquel
verano, durante las fiestas del pueblo, yo acudí a la plaza porque
mi madre me obligó. Dijo que reñir con mis amigas no era motivo
para no salir a divertirme. Entonces, en plena actuación del grupo,
alguien subió al escenario y les pidió algo a los músicos, que
empezaron a tocar los acordes de «Kiss me» de Sixpence
none The Richer. Era
Esteban, quien cogió un instante el micro a la cantante.
—
¡Esta va dedicada a mi chica,
la más guapa del pueblo, mi preciosa Ángela, que me tiene loco con
sus besos!
Enrojecí
y me dio la risa tonta, como si fuera auténtica su declaración. Era
tan buen actor, que no lo dejó ahí, mientras mis ex amigas,
boquiabiertas, asistían a su espectáculo. Bajó de un salto del
escenario, y como en una escena de «Dirty dancing» me rescató del
ostracismo para besarme delante de todo el pueblo, mi madre incluida.
Aquel beso me supo a gloria, a vergüenza, a amistad verdadera y a
venganza, mientras todos aplaudían y él me preguntaba al oído si
había sido lo suficientemente especial. Sonreí tanto como pude.
—
Y eso que solo es el
primero.—declaré en un susurro, para que nadie lo escuchara. Eso
le hizo feliz, porque no todo había sido una actuación.
Mis
amigas se disgregaron después de alguna otra competición estúpida,
pero Esteban y yo seguimos besándonos, unas veces en privado, otras
encima del escenario, incluso en una película, donde aparecimos de
secundarios. Hemos empezado a preparar nuestro nido para vivir
juntos.
Desde
entonces, y él lo sabe, cuando escucho «Kiss me» y recuerdo aquel
primer beso, una gran sonrisa aparece en mi cara como aquella
inolvidable noche de verano.
Y eso es todo por ahora. Espero recuperar el ritmo del blog, ahora que casi es verano y todas las actividades se ralentizan o descansan hasta el inicio del próximo curso. Hasta la siguiente entrada.